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Junts, dividida entre la gestión y la autoridad de Puigdemont

Altos cargos posconvergentes ven peligrar su continuidad ante la inestabilidad del Govern alentada desde Waterloo

Francesc Valls
Junts per Catalunya
El secretario general de JxCat, Jordi Sànchez, interviene ante el consell nacional del partido, este sábado en Barcelona.Alberto Estévez (EFE)

A 48 horas de la Diada, el expresident Carles Puigdemont daba un golpe de autoridad ante los parlamentarios de Junts per Catalunya en Bruselas: defendía la estrategia de la unilateralidad y emplazaba a Esquerra Republicana a que los 23 diputados independentistas del Congreso dejaran caer al Gobierno de Pedro Sánchez y rechazaran los Presupuestos Generales del Estado. Era el enésimo intento del puigdemontismo para enterrar la vía del diálogo que ven estéril. En algunos de los siete departamentos de la Generalitat controlados por Junts, los cargos de confianza comenzaron a inquietarse. En apenas 100 días, el Gobierno de coalición amenazaba ruina. Todo se materializó 24 horas antes de la reunión de la mesa, cuando Junts decidió que tres de los cuatro componentes de su delegación negociadora no fuesen miembros del Govern, contrariamente a lo acordado. El desenlace llegó con otro golpe de autoridad, esta vez de Pere Aragonès, vetando a la representación propuesta por los de Puigdemont.

Las explicaciones de Junts no convencieron en muchos casos ni a la propia clientela. Primero los puigdemontistas pidieron que Pere Aragonès no acudiera a la reunión si no lo hacía Pedro Sánchez. Según la portavoz de la formación, Elsa Artadi, la ausencia de Sánchez era un “menosprecio”. Después, cuando el presidente y líder del PSOE confirmó la asistencia, Junts mantuvo el pulso y se salió del guion con su delegación mayoritariamente extragubernamental. Un cargo intermedio de una consejería en manos de Junts expuso tímidamente en Twitter: “Cuando has de dar tantas explicaciones para justificar tu ausencia, quizás te faltan argumentos para justificarla”.

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No abundan los disidentes en Junts, que vive del aura de caudillaje de Carles Puigdemont. Sin embargo, el hecho de que la formación decidiera optar el pasado mes de mayo por algunos independientes, evitando que sus dirigentes se integraran en el Ejecutivo, no ha dado los resultados apetecidos. No se ha obtenido esa suerte de golem pretendido, porque algunos consejeros manifiestan su voluntad de administrar el día a día, ese “mientras tanto” al que reiteradamente se refiere el president Aragonès para referirse a lo cotidiano. De hecho, la propia dinámica de pertenencia al Gobierno les obliga a ello y, por derivación, a hacer política. En la gestión de consejeros como Jaume Giró (Economía), Josep Maria Argimon (Salud) e incluso en la del puigdemontista y vicepresidente Jordi Puigneró, asoma de una u otra forma el viejo gen convergente de la negociación, aseguran fuentes próximas a Junts. Una muestra de ello fue el pacto efímero para invertir 1.700 millones en la ampliación del aeropuerto de Barcelona, acordado unilateralmente entre Puigneró y la ministra de Transportes, Raquel Sánchez.

Pero con la mesa de diálogo, el fantasma de la crisis de Gobierno ha sobrevolado el Ejecutivo de coalición. Antes del episodio del veto de Aragonès, nadie le daba al Govern una vida superior a los dos años, pero tampoco nadie esperaba que todo estallara apenas pasados los cien días de su constitución. Desde algunos sectores del independentismo se ha traído a colación la expulsión de Esquerra del Gobierno de Pasqual Maragall por su no al Estatut en mayo de 2006. No es lo mismo, pero es parecido. “Todo es muy frágil y hay mucho nerviosismo en Waterloo porque a Puigdemont se le va apagando el foco mediático”, aseguran fuentes posconvergentes. Jordi Sànchez —secretario general de Junts— intenta articular el partido, pero no le es fácil sustraerse a los golpes de autoridad de Puigdemont. El principal activo de JuntsxCat es el aura del expresident, pero en la medida en que la tensión política se relaje en Cataluña su liderazgo menguará, aseguran fuentes de Esquerra.

De momento, en Junts las divergencias no pasan de la fase de matiz. Por un lado, los altos cargos que aspiran a no perder el empleo de forma inminente y confían en consolidarse gracias a la gestión del día a día. Luego está la célebre war room de Puigdemont —integrada, entre otros por la presidenta del Parlament, Laura Borràs, y Quim Torra— dispuesta al unilateralismo a ultranza y a mostrar que la autonomía es un impedimento para acceder a la independencia, según doctrina del propio Torra, el penúltimo responsable de la Generalitat. En esta relación no hay que olvidar a los consejeros independientes. Y tampoco falta el pulso entre dos líderes que compartieron presidio: Jordi Sànchez y Jordi Turull. El primero tiene el beneplácito de Puigdemont para dirigir la formación, mientras que el segundo es un veterano convergente que se resiste a arrojar la toalla y no renuncia a nada. Turull, que ingresó en prisión en marzo de 2019 a las pocas horas de que la CUP frustrara su primera sesión de investidura como president de la Generalitat, mantiene actualmente áreas de influencia nada desdeñables, como el Departamento de Derechos Sociales.

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No obstante, un partido incapaz de sustraerse a los golpes de autoridad de Puigdemont convierte al Govern del que forma parte en un “artefacto inestable”, término que empleó Ernest Maragall para referirse al segundo tripartito del que formaba parte como consejero socialista y que ahora continua vigente.

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