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Del veneno al antídoto en un año

Vacunada a los 90. Una enfermera del Hospital Universitario de Coventry (Inglaterra) administra a la paciente Margaret Keenan, de 90 años, la vacuna de Pfizer/BioNtech contra la covid, el pasado 8 de diciembre. Keenan se convirtió así en la primera persona en ser vacunada en el Reino Unido, que se adelantó a otros países europeos y a Estados Unidos en la autorización de este inyectable contra el coronavirus.
Vacunada a los 90. Una enfermera del Hospital Universitario de Coventry (Inglaterra) administra a la paciente Margaret Keenan, de 90 años, la vacuna de Pfizer/BioNtech contra la covid, el pasado 8 de diciembre. Keenan se convirtió así en la primera persona en ser vacunada en el Reino Unido, que se adelantó a otros países europeos y a Estados Unidos en la autorización de este inyectable contra el coronavirus.Jacob King (AFP)
Javier Sampedro

Nos creíamos a salvo de nuestras sociedades hiperprotegidas e hicimos oídos sordos a las señales anticipatorias que lanzaron otros virus y a quienes pedían planes de contingencia

Este año largo y triste empezó con la peor noticia imaginable, un virus desconocido con un potencial pandémico que tardó unos meses en hacerse evidente en Occidente. Pero también acaba con la mejor noticia posible dada la situación, la llegada de las vacunas anticovid. No van a resolver la pandemia de martes a jueves, pero lo harán en la segunda mitad del año en los países ricos, y ojalá un par de años después en el mundo en desarrollo. Las vacunas son una herramienta esencial de la medicina y una de las razones —junto a los antibióticos y el saneamiento de las aguas— de que la esperanza media de vida se duplicara en el siglo XX en los países occidentales, de 45 a 90 años redondeando un poco. Pero nunca la ciencia había respondido tan deprisa a un virus emergente. Hemos viajado del veneno al antídoto en un solo año. Esto es en sí mismo un hito sin precedentes que requiere reflexión. Los historiadores de la ciencia tendrán tiempo más adelante para analizar el asunto a fondo, pero hay unas cuantas explicaciones que podemos avanzar incluso ahora, cuando todavía estamos inmersos en la segunda ola pandémica y viendo venir la tercera tras las desaconsejables celebraciones navideñas. La primera es la veloz perspicacia de los científicos ante la amenaza. Virólogos, epidemiólogos, inmunólogos y genetistas se pusieron en marcha en enero, en el mismo momento en que los científicos chinos publicaron la secuencia genética (gatacca…) del SARS-CoV-2, cuando todavía no tenía ni ese nombre ni ningún otro (aparte de la designación “virus chino” que tanto le gustaba a Donald Trump). Como fuego por la paja ha corrido el chascarrillo de que Bill Gates había predicho la pandemia en una conferencia, e incluso presentado la foto de un coronavirus como ilustración. Y es cierto. Pero la razón de que uno de los grandes filántropos de nuestro tiempo mostrara esa presciencia es que Gates está muy bien informado por la élite científica, que lleva décadas advirtiéndonos del riesgo de los virus emergentes con potencial pandémico. Y la diapositiva del coronavirus se explica porque los virus de esa familia, como el SARS y el MERS, ya habían amenazado al mundo en la década pasada, como también ciertas versiones del virus de la gripe. ¿Recuerdan? H1N1, H5N1 y todo aquel potaje de siglas que ya parecen arcaicas, pero que siguen por ahí esperando su oportunidad. Hay más razones para el hito científico. En un segmento en el que el secreto industrial y las patentes suelen dominar el panorama, hemos visto en este caso una considerable colaboración entre el sector público y el privado y también a través de las fronteras. Los reguladores han auditado los ensayos clínicos desde el principio, y las tres fases de los ensayos se han solapado para acelerar el proceso. Son lecciones muy importantes que aprender para el futuro. Y la más esencial de todas es que Gobiernos como el español deben invertir intensamente en ciencia y medicina. Si eso ocurre, 2020 habrá sido un buen año pese a todo.

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