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Constructores de utopías que conquistan el mundo

Navegar más limpio. Enchufarse a un jardín. Detectar con un botón una dolencia mientras se duerme. Bucear en el cerebro. Soñar con curarlo. Sumergir ordenadores para atajar su gasto energético. Ideas para un futuro mejor. Ejecutadas por investigadores, emprendedores e ingenieros españoles. Esta es su historia.

Un gorro para entender el cerebro. Ana Maiques (Valencia, 1972) fundó el grupo de investigación Starlab Barcelona, dedicado a aplicar la física y las matemáticas al estudio del espacio y el cerebro. Su visión de este como un circuito eléctrico es el punto de partida de Neuroelectrics, cuyos dispositivos utilizan hoy centros de investigación en 45 países. En Boston han levantado su primera ronda de financiación para realizar ensayos clínicos sobre el tratamiento de la epilepsia y la depresión.
Un gorro para entender el cerebro. Ana Maiques (Valencia, 1972) fundó el grupo de investigación Starlab Barcelona, dedicado a aplicar la física y las matemáticas al estudio del espacio y el cerebro. Su visión de este como un circuito eléctrico es el punto de partida de Neuroelectrics, cuyos dispositivos utilizan hoy centros de investigación en 45 países. En Boston han levantado su primera ronda de financiación para realizar ensayos clínicos sobre el tratamiento de la epilepsia y la depresión.Vicens Gimenez (© Vicens Gimenez)

Las tecnologías digitales tienen un largo futuro detrás de sí. Llevaban años llegando. Comprar desde casa, trabajar en cualquier lugar o relacionarse virtualmente, llegaría. De repente, llegó. El comercio electrónico superó en 2020 las previsiones para 2025. El teletrabajo, no estipulado la segunda semana de marzo de 2020, era obligatorio la tercera. La tecnología convertía nuestros hogares en aulas, oficinas o tiendas. Cuidábamos, compartíamos y hasta despedíamos a nuestros seres queridos a través de una pantalla. Un virus, biológico y no digital, nos llevaba directos, como en un salto cuántico en el tiempo, a ese futuro digital que tantos pronosticaban. Ahora que el futuro fue ayer, toca preguntarnos qué podemos esperar mañana. En un escenario complejo, de infinitos futuros posibles, la tecnología define los probables, pero las personas debemos construir los deseables. Modelos ideales que, como el horizonte, puede que por mucho que avancemos no logremos alcanzar, pero nos sirven para seguir caminando. Un puñado de científicas y emprendedores españoles se han acercado un poco más a él.

La salud, ese propósito

La catedral que dejaremos a los que vendrán tiene, sin duda, pilares tecnológicos, pero muy alejados de la visión ultraliberal del bulímico Silicon Valley. Otro modelo es posible. El de “solucionar problemas relevantes de forma responsable”, que defiende Ana Maiques, cofundadora y consejera delegada de Neuroelectrics, una start-up que ha creado gorros de estimulación cerebral que hoy utilizan centros de investigación en 45 países. “El uso que hacemos de la tecnología no es neutro. Los emprendedores elegimos. Nosotros tuvimos ofertas millonarias para centrarnos en la aplicación de nuestra tecnología a los videojuegos. Pero no era lo que queríamos. Después de 20 años investigando en esto, ¿quieres que sirva para entretener a adolescentes o para salvar vidas?”. Elon Musk y algunos gigantes tecnológicos utilizan tecnología parecida en nuevas herramientas de productividad y experiencias de entretenimiento. La misma tecnología con propósitos muy diferentes.

Esther Rodríguez-Villegas es catedrática en el Imperial College de Londres y lleva años investigando en circuitos de baja potencia. Esa es la base de los wearables (dispositivos que llevamos en contacto con el cuerpo) médicos que hoy diseña. Investigación de impacto para tecnología con propósito. Si la ciencia es el viaje de ida, que permite ver más allá, la tecnología es el de vuelta, que pone lo aprendido a disposición de cuantas más personas mejor. “Por eso pasamos del laboratorio al emprendimiento. Montar dos empresas, Acurable y TainiTec, es la consecuencia de querer materializar en la sociedad lo que investigamos”, afirma Rodríguez-Villegas. En su primer año en Londres descubrió Chalfont, el pueblo fundado por enfermos de epilepsia en el siglo XIX. Allí vio niños con pesados cascos, mujeres cableadas en cama y un gran problema de esos que le encanta resolver: evitar la muerte súbita en estos enfermos. La búsqueda de soluciones a ese problema llevó a la resolución de otro: la detección de la apnea del sueño. Una de esas enfermedades silenciosas que reducen la calidad de vida de millones de personas. El 80% de los enfermos está sin diagnosticar. Descansar mal puede producir accidentes graves, dormirse al volante es una de las causas más frecuentes de los choques mortales de tráfico. Acurable comercializa un pequeño sensor que, colocado en el cuello, permite diagnosticar esa dolencia. Con él ganó en 2015 el Xprize, uno de los premios más prestigiosos del mundo, que reconoce “avances radicales en beneficio de la humanidad”.

