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palos de ciego
Columna
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Dos libros y una sola canción

Javier Cercas

Hasta aquí, mis recomendaciones. Hagan lo posible por pasar un verano feliz y manden a la mierda lo demás

Hagan un experimento: cojan ahora mismo su iphone, entren en Google, escriban “Girls just want to have fun”, pongan esa canción que han oído mil veces en mil versiones distintas, escúchenla atentamente en su versión original, a ser posible viendo el videoclip que muestra a Cyndi Lauper bailando como loca con sus amigotes por las calles de Queens, recuerden todas las cosas tristes de este mundo e intenten sentirse desdichados. ¿A que no hay manera? No la hay. La esencia de la música es la alegría, y esa canción de Lauper es una de las canciones más alegres del mundo.

“Girls just want to have fun” apareció en 1983, pero yo sólo he comprendido su importancia vital este verano, razón por la cual la he convertido en la canción del verano. En realidad, quien me lo ha hecho comprender es Sergio del Molino, que le dedica un capítulo subversivo en su último libro, La piel. Del Molino también tardó bastante en comprender el valor de ese tema, porque, aunque es mucho más listo que yo, de joven cometió algunos de los errores que yo cometí (todos no: imposible), empezando por el que hemos cometido todos los jóvenes acomplejados y con ínfulas intelectuales: despreciar la música popular, las canciones que llenan las pistas de las discotecas. Ya sólo por eso merece la pena leer La piel. Éste, a simple vista, puede parecer un libro raro, casi extravagante; no en vano sus páginas agavillan relatos, ensayos, crónicas y fragmentos de historia, biografía y autobiografía por donde desfilan asesinos de masas, escritores célebres, emperadores del narco, novias punk y un sinfín de personajes convocados por un hecho elemental: la psoriasis que le diagnosticaron a Del Molino a los 20 años y que le ha torturado desde entonces. La verdad, sin embargo, es que en La piel —igual que en otros libros suyos— Del Molino no hace más que usar a su modo libérrimo ese género híbrido, casi infinitamente versátil y omnívoro que llamamos novela y, por esa vía, alumbra una poderosa reflexión sobre nuestra fragilísima condición humana y demuestra que, como escribió Paul Valéry, lo más profundo es la piel. Por lo demás, es imposible no pensar en Del Molino al leer Un hipster en la España vacía, de Daniel Gascón, cuyo título alude a aquel ensayo célebre en el que Del Molino acertaba a hacer lo más difícil: nombrar una realidad que todos teníamos delante de las narices, pero nadie acertaba a ver. Gascón, bien pensado, lleva a cabo en su libro una operación inversa y complementaria: mostrar cómo el filtro de algunas ideologías —el ecologismo, el feminismo, la llamada memoria histórica— impide a veces ver la realidad tal y como es. Sobra añadir que Gascón no está diciendo que esas ideologías yerren: en realidad, no hay causa más justa que la de la preservación del planeta, la de la igualdad entre mujeres y hombres o la que urge hacer las paces con el pasado; lo que dice Gascón es algo mucho más sutil (y más necesario), y es que una buena causa bien defendida es una buena causa, pero una buena causa mal defendida corre el riesgo de convertirse en una mala causa. Gascón lo dice sin sermones, regañinas ni amarguras. De hecho, la principal virtud de esta novela es aquello que, en este país donde goza de tanto prestigio la solemnidad pomposa y palabrera, muchos considerarán su peor flaqueza: su humildad, su falta absoluta de pretensiones. Un hipster se presenta en efecto como una intrascendente novela de risa donde se cuenta la historia de un urbanita intoxicado de pensamiento de garrafón que aterriza como un extraterrestre en un pueblo perdido de Teruel, pero lo cierto es que en ella Gascón —lúcido analista de la política española— pergeña un retrato demoledor y exactísimo, además de hilarante, de la realidad de nuestro país; también un retrato compasivo: al fin y al cabo, el hipster del título no es más que un tonto entrañable, que es casi lo máximo que se puede aspirar a ser en esta vida.

Hasta aquí, mis recomendaciones literarias estivales. Ahora vuelvan a coger su iphone, vuelvan a poner en él “Girls just want to have fun”, hagan lo posible por pasar un verano feliz y manden a la mierda todo lo demás.

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