Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La vida desde nuestros balcones

Ya no es posible observar la realidad con los mismo ojos, o encarar el futuro con los esquemas del pasado

DEL HAMBRE

Nos lo mostraba Flavita Banana hace unos días en una de sus viñetas: “Genial la nueva versión de Twitter”, se asombraba una señora en su balcón mientras acariciaba a los parajillos que se posaban en su ventana, simulando el logo de la red social. Es asombroso cómo un dibujo delicado, una viñeta con apenas una oración, puede decir tantas cosas con tan poco. La mujer en la ventana nos habla de lo extraordinario de este momento, tanto que lo redimensiona todo. Ya no es posible observar la realidad con los mismos ojos, o encarar el futuro con los esquemas del pasado. Estamos forzados de nuevo, en palabras del melancólico Zweig, a “acostumbrarnos poco a poco a vivir sin suelo bajo nuestros pies”.

Más información
Esto no es una guerra
El mundo pende de un hilo

Pero la viñeta nos habla también de esa extraña frivolidad occidental, que observa con legítimo miedo cómo los muertos suben mientras ignora la crudeza de la vida fuera de nuestro confinamiento de Primer Mundo. Es cierto que esta crisis trae algo olvidado para nosotros, los habitantes de los países ricos: la invisibilidad de la amenaza, que desconocíamos desde nuestros viejos miedos nucleares. En otras latitudes acostumbran a vivir a diario, y a morir, con esa amenaza perpetua. No se trata de minusvalorar nuestras trágicas muertes: el desconocimiento es un peligro que aumenta exponencialmente nuestra vulnerabilidad. No sabemos qué perderemos o ganaremos exactamente, o qué revelará de nosotros esta crisis, individualmente o como sociedad, o si impactará y cómo en esa lucha tectónica entre modelos civilizatorios que el virus acentúa.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La pandemia puede ser una vía para reivindicar la ciencia y la razón, un mundo más amable en el que salgamos por fin de nuestras cámaras de eco y reclamemos la tolerancia y el cuidado como guías éticas para el futuro. Porque esta epidemia global impone un sorprendente pensamiento cosmopolita, de cooperación y acción internacionales. Como en la viñeta de Flavita, tal vez miremos de otra forma la vida desde nuestros balcones. Paradójicamente, está también el otro lado del espejo, nuestro grial negro: la reafirmación del egoísmo nacionalista. Lo vemos en ese Trump que puja por la exclusividad de los derechos sobre la futura vacuna de la Covid-19 tras haber desdeñado el problema, como Bolsonaro, Johnson o López Obrador. Hoy, el magnate apuesta, cómo no, por solucionarlo todo con un helicóptero de dinero. Y en Hungría, como en Rusia, como en Israel, los coyotes acechan para arrogarse capacidades dictatoriales. Pregúntense conmigo: ¿qué camino prefieren?

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS