_
_
_
_
_

Julia de Castro y la semilla de la liberación

Fernando Navarro

Arrolladora, polifacética, provocadora. Así es Julia de Castro, la cantante que despidió el dúo De la Puríssima con un entierro. Su primer disco en solitario suena a ranchera y cumbia, a electrónica y flamenco. Y a liberación personal. Viajamos con ella al campo abulense que forjó su carácter indómito.

El sol cae a plomo en un mediodía de junio cuando Julia de Castro se restriega con sensualidad sobre la arena blanca de los campos de Donjimeno, el pueblecito abulense en el que, jugando de niña con su bocadillo de longaniza, observaba a su abuela Transfiguración Pilar partiendo el pescuezo a las gallinas. En aquella estampa había algo de cotidianidad labriega, pero también de “mala leche”. “Siempre estaba con mal humor”, recuerda De Castro. “Mis abuelas siempre han tenido mucha ira interna. Al principio me hacía gracia, pero con el tiempo dejó de hacérmela y entendí que era normal que tuviesen ese carácter. ¿Cómo estaría yo si tuviera que estar en casa encerrada, cocinando, con labores todo el día entre cuatro paredes y criando niños mientras mi marido trabajaba fuera, viajando y relacionándose con más gente?”. Su otra abuela, Milagros, era de Arévalo, localidad enclavada también en la comarca de La Moraña, tierra de grandes llanuras de la provincia de Ávila. Lugares que evocan el “amplio rectángulo desierto” al que se refería Antonio Machado en Campos de Castilla, esa cepa hispana de “fruta vana” y “cabeza cana” de una “España que pasó y no ha sido”.

A sus 35 años, Julia de Castro es un nombre que se conjuga en presente. Su tiempo es ahora. Cantante, compositora y actriz, esta mujer desgarbada, de mirada sólida y cabellera maciza, recogida en moños que coronan como campanarios su alta figura, publica su primer disco en solitario, La historiadora (El Volcán), después de haber puesto fin al dúo De la Puríssima, que lideraba junto al contrabajista Miguel Rodrigáñez, mezclando cuplé y jazz con una imagen seductora y rompedora. Un proyecto que se ganó la admiración de los círculos alternativos de la noche madrileña por su lenguaje chisporroteante, recreando estampas de barra de bar llenas de duermevelas picantes y sexo promiscuo, y por su puesta en escena exuberante con ella desnudándose en el escenario. Hoy, esta artista polifacética, que es un azote contra el puritanismo, usa su nombre real para defender su nueva aventura musical, pero también para protagonizar la serie de HBO En casa, grabada durante el confinamiento por el coronavirus, y la obra teatral La distancia, de Juan Mayorga, dirigida por Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez para el Centro Dramático Nacional. “Es una persona cuyo convencimiento y autodeterminación es muy valiente y audaz. Detrás de ese ímpetu y esas ganas hay un discurso muy intelectual”, asegura Paula Ortiz, directora del episodio de En casa en el que participa De Castro. En todo lo que hace está su sello de mujer desafiante e iconoclasta.

“Soy abulense, criada en La Vera. Mi música es experiencial. Expresarme con ella es muy liberador”

Ver romper el pescuezo a las gallinas fue uno de los primeros rituales en la vida de Julia de Castro. Con su charca al lado de la iglesia y sus pajares bordeando el horizonte, Donjimeno se halla en mitad del desierto castellano despoblado. Apenas tiene hoy 80 habitantes. “Soy abulense, criada en La Vera”, canta en Santa Frívola, la primera canción que adelantó de su nuevo disco y en la que, con esos tambores y vientos machacones y su letra afilada, parece ser ella quien retuerce el pescuezo de los defensores y las defensoras de la educación tradicional castellana que fomenta la “envidia” y la “competencia entre mujeres”. En ese entorno tan cerrado es vista como una hereje. Es en La Vera donde se contornea durante la sesión fotográfica, desinhibida, desafiando a toda una cultura, pero también a su propio pasado. “Mi música es experiencial. Expresarme con ella es muy liberador”, asegura la cantante, que en las distancias cortas es educada y calmada, incluso tímida.

