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Ludovico Einaudi: “En la música también hemos librado nuestra Segunda Guerra Mundial”

El compositor e intérprete italiano, una estrella planetaria del piano que ha colgado el “no hay billetes” para su gira española, vuelve a las esencias con Underwater, una obra gestada en el encierro durante la pandemia y destinada a relajar “la vida acelerada y algo absurda que teníamos”.

Ludovico Einaudi compositor
Ludovico Einaudi, retratado en París.Julie Glassberg (Contacto)
Jesús Ruiz Mantilla

Los sonidos de infancia de Ludovico ­Einaudi (Turín, 66 años) pivotan entre los sonidos del piano que invadían la casa por parte de su madre, Renata, y las discusiones políticas o literarias que sostenían su abuelo Luigi, segundo presidente de la República italiana, o su padre, Giulio, mítico editor de leyenda en toda Europa. Él prefería los primeros. Le evadían. Schumann y Chopin iban más con su carácter retraído que las acaloradas diatribas de la rama paterna. Durante la pandemia, el pianista y compositor se recluyó en el campo piamontino de su infancia y ahora ha vuelto a Turín como base para recalar entre sus giras. Por ejemplo, la que a finales de septiembre le llevará a España, para actuar en Mérida, Córdoba, Sevilla y Madrid, donde lo hará los tres últimos días del mes en el Teatro Real, con prácticamente todo el papel vendido. En ella, Einaudi hará sonar ese piano que, dice, flota y fluye con los sonidos de lo que ha sido su último disco, Underwater, un directo regreso a las esencias que compuso en su encierro durante la pandemia. Alumno de Luciano Berio, aprendió tanto de él como de su madre, un sano eclecticismo que le ha llevado a emparentar a Bach y Vivaldi con los Beatles y a Chopin con Philip Glass, y a ahondar, desde el minimalismo, en la búsqueda de los sonidos que en este tiempo de distorsión y erosión nos acerquen a la armonía y la belleza.

Cuando medito sobre su música, me viene a la cabeza una palabra: agua. Ahora que titula su nuevo disco Underwater, bajo el agua, está claro que no iba tan desencaminado con esa idea.

Pues sí, me gusta la idea del agua porque fluye, como debe hacer la música. Titular mi último disco así tiene que ver también con la sensación de estar sumergido. Una sensación de penetrar en ti mismo. Cuando nadas te colocas en otra dimensión, tu percepción del mundo es ajena a lo sólido, observas desde otra perspectiva.

¿Subconsciente?

Sí, y esta música, al menos lo he intentado, fluye y flota. Te envuelve y evoluciona de otra manera. He intentado que no sufriera interferencias de una esfera artificial. Buscar pureza y alejarla de contaminaciones.

¿Ha conseguido aislarse de la suciedad del ruido para eso?

Es lo que quería, que se desarrollara de manera natural en un proceso propio. Buscar la forma y la emoción pura. Es pura, creo.

Me cuenta esto desde el idealismo, y, cierto, desde la pandemia hemos buscado un contacto más directo en la naturaleza para respirar. Pero ¿no nos hemos sentido además ahogados?

Desde luego. Para mucha gente, la pandemia ha sido un trauma terrible. Pero en mi caso no lo he sentido así. Y como artista expreso mis sentimientos. Para mí, tuvo un efecto positivo y está bien buscarlo y hacer hincapié en ello. Vi cómo algunas especies animales se volvían visibles y el aire se limpiaba por efecto de esa parada. Quizás resultaría más fácil todo si diéramos un paso atrás y disminuyéramos esa vida acelerada, trastornada y algo absurda que teníamos. El hecho de viajar sin disfrutar los destinos, ni verlos, ¿qué sentido tiene? Ahorraríamos muchos recursos.

¿Detenerse es un lujo?

Desde luego, es un lujo, y deberíamos buscar un equilibrio entre lo anterior y lo que venga.

Es una noble aspiración. ¿No estamos algo necesitados de ellas?

Claro. Tenemos que aprender y sacar conclusiones. No será fácil y somos demasiados. Para empezar, algunos mandatarios y líderes deberían dejar de ir a cumbres sobre el clima en jets privados.

Usted siempre se ha movilizado contra el cambio climático. Incluso rodó un vídeo para Greenpeace en el Ártico —Elegy for the Arctic— que fue todo un alegato.

Las cosas nunca ocurren por casualidad. Me sentí muy sorprendido pero honrado de que Greenpeace me invitara a participar en esa acción. Me empecé a concienciar de ecologismo cuando volvía a esos lugares que para mí, de niño, eran paraísos y comprobaba cómo la naturaleza perdía su empuje y algunas especies desaparecían. Hay espacios en los que el mar ha cambiado de azul a gris. Por no hablar de las aberraciones urbanísticas que destruyen los paisajes e incluso el encanto de las ciudades históricas. Te vas concienciando hasta que te das cuenta del desastre general. Durante años tuve la esperanza de que la situación cambiara. Pero no ha ocurrido, vamos a peor: estamos rodeados de plástico, los peces mueren, no hay tiempo.

¿Podemos encontrar un paralelismo para describir lo que ha ocurrido en la naturaleza con la música? Hubo una generación de compositores anterior a la suya que se dedicó a destrozar la armonía. ¿Han debido ustedes volver a las bases para reconstruirla, incluso buscar la melodía y la belleza?

En los años cuarenta y cincuenta se llegó a una obsesión con la decadencia, con un mundo que se descomponía. Se alcanzó un pico en este sentido. Había ocurrido el desastre de la Segunda Guerra Mundial, y de hecho, en la música, nosotros también hemos librado nuestra Segunda Guerra Mundial. Reconstruirlo todo ha sido difícil, duro. En muchos casos, en el arte hemos tenido que empezar de cero.

¿En cuáles?

No siempre ocurre lo que tienes planeado y, por ejemplo, después de todo eso, en la música iba surgiendo un movimiento de expresión popular muy importante. Este buscaba el baile, la melodía, los ritmos. En una palabra: era joven. Y esa energía, aquella explosión, superó la mentalidad de la música clásica y de aquellos creadores que venían de esa tradición, incluso para ponerla en cuestión. Fue mucho más poderosa.

Y contagiosa.

Como adolescente, yo me deslumbré con aquel mundo. Me influenció mucho más aquella revolución, no solo musicalmente, también como persona. En la manera de comportarme, de vestir, de llevar el pelo. Nos invadía un fuerte deseo de cambiar. Como artista quise trasladar eso a mi mundo, no pude resistirme a ello.

Aunque también le influyó otra figura que venía del otro espacio, como Luciano Berio.

Sí, él fue mi maestro y trabajé con él muchos años. Pero Berio era un personaje muy abierto. Le encantaban los Beatles, la música africana, el jazz… Entendió perfectamente hacia dónde se dirigía el mundo.

El compositor y pianista Ludovico Einaudi, durante una actuación en la Sala Pleyel de París en abril.
El compositor y pianista Ludovico Einaudi, durante una actuación en la Sala Pleyel de París en abril.Julie Glassberg (Contacto)

Es decir, ¿un hereje en su propio mundo?

Sí, porque aquellos círculos estaban llenos de fanáticos e ideas muy dogmáticas.

¿Por ejemplo, Pierre Boulez y sus seguidores?

Sí, claro, Boulez era listo, inteligente, pero dogmático y fanático. Berio, en cambio, representaba lo contrario. Se conectó con el folk, el pop, y al final lo despachaban con cierta sonrisa de desprecio, de condescendencia. No lo consideraban tan puro del nuevo dogma como debería ser. Sin embargo, para mí, y visto hoy, era un artista fabuloso, que supo conectar desde las raíces el pasado y el presente de manera auténtica.

¿Quizás la clave para evolucionar, incluso revolucionar, sea mostrarse fiel a una tradición en vez de intentar demolerla? En ese sentido, ¿qué ha sido más importante para usted? ¿Bach o el minimalismo?

Bach siempre es un gran punto de partida y una referencia. Cuando necesito inspiración, espiritualidad, complejidad, arquitectura, lo escucho y no falla. Y el minimalismo, en mi caso, es la llave que me abre una nueva forma de trabajar con las armonías, las melodías y el ritmo. En ese sentido, para mí, la figura fundamental es Philip Glass. Esa obra que nunca termina, que parece que se repite pero, en cambio, evoluciona constantemente con una especie de actitud budista. Él es pragmático.

¿Matemático también?

Además, en muchos sentidos. Para mí, en lo que ha sido mi formación e influencias, fundamental.

Una vez, Philip Glass se encontró con Paul Simon. Este le empezó a adular diciéndole cuánto veneraba sus óperas, sinfonías, obra para cámara, orquesta, piano… Y Glass le contestó: “Ah, ¿sí? Pues yo lo cambiaría todo por una de tus canciones”.

Es bueno, es bueno eso. Eso resume la importancia de la música popular. Las melodías de una canción resultan inmortales. Se nos revelan como una pura inspiración divina.

Quizás tanto que dentro de cien años, cuando la gente mire al siglo XX, ¿no serán más importantes Lennon y McCartney que Boulez o Stockhausen?

Desde luego. Serán los clásicos de nuestro tiempo. Yo, de hecho, escucho mucho más a Lennon y McCartney que a Stockhausen. Quizás cuando acudo a ese tipo de compositores lo hago por un deber intelectual que me dura 10 minutos, mientras que a los Beatles podría escucharlos cada día. Y la calidad de emoción que me proporcionan es máxima.

Ni siquiera resulta necesario enchufarlos en un reproductor, andan en nuestras cabezas, continuamente, dentro de nosotros.

Absolutamente. Y el bagaje de referencias musicales que usan es tan enorme que son una enciclopedia musical, a cada paso ensayaban nuevos pasos y tendencias. Como escuchar una tremenda amalgama que va de la música sacra al hinduismo en una sola canción.

"En una situación donde encuentro mucha gente alrededor, no hablo". Ludovico Einaudi en París.
"En una situación donde encuentro mucha gente alrededor, no hablo". Ludovico Einaudi en París.Julie Glassberg (Contacto)

Aunque para ser músico, si los Beatles representan una buena referencia, imagino que el hecho de haber nacido en Italia, mucho más.

Sí, claro. Hemos hablado de Bach, pero no de Vivaldi o de Monteverdi…

O Verdi o Puccini. La música occidental nació allí… ¿Pesa?

Sí, aunque nunca me lo planteo así. No pienso en herencias cuando compongo.

Pero ahí deben de andar…

Sí, lo que no sé, en mi caso, es dónde. Mejor que lo analicen otros que yo mismo.

Mejor para usted, porque venir de un país en que se ha inventado la ópera, formas musicales que van del concierto a la sonata o instrumentos como el violín y el piano…, insisto, debe marcar.

Sí, sí. A veces, la relación con la historia puede resultar muy agobiante. Por eso debo centrarme en que brote de manera natural. Si te pones a pensar demasiado en esas cosas, te pierdes. Ese ha sido el problema de los músicos de aquella generación de los cincuenta, que pensaban demasiado en esas cosas.

También su herencia familiar con su país es potente. Su abuelo fue el segundo presidente de la República italiana entre 1948 y 1955. ¿Qué hubiese dicho él si, como pudo ocurrir este año, Berlusconi hubiera sido elegido para ese mismo puesto?

No hubiera tenido una buena reacción. ¡Se removería en la tumba! Estamos viviendo tiempos locos en el mundo y en mi país.

Y de sus padres, ¿qué me cuenta?