Plantas que generan electricidad. Pablo Vidarte (Sevilla, 1996) aprendió a programar con 10 años. Con 16 ganó un concurso organizado por la NASA para optimizar el funcionamiento de un motor de combustión externa. Al mismo tiempo, creó su primera empresa. Con 20 años fundó Bioo, un proyecto que trata de aprovechar la energía generada por las plantas para transformar la agricultura y las ciudades. Es también el creador del piano vegetal del Ibiza Botánico Biotecnológico, donde también fusiona naturaleza y tecnología con energía que obtiene de plantas.
Plantas que generan electricidad. Pablo Vidarte (Sevilla, 1996) aprendió a programar con 10 años. Con 16 ganó un concurso organizado por la NASA para optimizar el funcionamiento de un motor de combustión externa. Al mismo tiempo, creó su primera empresa. Con 20 años fundó Bioo, un proyecto que trata de aprovechar la energía generada por las plantas para transformar la agricultura y las ciudades. Es también el creador del piano vegetal del Ibiza Botánico Biotecnológico, donde también fusiona naturaleza y tecnología con energía que obtiene de plantas.Vicens Gimenez (© Vicens Gimenez)

El de la apnea no será el último problema que solucione Rodríguez-Villegas. Dispositivos como el que ya comercializan podría servir para diagnosticar de forma precoz otros trastornos. Pero al tratarse de productos médicos, las exigencias son máximas, y el proceso de autorización, lento. Justo en esa fase se encuentra hoy Neuroelectrics. Realizando ensayos clínicos para enfermos de epilepsia. Los resultados preliminares son prometedores. Diez sesiones de 20 minutos de estimulación cerebral reducen el 50% los ataques en niños. Simultáneamente, tienen otro estudio clínico sobre depresión y proyectos en fase preclínica sobre el alzhéimer. “Como humanos podemos identificar galaxias a años luz de distancia, pero aún no hemos descubierto el misterio de esos 1,3 kilos de materia que se alojan entre nuestras orejas”, afirmaba Barack Obama en 2013 en la presentación del proyecto Brain. Son 4.500 millones de dólares (unos 3.800 millones de euros) en 15 años para llegar al rincón más desconocido de la naturaleza: nuestro cerebro. Los 86.000 millones de neuronas formando una tupida red que Ramón y Cajal definió como “selvas impenetrables”. Un número del orden de magnitud del de estrellas en la Vía Láctea (unos 200.000 millones) con un funcionamiento del que sabemos tan poco como del espacio exterior. El símil astrofísico no es gratuito. Ana Maiques y su socio, el físico Giulio Ruffini, formaron en 2001 Starlab, que aplicaba la física a la investigación del cerebro y el espacio en el Observatorio Fabra de Barcelona. Un viaje que termina en Boston, al otro lado del Atlántico, para crear observatorios digitales para mirar las neuronas.

Acurable y Neuroelectrics forman parte de la revolución tecnológica que vive la salud. Órganos artificiales como el páncreas que desarrolla el médico Eduardo Jorgensen y su empresa, Medicsen; inteligencia artificial aplicada al análisis de historias clínicas como la que utiliza la start-up madrileña Savana; big data para la detección temprana del cáncer como hace la vallisoletana Amadix, o exoesqueletos que permiten a niños con parálisis recuperar la movilidad como Atlas 2030, desarrollado por Elena García Armada, investigadora del CSIC y fundadora de Marsi Bionics. Mejoras exponenciales que la tecnología está aportando a la salud tratando la enfermedad con un enfoque multidisciplinar. “Nosotros estudiamos el cerebro como un gran circuito eléctrico. Aplicamos la física y las matemáticas para entender un sistema fisiológico. En nuestro equipo hay biólogos, físicos, ingenieros y médicos”, afirma Maiques. Y es que esa catedral que dejaremos crece como un bazar: plural, abierto, diverso, complejo y vivo.