Donjimeno es el pueblo de su madre, Inmaculada, y Arévalo, el de su padre, Javier. Saltaban de uno a otro indistintamente desde Ávila, la ciudad donde crecieron ella y su hermana Luisa, nueve años menor. En la ciudad amurallada, Julia de Castro pasó su infancia y adolescencia movida por otros rituales importantes, como agarrar el volante de cochazos desde niña. Su padre era piloto de carreras y la llevaba por toda España a competiciones. El mundo del motor fue su primera pasión, hasta el punto de que a los ocho años ya sabía conducir. Quiso ser piloto, pero no pudo ser: una mujer no estaba bien vista en los circuitos. Le dijeron que no había coches para ella. Aprendió pronto que mujeres y hombres no tenían siempre las mismas oportunidades. “Al menos se me quedó en el cuerpo el gusto por el riesgo”, comenta en casa de sus abuelos en Arévalo. Su madre, que montaba tertulias literarias, se preocupaba por que tuviese “una educación más humanista” suministrándole libros de Gloria Fuertes, Edgar Allan Poe y Stendhal. También la llevó a clases de violín en el Conservatorio de Ávila. Hoy, Julia tiene el grado medio de este instrumento con el que se le ha visto sobre el escenario en giras de Loquillo y en proyectos de teatro feminista como Esto no es la casa de Bernarda Alba, junto a la directora Carlota Ferrer y el dramaturgo José Manuel Mora. Además de los libros de su madre, en edad temprana aparecieron los discos de su padre, un melómano que se relacionaba mucho con los gitanos de Arévalo. De esta forma, la inquieta Julia se nutrió de fiestas flamencas, con La leyenda del tiempo de Camarón “revolucionando todo”, y álbumes a todo volumen de Miles Davis, Keith Jarret y Pink Floyd.

Julia de Castro con una falda de organza y cuero de Hermès y una camiseta de tirantes de lino (de la estilista).
Julia de Castro con una falda de organza y cuero de Hermès y una camiseta de tirantes de lino (de la estilista).KITO MUÑOZ

La música y la literatura sirvieron para superar las murallas de su entorno. La mentalidad castellana a la que se enfrentaba Julia era tan dura como la piedra del casco histórico de Ávila que cada semana atravesaba para verse con sus amigos del instituto Isabel de Castilla. “Iba al colegio pensando: ‘Queda un día menos”, confiesa. Un día menos para salir de allí e irse a Madrid, ciudad a la que solía bajar acompañada de sus padres y que le atraía con gusanillo. “Ávila es la única ciudad de los alrededores de Madrid para la que hay que pagar un peaje. Es algo simbólico, pero lo cierto es que ese peaje económico es también un peaje emocional”. Pagados los peajes, llegó a la capital en 2002, con 17 años, para proseguir su formación en violín y estudiar Historia del Arte en la Universidad Complutense e interpretación en la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Tres carreras para comenzar su propia revolución.

Es un jueves por la mañana y De Castro se pasea por la Sociedad Cervantina, un espacio cultural del barrio de Las Letras de Madrid en el que colabora en futuros proyectos y donde se imprimieron los primeros ejemplares de El Quijote. Habla del último paso en su revolución: “La historiadora es, sobre todo, un viaje de conocimiento como mujer”. El título del nuevo disco viene porque “la historia, antes de que existiera la escritura, se cantaba”. Y ella canta su propia historia en un mundo en el que “por defecto las mujeres siempre estamos en una posición incómoda”. Escuchando sus canciones al frente de De la Puríssima, pero también ahora en La historiadora, donde vuelven a proliferar escenas de sexo promiscuo y bisexual como en La alemana, pero también de entendimiento femenino como en el mariachi Mis amigas, parece que la única forma posible de combatir esa posición es convirtiéndose en un personaje incómodo. “Desde el lugar en el que estaba relacionándome con mi vida no funcionaba”, explica. “Este disco supone la culminación de un proceso de búsqueda de mí misma sin filtros, sin tanta problemática, angustia ni contradicción… Lo que sale es lo que es. Si es provocativo, no es intencionado”.

