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carta blanca
Columna
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A todas las Marielas

Al acabar de escribir tu historia, confesé que no existías. Que yo te había inventado. Pero me equivoqué. Estás aquí. Has vuelto en 2020

Querida Mariela: Hace un año que te dejé dormida en un libro, tras rescatarte de donde habitaba tu olvido. Allí te conocí y, manías de autora en busca de personaje, me empeñé en narrar tu historia. Pero desde entonces no he dejado de soñar contigo, porque han pasado cosas que ni siquiera pude imaginar mientras te escribía.

Tengo mucho que contarte.

Recuerdo que te vestí con el uniforme de las primeras enfermeras laicas. Solo por ser pionera de un oficio femenino digno y remunerado mereció la pena describirte. Pero hubo más.

Te tocó un mal momento en el sorteo de la vida, lo lamento: el de la pandemia (¡si sabremos nosotros hoy de eso!) de gripe española de 1918. El nombre era injusto. Se debió a que, en la Primera Guerra Mundial, la verdad fue la primera víctima. Como en todas las guerras. Los periódicos españoles hablaban de una enfermedad de moda, pero los europeos, únicamente de soldados que morían heroicamente. En aquella Europa suicida, Mariela, no había sitio para un enemigo universal, conque española se quedó.

Pero a ti no te importaba la censura (dijiste tus verdades en Le Canard Enchaîné), ni el machismo (un cloché te mantuvo la cabeza alta), ni la ignorancia (eras científica). Te importaban las personas. Viajaste del Moncayo a Rusia pasando por Francia, Bélgica y Alemania, y dejaste el camino sembrado de amistad, la que proviene de amicus de la que deriva amore: la que consiste en amar. Mujeres reales y olvidadas te acompañaron. Mary Borden, intelectual y fundadora de hospitales, fue tu otra alma; Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo te enseñaron a luchar; Alexandra Kollontai e Inessa Armand, a anteponer la emancipación de la mujer a ideales sectarios…

Todas peleasteis contra el monstruo. Tú lo llamabas la Bestia.

Y esto es lo primero que quería decirte hoy, un siglo después, aunque sé que no te gustará oírlo: la Bestia ha vuelto. Se llama coronavirus. Ya sabemos qué es, porque usamos microscopios ultrasensibles. Pero sigue siendo el mismo asesino y tú sigues teniendo razón: la higiene y la reclusión combaten a la Bestia. También cuando decías que, si la vida se escapa, la caricia de una enfermera puede marcar la frontera entre una muerte cruel y una digna.

Lo segundo, amiga, es una sola palabra: perdón.

Verás: al acabar de escribir tu historia, confesé a los lectores que tú, mi Mariela, no existías. Que yo te había inventado. Pero me equivoqué. Estás aquí. Has vuelto en 2020. Te llamas Eva, Ana, Azucena, Sara, Nacho, Noelia, Alba… Tienes 250.000 nombres. Has muerto varias veces y has resucitado muchas más. Estás junto a una cama de UCI improvisada. Sigues sosteniendo la mano de los que van a morir y sonriendo mientras te llora el alma.

Perdón por asegurar que eras ficción. No es verdad. Eres lo más real de nuestro momento.

Y lo tercero que quería decirte, por si se nos olvida hacerlo después del eco de los aplausos, como pasó en tu tiempo, no te lo digo sola, sino todos a una voz: gracias.

A las Marielas de entonces y de hoy.

Eternamente, gracias.

La periodista y escritora Yolanda Guerrero es autora de Mariela(Ediciones B).

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