Velas robóticas. A la ingeniera Cristina Aleixendri (Barcelona, 1991) no le gustaban las matemáticas, pero siendo aún una niña, tres profesores le explicaron cómo estas podían servir para cambiar el mundo. El último año de universidad conoció a los que hoy son sus socios en la empresa que concibieron como proyecto fin de carrera. Fabrican una vela autónoma capaz de reducir el consumo de combustible hasta un 30% en todo tipo de barcos. Una de ellas ya surca los mares. Otra estará en el barco de La Fura.
Velas robóticas. A la ingeniera Cristina Aleixendri (Barcelona, 1991) no le gustaban las matemáticas, pero siendo aún una niña, tres profesores le explicaron cómo estas podían servir para cambiar el mundo. El último año de universidad conoció a los que hoy son sus socios en la empresa que concibieron como proyecto fin de carrera. Fabrican una vela autónoma capaz de reducir el consumo de combustible hasta un 30% en todo tipo de barcos. Una de ellas ya surca los mares. Otra estará en el barco de La Fura.Vicens Gimenez (© Vicens Gimenez)

Salvar el planeta

Tras un año centrados en el reto más urgente del último siglo, no podemos perder de vista el más importante: la emergencia climática. Hay innovaciones que buscan ayudar en el camino hacia el aún lejano horizonte de la descarbonización. Como explica Pablo Vidarte, fundador de Bioo, “el cambio hacia un futuro más verde tiene a la sostenibilidad como eje central y a la tecnología como poderosa herramienta”. Fundó su primera empresa a los 16 años y lo tiene claro: “La época de las start-ups egoístas pasó, necesitamos soluciones innovadoras que mejoren la calidad de vida. Nosotros lo hacemos fusionando naturaleza y tecnología con interruptores biológicos o baterías que se enchufan al suelo para generar electricidad a partir de la vegetación”. Su objetivo es transformar las ciudades y la agricultura. Si las plantas pueden generar energía para alimentar dispositivos y sensores de las ciudades inteligentes, la presencia de más zonas verdes sería imprescindible. El sueño de una urbe en la que su vegetación alimenta sus servicios ciudadanos aúna como pocas esa visión europea del futuro digital y sostenible. En la agricultura, cada vez más sensorizada para optimizar los recursos, una fuente de alimentación natural, gratuita y sin necesidad de reemplazo ofrece infinitas posibilidades.

Las energías renovables son el eje de multitud de proyectos de innovación tecnológica. Rated Power, en Madrid, desarrolla software para acelerar la construcción de plantas solares. Las baldosas fotovoltaicas de la sevillana Solum utilizan la energía del astro rey para alimentar bicicletas y patinetes o motos eléctricas de reparto como las de la también sevillana Scoobic o la vizcaína Nuuk Mobility. Todas ellas pueden utilizar cargadores de Wallbox, fabricante español que lidera el mercado mundial. Pero el impacto ambiental del transporte no es solo un problema de las ciudades ni son solo los vehículos con ruedas los que contaminan. “El Banco Mundial calcula que un solo gran buque de transporte marítimo produce tanto azufre como 50 millones de automóviles. Antes de la entrada en vigor de la regulación de 2020, los 16 mayores buques del mundo quemando fuelóleo emitían más dióxido de azufre que todos los coches del planeta juntos”, explica Cristina Aleixendri, cofundadora y COO de Bound4blue.

Dispositivos que salvan vidas. Esther Rodríguez-Villegas (Sanlúcar de Barrameda, 1975) estudió Física porque le encantaban las matemáticas. Le apasionaba resolver problemas complejos. Su respuesta a uno que llevaba años abierto le abrió las puertas del Imperial College en Londres antes incluso de ser doctora. Allí descubrió problemas del mundo real, como el de los epilépticos. Buscando soluciones, creó el grupo de investigación Wearable Technologies Lab, el germen de las dos empresas que hoy dirige.
Dispositivos que salvan vidas. Esther Rodríguez-Villegas (Sanlúcar de Barrameda, 1975) estudió Física porque le encantaban las matemáticas. Le apasionaba resolver problemas complejos. Su respuesta a uno que llevaba años abierto le abrió las puertas del Imperial College en Londres antes incluso de ser doctora. Allí descubrió problemas del mundo real, como el de los epilépticos. Buscando soluciones, creó el grupo de investigación Wearable Technologies Lab, el germen de las dos empresas que hoy dirige.Manuel Vázquez

El conjunto de la industria naval, que se quedó fuera de los Acuerdos de París, es responsable de aproximadamente el 2,2% de todas las emisiones mundiales de gases contaminantes, con unos 800 millones de toneladas al año. “No somos conscientes de la relevancia del transporte marítimo. Si miramos a nuestro alrededor, casi todo lo que vemos estuvo alguna vez en un barco. Como producto terminado o como materia prima para fabricarse, en algún momento, surcó los océanos”, apunta Aleixendri. Su propuesta para hacerlo más sostenible es volver a utilizar el viento, el más tradicional de los métodos de navegación.