Julia de Castro, con un top de organza de Hermès.
Julia de Castro, con un top de organza de Hermès.KITO MUÑOZ

Intencionado o no, la provocación es una de sus señas de identidad. En 2015 protagonizó Julia de Castro, De la Puríssima: Anatomía de una criminal, una reflexión sobre las incongruencias del mercado del arte contemporáneo en España en la que se la veía paseándose por el centro de Barcelona vestida de torero, aunque con los bajos al aire, intentando vender un retrato de ella misma que había robado de una galería. Este “documental ficcionado”, que guarda la irreverencia del primer cine de Pedro Almodóvar, fue dirigido por Javier Giner. “Julia es puro sentimiento. Es única. Es un poco como Lola Flores cuando decían que ni cantaba ni bailaba, pero no te la puedes perder. Hace suyo todo lo que toca”, cuenta Giner. De alguna forma, la artista posee ese encanto osado de los personajes del universo de Almodóvar, mezclando en un combo explosivo la herencia del mundo rural con la farándula transgresora de la ciudad.

Jorge Drexler: “El trabajo de Julia con De la Puríssima ha sido maravillosamente transgresor”

Durante una década, De la Puríssima se desarrolló en el underground madrileño dentro de estas coordenadas subversivas. En palabras del músico Jorge Drexler, “el trabajo de Julia con De la Puríssima ha sido pionero y maravillosamente transgresor”. De Castro se subió por primera vez a un escenario una noche de micro abierto en la sala El Junco y fue un desastre. Quiso cantar el estándar de jazz All of Me y se quedó en blanco. “Pasé de cero a mil y me la pegué”, dice. Sin embargo, su participación en la organización de las noches jazzísticas del colegio mayor San Juan Evangelista, el célebre El Johnny, le dio alas para seguir hasta conocer en 2009 a Miguel Rodrigáñez. Formaron un dúo que se fogueó actuando en el hotel Puerta de América y que se especializó en música napolitana, al más puro estilo de Renato Carosone. “Tenía el toque de música teatral que me encantaba”, indica ella. Publicado en 2015, el disco Virgen fue un muestrario de teatro musical y vida canalla llevada por una mujer entregada al deseo, el tacto humano y la exploración pícara. “Una mujer que decidió ignorar su educación y dejó de autocensurarse”, señala. Sobre el escenario era más radical todavía, desnudándose, coqueteando con los hombres y emparentando su búsqueda existencial con el cuplé, el género popular que a principios del siglo XX daba cuenta del Madrid trasnochador y que lideraron mujeres como Raquel Meller, La Argentina, Pastora Imperio y Mata-Hari. “El cuplé nació para ser la pornografía de la época, cantado por una señora que estaba buenísima y en posición de objeto de deseo. Es una explosión carnal. Luego, el régimen franquista lo adaptó a sus imperativos morales y eso ya fue la copla”, sostiene. Amante de los rituales, esta cupletista con zapatillas deportivas acabó en noviembre pasado con De la Puríssima montando todo un funeral en los Teatros del Canal. Acompañada de 90 músicos y con su madre y su abuela Transfiguración Pilar en el escenario, puso fin al proyecto, rezando en el último aliento de la función las mismas letanías de muertos que se cantan en los funerales castellanos de Donjimeno.

