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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El reencuentro de Junqueras y Puigdemont

Tras cuatro años de cárcel y exilio, los líderes de los dos partidos independentistas se reúnen de nuevo, pero esta vez con la jerarquía cambiada. Ahora, el primer partido de la coalición es ERC

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en el Parlamento catalán.
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en el Parlamento catalán.CARLES RIBAS
Enric Company

Casi cuatro años después, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras van a verse directamente las caras mañana, en Waterloo, Bélgica. La última vez que habían estado juntos fue durante las jornadas de octubre de 2017 y entonces eran, respectivamente, presidente y vicepresidente del Gobierno de la Generalitat. Esto no es lo único que ha cambiado durante su largo tiempo de cárcel y exilio. Ha cambiado la jerarquía entre ellos. Ahora, el primer partido de la coalición independentista es el de Junqueras, ERC, pero en 2017 lo era el de Puigdemont, que entretanto ha cambiado también de nombre y no se sabe muy bien de qué otras cosas, porque en el camino ha perdido a muchos de los dirigentes de la antigua CiU, su matriz.

Junqueras y Puigdemont no están ni en el Parlament ni en el Gobierno de la Generalitat, pero son los jefes efectivos de sus dos respectivos partidos y siguen siendo aliados. De ellos depende en gran medida la creación de condiciones para que Cataluña aproveche la oportunidad que representa el diálogo ofrecido por el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. Ellos pueden contribuir a la creación y mantenimiento de una atmósfera política propicia para unas negociaciones que todos saben muy difíciles.

Uno de los principales obstáculos para este diálogo en ciernes es precisamente la existencia, en ambos lados, de sectores de opinión contrarios a él. En las retaguardias de las dos partes que en septiembre van a sentarse en la mesa abundan los partidarios de ganar al otro mediante la confrontación, no mediante la cesión. Abundan quienes creen que, en el fondo, la sustancia a negociar es la soberanía y la conciben como algo indivisible, incompartible e irrenunciable. Abundan quienes no confían ni un ápice en la sinceridad y credibilidad del otro.

Esta es la materia con la que Puigdemont y Junqueras pueden trabajar si quieren contribuir a que Cataluña salga del laberinto político. Ahí tienen, sí quieren, mucho trabajo. Lo más probable es que, ateniendo a los antecedentes, lo primero para ellos sea la construcción de una mínima confianza personal mutua. No sería poca cosa. La condición de perdedores conjuntos en el choque del independentismo contra los gobiernos de Mariano Rajoy durante el periodo 2012-2017 ha mantenido unidos a ERC y Junts. Tanto, por lo menos, como su común empeño en mantenerse al frente del Gobierno de la Generalitat. Pero la confianza personal es otra cosa. Es oportuno recordar que, tras ser destituidos por el Gobierno de Rajoy, Puigdemont y Junqueras quedaron en marchar juntos al exilio pero, tras esperarle en vano, el automóvil que debía llevarles salió con Puigdemont y sin Junqueras. El exvicepresidente no acudió. Había cambiado de opinión y optó por quedar en manos de la Audiencia Nacional, que le mandó a la cárcel.

Aquel plantón fue uno más de los numerosos desencuentros que jalonaban la relación entre los jefes de los dos partidos independentistas. Y no solo en los agitados días del octubre de 2017, también en los meses y años anteriores. Ahora les separa una posición distinta sobre un asunto clave en el catalanismo, sea independentista o no: cómo actuar en el escenario político español. El partido de Junqueras forma parte junto a otros de la mayoría parlamentaria progresista gobernante encabezada por el PSOE. El partido de Puigdemont, en cambio, se ha situado enfrente, en la posición de quienes creen que nada cabe esperar del Gobierno de España. Aunque en esta ocasión esto les lleve a coincidir nada menos que con sus adversarios del PP, Ciudadanos y Vox. O sea, son aliados en Cataluña, pero se enfrentan en España.

Puigdemont y su partido han negado durante casi dos años toda utilidad a la mesa de diálogo, cuya creación fue una de las condiciones y los frutos de la negociación de Esquerra con el PSOE y Podemos para la formación del Gobierno de Pedro Sánchez. Si finalmente Junts la ha aceptado ha sido porque carece de fuerza para hacer que el independentismo retome el unilateralismo. Pero probablemente eso no baste.

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Una de las condiciones para el éxito de cualquier negociación es la solidez de las posiciones y los objetivos de cada parte. En esta ocasión se trata de dos coaliciones de Gobierno. Entre el PSOE y Podemos, por un lado, y entre ERC y Junts por el otro. Lo que Junqueras y Puigdemont debieran conseguir es una nada fácil unidad de posiciones de los independentistas para las negociaciones con Sánchez, la reunión de septiembre y su posterior desarrollo.


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