Cuando era niña, no le gustaban las matemáticas, pero le explicaron que podían servir para cambiar el mundo. Buscando esas profesiones, escribió desde su Hotmail a la NASA para preguntar. Físicas, matemáticas e ingenieras de cualquier nacionalidad serían bienvenidas, contestaron los de Houston. Se decidió por la tercera y acabó encontrando en la ingeniería esos problemas que le encanta resolver. Diseñando barcos generadores de hidrógeno, ella y sus socios concibieron una vela aerodinámica capaz de reducir el consumo de combustible hasta un 30% en todo tipo de barcos. La primera de ellas ya surca los océanos, la segunda impulsará este año La Naumon, el barco de La Fura dels Baus. “Las velas que diseñamos en Bound4blue se parecen más a la cola de un avión. Son dispositivos aerodinámicos que aprovechan diferencias de presión para propulsar el barco”. Son autónomas. Un sistema informático y un conjunto de sensores controlan y manejan la vela para obtener la máxima propulsión. El siguiente paso, volver a la idea de partida. Las velas son uno de los elementos de un sistema de generación limpia de hidrógeno: barcos con velas aerodinámicas y turbinas sumergidas capaces de producir el que muchos consideran el combustible del futuro. Para conseguirlo es importante la inversión pública pero también privada, subraya: “Los fondos de capital riesgo europeos pecan precisamente de no asumir riesgos. Les asusta el dinero y, sobre todo, el tiempo que estos proyectos necesitan”. La apuesta por una industria sostenible es clave para construir la prosperidad en el medio y largo plazo.

Sumergir centros de datos. Daniel Pope (Barcelona, 1983) comenzó con 16 años a ofrecer servicios de alojamiento web desde su habitación. Le fue bien. Pasó a alojar 20.000 en cinco centros de datos. En 2009 le vendió el negocio a Telefónica. Vio el problema que suponía la refrigeración y el nefasto impacto que tenía en el medio ambiente. En 2013 fundó Submer, que consigue reducir el 90% la energía para refrigerar centros de datos sumergiéndolos en un fluido.
Sumergir centros de datos. Daniel Pope (Barcelona, 1983) comenzó con 16 años a ofrecer servicios de alojamiento web desde su habitación. Le fue bien. Pasó a alojar 20.000 en cinco centros de datos. En 2009 le vendió el negocio a Telefónica. Vio el problema que suponía la refrigeración y el nefasto impacto que tenía en el medio ambiente. En 2013 fundó Submer, que consigue reducir el 90% la energía para refrigerar centros de datos sumergiéndolos en un fluido.Vicens Gimenez (© Vicens Gimenez)

Sostenibilidad, siempre

La tecnología es una herramienta fundamental para avanzar en los objetivos de desarrollo sostenible. Pero su implantación no es neutra en lo que a estos objetivos se refiere. La tecnología tiene sesgos, crea brechas, automatiza la desigualdad y favorece modelos de consumo poco responsables. Hoy, multitud de instituciones, colectivos y comunidades tratan de combatir estos efectos. Quizás uno de los menos conocidos es el impacto en el medio ambiente. Sirva un ejemplo: una sola transacción en bitcoin, esa criptomoneda de la que todo el mundo habla y casi nadie entiende, consume más energía que un hogar medio en una semana. Con más de 300.000 transacciones al día, el bitcoin usa más electricidad que países enteros como Irlanda o Marruecos. Esa es solo una de las aplicaciones de los centros de datos. Enormes edificios llenos de servidores. Salas de máquinas que son a la transformación digital lo que las fábricas fueron a la industrial. Suponen ya más del 1% del consumo eléctrico mundial. Especialmente en Asia, consumen energía generada en centrales térmicas muy contaminantes. Es urgente reducir su consumo, sobre todo las ingentes cantidades de energía que necesitan para refrigerar los equipos electrónicos.

Una empresa barcelonesa parece haber encontrado una solución: enfriamiento por inmersión. “Sumergir los equipos en un fluido biodegradable no conductor eléctrico permite ahorrar el 90% de la energía de refrigeración”, explica Daniel Pope, fundador y consejero delegado de Submer, otro emprendedor precoz. A los 16 años ya ofrecía servicios de alojamiento web en su casa. Llegó a alojar 20.000 en distintos centros de datos. Siempre pensó que tenía que haber otra manera de atajar el gasto energético de la refrigeración. Hoy “su manera” la utilizan supercomputadores y grandes centros de datos en más de 20 países. “Si no hacemos nada, el impacto global en sostenibilidad será nefasto”, alerta. “Son fundamentales los modelos de economía circular que surgen de aprovechar la energía calorífica generada”. El corazón de la digitalización también puede ser verde.

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