La cantante, que acaba de lanzar el disco 'La historiadora', lleva top y pantalón de encaje bicolor en blanco y negro, ambos de Loewe.
La cantante, que acaba de lanzar el disco 'La historiadora', lleva top y pantalón de encaje bicolor en blanco y negro, ambos de Loewe.KITO MUÑOZ

Ahora, “en el paso de la juventud a la madurez”, La historiadora se despliega como un diario de viaje, “un cabotaje musical” que une puntos geográficos y aprendizajes. Nace en Roma y pasa por Berlín, Madrid, Tucson (Estados Unidos) y Ciudad de México. Bajo la producción de Camilo Lara, líder del Instituto Mexicano del Sonido, grupo experto en mezclar el folclore mexicano con la electrónica, el álbum suena ecléctico y moderno. Hay rancheras y cumbias, en las que participan miembros del grupo estadounidense Calexico como Joey Burns y Sergio Mendoza, conviviendo con cantes flamencos acompañados de la guitarra y voz de Paco Soto. La arrolladora personalidad de su autora encaja todo hasta el punto de que Marínela es, en palabras de ella, “una zarzuela tratada como una canción de Tarantino”. Es muy difícil encontrar en la escena española un disco con este carácter y un discurso tan retador.

Un buen ejemplo es Ríndete, un alegato a favor de la prostitución. “Una prostituta es la mayor constatación de que la sexualidad femenina es superior, es astral, terrenal, instinto animal, nuestro cuerpo contiene sabiduría ancestral”, canta vacilante De Castro, quien el año pasado publicó La retorica delle puttane (La retórica de las putas), una réplica al libro escrito en el siglo XVII por el italiano Ferrante Pallavicino, decapitado por la Iglesia católica. Una beca cultural de la Real Academia de España en Roma le permitió recoger durante un año sus experiencias con mujeres italianas que eligieron libremente ejercer este viejo oficio, pero también reescribir la historia de Pallavicino desde una valiosa perspectiva femenina. “La prostitución es un diálogo que solo corresponde a las mujeres”, asegura. “No se debe equiparar prostitución con esclavitud sexual. No hay diálogo posible si se juntan ambos. Las trabajadoras sexuales tienen que ser aquellas que, después de haber pasado por otros trabajos, eligen este sin necesidad de un chulo o proxeneta”, defiende, pese a que es consciente de que prostitutas libres son un porcentaje ínfimo.

Julia de Castro insiste en que urge  las mujeres “deseducarse” y “desestigmatizarse”

Rodeada de las inmensas librerías del salón principal de la Sociedad Cervantina, De Castro saluda a Celia Freijeiro, vicepresidenta de la institución. Freijeiro es además su compañera de piso y la actriz con la que protagoniza ‘Así de fácil’, el capítulo de la serie En casa en la que se incluyen cuatro canciones de su nuevo álbum. El episodio propone una liberación de la idea del amor romántico. En pleno estado de alarma, De Castro interpreta a Nuria, una mujer a la que le ha dejado su novio y que se culpa de su falta de placer sexual. “Estamos educadas para que la figura masculina orbite en torno a nosotras”, explica. “Liberarse de eso no es fácil, pero hay que deseducarse. No hay que tener miedo a la pérdida”.

“Deseducarse” es la palabra que más repite. Y también un nombre: Vivian Gornick, la escritora de Apegos feroces y La mujer singular y la ciudad. “De ella aprendí a valorar mi mirada femenina y a convencerme de lo que la leí: ‘Me tengo a mí y punto”. Una cita que bien podría estar en su diario de viaje, una agenda horizontal, rompiendo la norma de la que se usa en ámbitos escolares, que muestra orgullosa. “Al ser horizontal, como mirando hacia adelante, creo que influye en mi forma de pensar”, dice con media sonrisa Julia de Castro, la misma mujer que, al anotar algún aprendizaje de su viaje personal de “destigmatización”, afirma: “Por encima de todo hay que relajarse”.

Ayudante de estilismo: Judit Gómez de Santiago. Maquillaje y peluquería: Jonathan Sánchez. Técnico de iluminación: Germán Gómez.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_