Mi padre fue uno de los grandes editores de este país. Con un ambiente así en casa, tan intelectual, la música era mi refugio. Y eso viene por parte de mi madre, su familia era completamente musical. Ella tocaba el piano, y mi abuelo materno, Wando Aldrovandi, triunfó como compositor y director musical. Conoció a Puccini y dirigió algunas de sus óperas, pero con el fascismo emigró al Reino Unido, luego a Australia, y no pudo regresar. Se marchó cuando mi madre tenía 12 años, por trabajo, pero estalló la Segunda Guerra Mundial y no pudo volver. Murió fuera en 1952.

Una triste historia.

Sí, a ella le afectó mucho. En fin, queda su herencia en nosotros. Para mí, la música se convirtió en la manera de permanecer en contacto con las emociones. No identificaba mi mundo con el de la economía, la política, eso que se bebía en nuestra casa. Un ambiente intelectual muy marcado. Yo me sentía en contacto conmigo mismo y completamente libre a través de la música. Para mí resultó fundamental que mi madre me aportara esa faceta. Me tocaba tanto a Chopin como a los Beatles.

Puro eclecticismo.

Total. De Schumann a Bob Dylan o los Rolling Stones, entraba todo. Las canciones son forma, bien, pero también aliento. Te la sacas de encima y vas a otra.

La música de Chopin también tiene algo de eso, en sus formas: estudios, baladas, valses, mazurcas. Imagino que es otra de sus grandes influencias.

Desde luego, también en él la música era algo muy orgánico. Se sentaba, le invadía y lo sacaba fuera. Me fascinan sus Preludios, poseen una construcción armónica increíble. Representaron una revelación para mí. Un piano en mi casa tenía una presencia total. Estuvieras junto a él o en tu habitación leyendo un cómic. Recuerdo que el preludio número cuatro, en concreto, ejercía una especie de embrujo, me producía una atracción muy fuerte, en cierto sentido notabas que le alimentaba y enriquecía. Un don que te interpelaba. Por medio de él, comencé a conectarme profundamente a la música y a apreciarla. No pude ya separarme más de esas emociones, me secuestraron.

Esa influencia se nota en su música, particularmente la de los Preludios.

Sí, también el número 15, que se conoce como la gota de agua, el más largo de la serie, me tocó.

Imagino que fue un niño tímido.

Sí, o, más bien, tranquilo. Todavía lo soy. En una situación donde encuentro mucha gente alrededor, no hablo. Escucho, pero apenas hablo. Sigo así. Discreto, algo retraído. Prefiero una relación uno a uno, ya más de tres me incomoda. Hablo a través de la música, de esa manera creo que soy más interesante. Más que a través de las palabras. Incluso cuando leo las entrevistas que me hacen, pienso que habría podido articular mejor las respuestas. O, si me piden algo escrito, lo reelaboro una y otra vez.

¿Su lenguaje es la partitura y no el alfabeto?

Es así, no llego al mismo nivel ni calidad con el alfabeto que con las notas musicales.

Que eso lo diga el hijo de una leyenda de la edición en Italia…

Sí, aunque tengo una pequeña anécdota en ese sentido que me tranquiliza. Una vez tuve que escribir una nota al programa de una obra de Berio y la leyó Italo Calvino, que era muy amigo de mi padre. Para mí era el tío Italo. Y me dijo: “Disfruté mucho ayer el concierto, pero también de la nota al programa que escribiste”. Eso me hizo feliz. Más cuando hablamos de un escritor que podía emplear días en una frase. Muy obsesivo. Si me hubiese dedicado a escribir, sería como él. Pero en la música me siento ahora mucho más suelto, me resulta más fácil componer.

Hablemos del cine. ¿Cree que ese medio ha construido un puente entre la vanguardia y el clasicismo como modo de expresión?

Sí, las películas representan un nuevo mundo que relaciono con la ópera. Ahí se mezclan diferentes modos de expresión. Estamos viviendo una evolución con las series. En ambos puedes desarrollar nuevas ideas, sonidos, en diálogo con la imagen. Son perfectos para investigar nuevos lenguajes y expresión. Aprendes además de otros compositores y, encima, aumentas mucho tu público.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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