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El peligro del parón para las escuelas más vulnerables

Sociólogos y pedagogos piden que Educación evalúe la situación de estos centros y ofrezca soluciones

La escuela Rubén Darío, en Barcelona.
La escuela Rubén Darío, en Barcelona.Carles Ribas

La pandemia, y la debacle económica que la acompaña, aumentará las desigualdades sociales. Pero cada vez más voces alertan de las desigualdades educativas, en vista de la posibilidad, cada vez más plausible, de que los alumnos no vuelvan a las aulas este curso. Los expertos aseguran que la brecha no vendrá determinada ni por la cantidad de deberes encomendados, ni si se posee ordenador para seguir las clases a distancia, sino por la realidad que vive el alumno en su domicilio. Así que alertan de que el confinamiento va a golpear con dureza a familias, y por ende escuelas, ubicadas en entornos empobrecidos, agudizando así los efectos de la segregación escolar “Esta crisis puede aumentar las desigualdades entre los alumnos, según su origen socioeconómico”, resume Ismael Palacín, director de la fundación Jaume Bofill.

El anuncio del cierre de las escuelas cogió con el pie cambiado a muchos centros. En algunos casos, como los institutos, tuvieron pocos minutos de margen para ordenar a sus alumnos que recogieran todo el material y se lo llevaran a casa. Algunos centros reaccionaron rápido, encomendando deberes desde el primer momento; otros tardaron más tiempo en organizarse. Palacín habla de escuelas proactivas y escuelas reactivas. Las primeras serían las que están enviando desde el principio tareas a sus alumnos, aunque esto no siempre es positivo. “Hay escuelas que lo hacen bien y no cosen a sus alumnos con deberes, sino se centran en actividades que fomenten pensar y el aprendizaje. Otras envían fichas y fichas y deberes y deberes, y solo sirve para que los padres vean que sus hijos hacen algo”. Y las reactivas son, según el director de la Bofill, “las absentes” porque “no saben cómo hacer la educación a distancia”.

Para los expertos la posesión de tecnología no es preocupante. “Solo hay una minoría social que no tenga ordenador, pero lo importante es el uso que se hace de él, si se hace un uso indiscriminado de la pantalla o hay un acompañamiento de los padres”, defiende Miquel Àngel Prats, profesor de tecnología educativa de la Universidad Ramon Llull.

“La brecha la marcará la composición social, el acompañamiento que puedan hacer los padres en este aprendizaje”, resuelve Miquel Àngel Alegre, sociólogo de la educación y jefe de proyectos de la fundación Bofill. Y aquí las que salen peor paradas son las familias más empobrecidas. “Aquí cuenta el bagaje socializador, el tipo de conversaciones que se mantienen en casa, el vocabulario, las expectativas que se ofrece a los niños… Es una riqueza invisible que hace que los alumnos de clase media sean más autónomos en las tareas y que los de nivel socioeconómico bajo necesiten más apoyo”, añade.

Esto lo sabe bien Joan Artigal, director del instituto escuela Trinitat Nova de Barcelona, uno de los centros considerado de alta complejidad por la alta concentración de alumnos sin recursos (un ejemplo: de sus 535 alumnos, 400 tiene beca comedor). “Hay una carrera para ver quién hace más y pone más deberes, pero nosotros nos tenemos que parar y preguntar a los alumnos cómo se encuentran y qué necesitan. Y hemos detectado ya unas 60 familias en situación muy crítica que tuvimos que derivar a los servicios sociales, porque a lo mejor los padres estaban enfermos y el niño estaba solo, y necesitaban a alguien que les llevara comida”. El director incide en que la situación extrema que viven muchas familias dificulta el aprendizaje. “Algunos domicilios no tienen espacio vital y sufren situaciones de emergencia alimentaria o de vivienda. Y cuando le digo a un padre cómo tiene que acompañar a su hijo, me contesta que su problema es que no sabe cómo va a pagar el alquiler o la comida”.

“En este momento hay que velar por las necesidades de los alumnos (a nivel de seguridad, alimentación, que duerman bien) y no tanto por lo que aprenden. Aquí las fracciones quedan en un segundo plano”, defiende Prats. Y en este punto las escuelas más segregadas sufren más, ya que “no es lo mismo los profesores de una escuela convencional que pueden sufrir por cuatro o cinco alumnos que por las de alta complejidad, que sufren por todos”, añade Palacín.

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Los expertos piden a la Generalitat un seguimiento inmediato de estas escuelas para ver qué necesitan y aportar soluciones. También proponen ofrecer actividades educativas y de ocio durante el verano para estos alumnos y, de cara a septiembre, una evaluación académica, madurativa y emocional de los alumnos más castigados. Lo primero que pide el director son medios técnicos adecuados para poder mantener una comunicación fluida con sus alumnos y con las familias, salvando barreras lingüísticas. Pero mira más allá y pide “unas nuevas condiciones de vida de partida” (de alimentación, vivienda y ayudas sociales), así como apoyo emocional y formativa a estas familias. “El coronavirus nos recuerda que no se puede agudizar las desigualdades que la sociedad hace invisibles y que nos podemos permitir esta pobreza estructural”, remata.

Sin diferencia entre pública y concertada

Los expertos aseguran que las desigualdades que se produzcan no diferenciarán entre públicas y concertadas, ya que en ambos casos hay escuelas con un número elevado de alumnos vulnerables. “La división entre pública y concertada no funciona, ya que hay diferencias entre escuelas de la misma titularidad. Hay mucha diversidad y no hay un mapa claro”, asevera Miquel Àngel Alegre, sociólogo de la educación y jefe de proyectos de la fundación Bofill.

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