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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ver la luz

Leemos y pensamos lo distópico como una visión del futuro próximo, cuando en realidad hay momentos, y la coincidencia de Trump y la pandemia es uno de ellos, en que la vivimos, nos damos cuenta de que está encarnada, de que la literatura no hablaba del mañana sino de nuestro presente

Trump celebrara su absolución en su primer ‘Impeachment’ en febrero de 2020.
Trump celebrara su absolución en su primer ‘Impeachment’ en febrero de 2020.NICHOLAS KAMM (/ N. KAMM (AFP))
Josep Ramoneda

“Siempre hay luz si somos suficientemente valientes para verla”, la palabra poética de Amanda Gorman iluminó la toma de posesión del tándem Biden-Harris y agrandó el alivio que tantas personas en el mundo entero sentían. Se había evitado una catástrofe que el poeta americano John Freeman ha descrito así: “Durante cinco años y para más de la mitad del país, Trump ha sido una fuente de angustia y desasosiego. No era por sus cabellos ni su mal gusto. Ni su vulgaridad. Ni por la manera de masacrar la lengua ni de enorgullecerse de su propia avidez. Era por su crueldad triunfante: durante cuatro años el presidente de Estados ha disfrutado ante el dolor de los demás”. La lista de John Freeman podría hacerse interminable: niños separados de sus padres, ciudadanos vulnerables expulsados de sus casas, privación de cobertura social para muchas personas en plena pandemia, violencia policial, criminalización de la gente de piel oscura, reactivación de las ejecuciones de condenados, negación y desprecio a las víctimas de la covid y muchas atrocidades más. De modo que más allá del alivio de la toma de posesión, la sociedad americana se enfrenta a una exigente tarea para recuperar las verdades incómodas que Trump volteó y dar reconocimiento a la realidad envuelta en la inmensa nube de ficción que ha llevado a sus partidarios hasta el distópico momento del asalto al Capitolio.

Quizás tenga razón el filósofo francés Abdennour Bidar cuando dijo que el asalto de Washington “no era más que la imagen de la absurdidad de nuestro mundo”. Se había llegado hasta ahí sin proyecto alguno, porque incluso llamarlo fascismo sería otorgarle un contenido ideológico mucho más allá de lo que puede imaginar Trump. Sencillamente es la banalización del mal como forma de dominación por parte de un sujeto amoral. Y no hay que bromear con estas cosas, porque cada vez que oigo a un dirigente político atacar a otro en nombre de los muertos de la pandemia se sitúa en parecido territorio ético. Trump ha acabado ahogándose en su propio desatino. Su único objetivo era seguir en el poder con la mentira como bandera pero la ciudadanía reaccionó con el voto y los que le habían acompañado no han estado dispuestos a llegar hasta el final. El cálculo coste- beneficio ha frenado a los que tienen mecanismos suficientes para preservar sus intereses con quien venga después, Joe Biden, en este caso. Y los mismos que le habían facilitado los instrumentos para su campaña de contaminación masiva de la opinión le han retirado la palabra.

Y, sin embargo, que hechos como estos que parecían imposibles puedan ser verdad nos adviertan a todos sobre el poder del negacionismo, el racismo, el sexismo y la intolerancia en plena triple crisis: sanitaria, climática y nacionalista. Leemos y pensamos lo distópico como una visión del futuro próximo, cuando en realidad hay momentos, y la coincidencia de Trump y la pandemia es uno de ellos, en que la vivimos, nos damos cuenta de que está encarnada, de que la literatura no hablaba del mañana sino de nuestro presente. Cuando esto ocurre, a menudo es el preludio de un cambio de época.

La negación que Trump ha hecho de su derrota y su desprecio por las víctimas de la Covid se fundan, como ha escrito Judith Butler, “en el rechazo machista del duelo que él ha contribuido a reforzar” desde el orgullo nacionalista y el supremacismo blanco. Es su carácter: del mismo modo que antes le había aupado al poder, ahora le ha sacado de la escena Espero que tenga razón Ann Applebaum cuando dice que Trump “pasará el resto de su vida en los tribunales”. Pero deja una herencia envenenada: un sector amplio del electorado republicano excitado, frustrado, más resentido que nunca. Un testimonio de hasta dónde puede llegar el absurdo en unas sociedades desencajadas, en que a la ciudadanía le cuesta encontrar razones para esperar y espacios para compartir. De modo, que estamos avisados. La singularidad de Trump no significa que otros no puedan meterse por los senderos del mal que el trazó. En Estados Unidos, Trump encontró un cultivo adecuado, pero también unas instituciones que, a pesar de todo, se le han resistido. No tenemos garantías de que en todas partes sea así. Y menos en un mundo gastado por la pandemia en que el autoritarismo gana reputación a un ritmo alarmante. Y la sordidez campa a sus anchas en la escena política. ¿Sabremos ver la luz y aprovechar la oportunidad como pedía Amanda Gorman?

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