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La crisis pone a prueba una economía fuerte en industria y turismo

Cataluña lleva una semana con esos mercados tocados y viendo cómo la liquidez de las empresas empieza a tambalearse

Un operario municipal organiza material de protección sanitario donado para enviarlo a los diferentes puntos donde hace falta.
Un operario municipal organiza material de protección sanitario donado para enviarlo a los diferentes puntos donde hace falta.Albert Garcia (EL PAÍS)

El coronavirus lleva una semana poniendo a prueba la resiliencia de la economía catalana. Después de haber logrado superar diferentes crisis gracias a su apertura internacional, basada en la fortaleza de sus sectores turístico e industrial, Cataluña lleva una semana con esos mercados tocados y viendo cómo la liquidez de las empresas empezaba a tambalearse, en parte por la gran presencia de pymes en su ecosistema. Las previsiones de crecer un 1,9%, como anunciaba la Generalitat, son pasado. Según las estimaciones de la Cámara, el resultado final podría ser el de contracción.

“Me pillas un poco cabreado hoy [el contacto telefónico se produjo el viernes]. Esta mañana me han llamado tres clientes pidiéndome atrasar 60 días el pago de recibos. Y esto solo acaba de comenzar”. Lo explicaba Xavier Panés, propietario de la pequeña sociedad industrial Tecmesy Ibérica que provee a las grandes cadenas de ferreterías. El suyo es un ejemplo gráfico de lo que está sucediendo estos días: el dinero empieza a no circular en algunos sectores y, a falta de su combustible básico, el motor económico se cala. “Esto es como una vela que se va apagando. De momento aguanta, pero sabes que se apagará”, dice.

Y en eso está la economía catalana, viendo cómo se apaga la vela bajo el manto de la Covid-19. La demanda de electricidad caía el miércoles, día de mayor consumo semanal, un 12,6% respecto a la semana anterior, un impacto notable que pone de manifiesto el freno de mano en la actividad. Además de miles de pequeños negocios con la persiana bajada, la mayor fábrica catalana, Seat, no ensambla coches desde el lunes. Por la estación de Sants, la principal arteria del transporte público catalán, solo pasaba un 10% de las más de 100.000 personas que la utilizaban a diario. Lo mismo sirve para el aeropuerto de El Prat, referente turístico, a un 20% de su actividad. O Fira de Barcelona, otra locomotora económica del área metropolitana, que no espera retomar sus salones hasta junio, con la esperanza de que la economía remonte cuanto antes.

Esa es la gran duda. El cuándo se saldrá del agujero. Xavier Pujol, consejero delegado de Ficosa, el mayor fabricante catalán de componentes para la automoción de Cataluña, señala que “en el mejor de los casos” la situación empezará a mejorar a finales de abril o principios de mayo. “Nadie es capaz de hacer previsiones”, dice Joan Ramon Rovira, director del servicio de estudios de la Cámara de Comercio de Barcelona.

La entidad ha calculado que una paralización como la actual durante 15 días supondría una reducción del 1,7% del PIB. Y que podría ser del 3,3% si el tiempo de detención es de un mes, tal y como parece después de que el Gobierno comunicara ayer su intención de prolongar el estado de alarma dos semanas más.

Todas las previsiones han quedado desfasadas. También la que introdujo la Generalitat en la configuración de sus presupuestos para 2020: crecimiento del 1,9%. “Estamos analizando”, afirman fuentes del Departamento de Economía y Hacienda. La realidad apunta a caída del PIB. Rovira da un consejo: “Olvidemos el PIB. Esto es como si tuviéramos un año bisiesto pero en él no hay un día menos, sino dos meses”.

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“Hace un mes nos preguntábamos: ¿Qué puede ser peor que que se anule el Mobile?”, decía el jueves un consultor hotelero. La pregunta ya tiene respuesta. El coronavirus. Las cadenas turísticas han intentado aguantar la actividad todo lo que han podido, tomando decisiones cada vez más drásticas en cuanto la situación empeoraba y llegaban las órdenes gubernamentales. Ahora solo esperan salvar el verano y que lleguen las buenas noticias. De otro modo, los hoteles que viven de touroperadores internacionales se quedarán fuera del circuito —ese canal reclama tiempo— y dependerán de las comisiones de buscadores como Booking.

“Ahora es muy difícil saber cómo impactará esta pandemia, estamos en un caso muy excepcional”, asume desde el otro lado Rosalía Méndez, una camarera de piso de 40 años que trabaja en el Hotel Vela. Le preocupa qué pasará más adelante, pero ahora espera la presentación de un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE). Es lo que se lleva ahora. La Generalitat ha recibido 25.160 en lo que va de semana. 247.690 trabajadores afectados, una cifra a la que se tendrían que añadir las personas que trabajan para empresas que han presentado sus regulaciones de empleo fuera de Cataluña. “En cinco días he presentado 25 y estoy preparando otros 9”, explica Carlos Usón, abogado laboralista en un pequeño despacho de Tarragona. Su mayor cliente tiene 200 empleados, pero la mayor parte son negocios pequeños, en los que en ocasiones apenas hay un contratado. Peluquerías, bares... desde los que les expresan que no podrían resistir un mes y medio en la actual situación.

Lo mismo pasa en el sector tecnológico. Muchas de sus startups temen que la actual situación impida cerrar las rondas de financiación que estas pequeñas empresas necesitan cada año y medio. “Hay mucha preocupación”, señala Miguel Vicente, director de la Barcelona Tech City, que solicita ayuda a la Administración.

Inversores inmobiliarios a la espera

La paralización de los distintos mercados está generando expectación entre los inversores con liquidez, ante la posible aparición de oportunidades por una caída de precios. “Los precios todavía no están bajando, pero se están cociendo repricings porque las cuentas de resultados siguen estando sobre la mesa y no se van a cubrir los objetivos”, señala Tomás Marc García Permanyer, consejero delegado de la consultora 3Capital. “Hay mucho inversor, comprador o fondo esperando una oportunidad”, dice. En el mercado no se descarta que la falta de liquidez de algunas cadenas para pagar los alquileres de sus establecimientos provoque renegociaciones.




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