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MADRID ME MATA
Columna
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Sobre amores tóxicos

Siento que la política es como aquel estribillo pegadizo que aun resuena en la memoria: 'un pasito p’alante, un pasito p’atrás'

La Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, se reúne con el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, la vicealcaldesa de la capital, Begoña Villacís, y el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado.
La Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, se reúne con el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, la vicealcaldesa de la capital, Begoña Villacís, y el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado.Luca Piergiovanni (EFE)
Elvira Sastre

Me gustaba la política. Cuando era adolescente, tuve una época –una de tantas– en la que grababa en cintas de casete las intervenciones de mis políticos favoritos –favoritos porque los creía sin reparo– y acudía a algún mitin a verlos en persona. Les escuchaba decir desde la oposición que iban a devolver el dinero a los bolsillos de los ciudadanos y eso me enloquecía. Menos mal, pensaba, como si alguno de esos euros fuera mío. Después me hice mayor, me di cuenta de cómo funciona el mundo. Y ya no puedo decir que me gusta la política, si acaso que me sigue interesando de una manera inevitable, tanto que a veces lo paso mal, porque siento un enganche tóxico con la actualidad. Detesto lo que están provocando en la sociedad: unos por no callarse y otros por no callar. Me decepciono con cada promesa incumplida. Me enfado con los debates injustificados. Me entristece ver que cosas de siempre siguen siendo exactamente iguales. Y a veces, a ratos, recupero esa tranquilidad del pasado cuando veo que alguien hace las cosas bien.

Quizá el error sea ese: no plantarse, no exigir algo mejor, creer que no podemos aspirar a más, cuidarnos mal a nosotros mismos para que otro no lo haga peor.

Amo a Madrid. Quien me lee lo sabe. Adoro esta ciudad porque siento que ella también me quiere a mí ya que me defiende, me protege, me ofrece oportunidades, me acoge y me cuida sin pedírselo. Y algo parecido debe ser el amor, ¿no? Sentir que uno está en el lugar donde quiere estar. Sin peros. Es por ello que me cuesta aceptar lo que algunos intentan hacer con ella. No puedo comprender que se haga política con la vida. No puedo comprender que dependa de un político la legalidad del amor que yo siento por quien yo elijo, que dependa de un político la libertad de elección y el cuerpo de una mujer, que dependa de un político lo que debería depender de un experto en pandemias, que dependa de un político que sea puro o venenoso el humo que aspiran nuestros pulmones porque alguien decide convertirlo en ideología. No entiendo, insisto, que se haga política con la vida.

Siento que la política es como aquel estribillo pegadizo que aun resuena en la memoria: un pasito p’alante, un pasito p’atrás. Me recuerda, a veces, a esos amores tóxicos que no te sueltan ni puedes soltar. Esos a los que pides constantemente atención o cuidado, a quienes crees aunque acumulen mentiras, a quienes perdonas el egoísmo y los errores, a quienes sigues creyendo porque el amor, te dicen, es así: mejor lo malo que lo peor. No creo que exista algo más triste que verte en la necesidad de pedir que te cuiden. Quizá el error sea ese: no plantarse, no exigir algo mejor, creer que no podemos aspirar a más, cuidarnos mal a nosotros mismos para que otro no lo haga peor.

Aprovecharé el verano para desintoxicarme, y eso pasará por dejar de hablar de ello. Creo que me va haciendo falta un poquito de amor propio. Cuídense. Nos leemos en septiembre.

Madrid me mata.

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