Los desenterradores de la memoria en la fosa de Pico Reja

El equipo que trabaja en una de las mayores fosas del franquismo destaca la importancia de mantener vivo el relato de los familiares para ayudar en su tarea científica de identificar a represaliados

Concha González limpia unos restos bajo una de las carpas de la fosa de Pico Reja, en el cementerio de San Fernando, en Sevilla.Alejandro Ruesga

El investigador Juan Manuel Guijo tiene muy clara la filosofía que rige los trabajos de exhumación en la fosa sevillana de Pico Reja: “Cada uno de nosotros tiene asimilado que existe una obligación moral hacia los familiares, que vienen aquí llorando y desesperados porque nadie les ha hecho caso nunca; eso para nosotros es el centro de todo. No podemos engañarlos; no podemos decirles que vamos a recuperar seguro a su abuelo o a su hija. Tenemos que asegurarles que todo...

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El investigador Juan Manuel Guijo tiene muy clara la filosofía que rige los trabajos de exhumación en la fosa sevillana de Pico Reja: “Cada uno de nosotros tiene asimilado que existe una obligación moral hacia los familiares, que vienen aquí llorando y desesperados porque nadie les ha hecho caso nunca; eso para nosotros es el centro de todo. No podemos engañarlos; no podemos decirles que vamos a recuperar seguro a su abuelo o a su hija. Tenemos que asegurarles que todo el procedimiento pasa por una criba científica”.

La fosa de Pico Reja se encuentra en el cementerio sevillano de San Fernando, donde el equipo de Guijo lleva trabajando 17 meses. El grupo, de 10 miembros, suma el rigor y la profesionalidad y la empatía con las víctimas mientras rescatan la memoria de los huesos. Una verdad amenazada por la erosión de 80 años de sepultura.

Son las ocho de una reciente mañana de agosto y el equipo de arqueólogos, antropólogos y documentalistas lleva ya una hora limpiando huesos en silencio. Estudian los cadáveres que yacen entre la arcilla rojiza y los ya dispuestos sobre unas mesas protegidas por toldos. En los 672 metros cuadrados del triángulo de Pico Reja se alzan las carpas bajo las que trabajan. Pasan casi tan desapercibidas como lo estuvo durante ocho décadas esta sima en la que se arrojaron centenares de cadáveres de represaliados durante el verano de 1936 y la posguerra franquista.

Técnica de coloración para identificar cuerpos empleada en la fosa de Pico Reja.

La excavación se inició el 20 de enero de 2020, y los hallazgos y conclusiones del equipo de Guijo sobre la represión cometida por los sublevados en Sevilla supera las expectativas. “La verdad de los verdugos no se reproduce en los archivos. Es la tierra la que habla”, afirma Guijo. Los estudios previos cifraban en 1.103 las personas enterradas, de las que 900 serían víctimas. El sondeo de dos tercios del terreno arroja una realidad todavía más dantesca: se han exhumado restos de 3.116 personas, de los que 545 corresponden a represaliados, según el último informe, de julio de 2021 “Extrapolando lo hallado hasta ahora podríamos tener más un millar de víctimas”, apunta Guijo.

La antropóloga Esther Moragas vacía un cubo de arena que rodeaba un grupo de huesos. “Esto tiene una dificultad añadida. Cuando se empezó, la idea es que todos los individuos iban a ser víctimas, pero ahora tenemos que discernir quién es y quién no lo es”, explica. Guijo comenta que en la fosa “se han mezclado represaliados con desechos funerarios del vaciado de nichos, personas fallecidas en los hospitales o enterramientos alterados in situ”.

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Esta amalgama evidencia una “estrategia de ocultación, porque estaba funcionando desde los años veinte como fosa de caridad y en el verano del 36 encuentran un espacio idóneo para deshacerse de los restos”, precisa el arqueólogo Juan Carlos Pecero.

Del más de medio millar de víctimas que se han recuperado hasta ahora la mitad corresponden a los primeros meses de la Guerra Civil y la otra mitad a la década de los cuarenta, lo que demuestra que, contrariamente a lo que se creía, en Pico Reja también se sepultaron cadáveres del franquismo.

Uno de los miembros de equipo de Pico Reja durante los trabajos para realizar el inventario de los restos de una de las víctimas represaliadas.Alejandro Ruesga

Cada mes se exhuman entre 60 y 100 cuerpos. Solo se analizan los que presentan signos de violencia —orificios de bala, manos atadas a la espalda, restos de ligaduras— o sospechas de la misma. La más clara, que hayan sido enterrados boca abajo. Como los restos que yacen junto a Concha González, auxiliar del equipo, donde asoma parte del talón de un zapato. “Hace unos días, encontramos un grupo de unas 20 personas tiradas boca abajo, con las manos atadas y tiros dados, y otro grupo de cinco con señales de fracturas de los brazos en torno al período de la muerte”, indica González.

La descripción de la escena estremece. “No podemos estar conectados emocionalmente todo el tiempo, aunque hay momentos en los que tienes que pillarte un tiempo y respirar”, destaca Moragas. A su lado, González remacha: “Nos mueve buscar pruebas de la verdad”.

Es habitual que el equipo de Pico Reja reciba las visitas de familiares. Sus relatos, enfatiza Pecero, “ponen voz, cara e identidad a los huesos”. “Aunque no sepas dar un nombre o apellido a ese sujeto, si viene un familiar y te cuenta su historia, completas la imagen de qué tipo de personas están aquí”, prosigue. “Su información es muy útil, pero por encima de todo nos aportan motivación, entiendes que estás dando consuelo a unas familias”.

Esos testimonios orales resultan esenciales. Los relatos perduran y pueden compensar el deterioro que el tiempo ha ejercido sobre los restos. Por eso Moragas reivindica que la Administración también se implique en conservar esas crónicas: “Es una batalla contra el tiempo. Se están perdiendo evidencias, pruebas criminales, tanto por la descomposición de la tierra, las raíces… Los huesos se degradan y yo no puedo precisar si un individuo es hombre o mujer, su edad, y eso es frustrante”.

Trozo de cerebro saponificado que conserva aprehendido el calibre de la bala.Alejandro Ruesga

El equipo de Pico Reja actúa como notario de los restos, de todo lo que les rodea, de lo que esconden y no se ve. Consignan tanto las circunstancias en las que han sido hallados y que pueden arrojar pruebas de cómo murió esa persona (dónde ha aparecido, con quién, la probable posición de su verdugo...), como los rasgos morfológicos o patologías que sufrió, así como los objetos localizados junto a ellos. “Esa documentación puede ayudar en la identificación de la víctima. Cojeras, prótesis dentales… que podemos cotejar con informaciones que tengamos de los familiares”, indica Pecero.

Los expertos de Pico Reja se afanan por desenterrar los restos de memoria que se esconden en los huesos de los más de 500 represaliados arrojados en esa sima, para cruzarlos con los recuerdos de los familiares, para quienes esta fosa, además de una infamia, es un pozo de esperanza tras muchos años de dolor silenciado. Ese es el silencio al que el trabajo de este grupo busca dar voz.

Esta no es una fosa al uso. Puede, como dice Antonio Domínguez —encargado de ensamblar los cráneos con impactos de bala; lleva más de 200—, no ser tan íntima como las de pueblos más pequeños, pero esa magnitud es la que determina su repercusión. “Esto necesita difusión; así menos pábulo se dará a otras interpretaciones intencionadas y falsas”, concluye Domínguez.


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