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En Nairobi, el miedo a la pandemia va por barrios

El coronavirus afecta a todos, pero no por igual. En la capital de Kenia, con más de cuatro millones de habitantes en condiciones muy diversas, unos temen no poder pagar el alquiler, otros no saben si podrán comer mañana

Un hombre se lava las manos en un aseo portátil en el suburbio de Kibera, en Nairobi, el 20 de marzo de 2020.
Un hombre se lava las manos en un aseo portátil en el suburbio de Kibera, en Nairobi, el 20 de marzo de 2020.Donwilson Odhiambo (ZUMA Wire )

Joe Gathecha vive solo a sus 35 años en Ayany Estate en Kibera, el suburbio más grande de Nairobi, la capital de Kenia. Es traductor y oferta su casa en una web de alquiler vacacional. Con la llegada del coronavirus teme más todavía al fin de mes, el momento de pagar el alquiler. A diez kilómetros al sur vive Njoroge Mwangi. Tiene 25 años y comparte piso con un antiguo compañero de carrera en Langata Estate, un barrio de clase media. Desde este curso es profesor asociado de Finanzas en la Universidad Strathmore, donde cursó la carrera de Economía. A él la pandemia le preocupa especialmente por la salud de sus septuagenarios padres, que viven en su ciudad natal, Kikuyu. Su madre, de 70 años, tiene diabetes y teme no poder estar con ella si contrae el virus.

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Más allá, en el este de la ciudad, se encuentran Isaac Muasa y Christine Wanjiru. Tienen tres hijos —Edgar, Raphael y Luther King— y viven en Mlango Kubwa, en Mathare, el segundo barrio chabolista con más población de la ciudad. “Aquí hay miedo de que el Gobierno imponga el confinamiento y no haya nada para comer”, asegura Muasa en una conversación telefónica. Y en el noroeste reside Prince Muraguri con su madre, Mary Muthoni, y su hermana de nueve años, Nyeri Chaga. Los tres viven en una pequeña casa en el barrio de clase alta de Loresho Estate, con seguridad privada y jardín. A sus 25 años y tras varios meses en el paro, Muraguri teme que el coronavirus traiga una crisis económica al país que le cierre las puertas del mercado laboral.

Mientras algunos viven en urbanizaciones con seguridad privada y agua corriente, 2.5 millones de habitantes viven en los más de 200 asentamientos informales que tiene Nairobi. Estas cuatro personas, con sus distintas vidas y realidades, afrontan también con distinto temor la expansión de la pandemia en su país.

A 11 de abril Kenia había registrado 191 positivos y siete muertos, pero se teme que sean más. A 31 de marzo el Gobierno había realizado pruebas a 1.239 personas en un país de más de 47 millones y medio de habitantes. A ello se le suma la situación precaria de la sanidad: cuenta con 518 camas de cuidados intensivos en todo su territorio, de las que están libres 70, y un total de 1,4 camas de hospital por cada mil habitantes. Ante el temor de que el coronavirus se extienda sin control y colapse el sistema sanitario, el Gobierno ya ha tomado medidas estrictas.

Miedo al virus y un posible confinamiento

El 15 de marzo, con tan solo tres positivos, el Ejecutivo decretó el cierre de colegios, bares y restaurantes—que pueden permanecer abiertos para preparar comida a domicilio—, ordenó a los comercios que deben disponer de de agua y gel desinfectante —especialmente a aquellos que traten con comida— y recomendó el teletrabajo. Tan solo diez días después, el presidente del país, Uhuru Kenyatta, cerró el espacio aéreo de pasajeros y ordenó un toque de queda de siete de la tarde a cinco de la mañana para prevenir que los casos se disparasen.

Mwangi lleva ya varios días dando clase a través de Internet desde su piso, donde se ha autoimpuesto un confinamiento que todavía no es obligatorio, pero cree que llegará pronto. Todavía sale a caminar dos veces al día pero luego vuelve a casa, cosa que no todo el mundo hace. “La gente todavía se mueve, no diría que las calles están vacías”, dice Muraguri a través de una video llamada de WhatsApp. “Mi hermano pequeño tiene 21 años y me dijo que no le importa el coronavirus, me quedé en blanco”, añade Gathecha, también por teléfono. Opina que los jóvenes no se lo está tomando del todo en serio al propagarse la idea de que el virus no les afecta demasiado.

Muasa, por su parte, asegura que en su barrio sí nota el miedo. “Hay muy poca información pero la gente está asustada, la mayoría se encomienda a Dios para que les proteja”, afirma. El propio presidente declaró el pasado sábado 21 de marzo día nacional del rezo y pidió a los kenianos “rogar por el perdón de Dios”. En un país con un 85% de la población que profesa el cristianismo, muchos lanzan sus súplicas al cielo. “Está bien que la gente rece, pero hay que tomar medidas y lavarse las manos”, explica Muasa.

Más allá de las plegarias, Kenyatta anunció también medidas para promover el trabajo en casa y que las estudiantes puedan seguir sus clases online. El presidente aseguró que el Gobierno ha llegado a un acuerdo con Google Loon, una plataforma de globos aerostáticos que lleva la red 4G a áreas rurales. Mwangi considera que el confinamiento total será necesario para frenar al virus, pero que el presidente se equivoca en su enfoque. “Es duro psicológicamente, pero el verdadero problema será para aquellos que dependen de su ingreso diario para vivir. Si la gente que vive del día a día no puede salir a trabajar, no podrá comer ni pagar el alquiler, y esa debería ser su prioridad”, y añade: “Para qué necesitas Internet si te mueres de hambre”.

Un vendedor callejero ofrece repollos el 24 de marzo de 2020, justo después de que el Gobierno de Kenia ordenara el cierre de los mercados al aire libre, en el suburbio de Mathare.
Un vendedor callejero ofrece repollos el 24 de marzo de 2020, justo después de que el Gobierno de Kenia ordenara el cierre de los mercados al aire libre, en el suburbio de Mathare.Brian Inganga (AP)

Eso teme Muasa. Wanjiru, su mujer, ha tenido que bajar la persiana del restaurante que regenta, donde cada día sirve a los vecinos comida local: ugali, chapati y todo tipo de carne. “Hemos tenido que cerrar porque tenemos miedo de que vengan las autoridades y nos digan algo”, lamenta Muasa. Por el momento la gente todavía puede abrir sus puestos de venta de comida en la calle en Mathare, pero temen el confinamiento obligatorio, una posibilidad a la que el Ejecutivo ha asegurado que no renuncia si siguen subiendo los casos. “Si hay cuarentena habrá un gran problema para poder comer, la gente aquí trabaja para conseguir la comida de ese día”, dice Muasa. “Estoy seguro que la gente acabaría saliendo de casa en busca de alimento y puede haber enfrentamientos con la policía si nos impiden trabajar y no tenemos con qué alimentarnos”, añade. En Kibera, Gathecha dice que está intentando tomar precauciones quedándose en su vivienda, pero que a menudo tiene que salir: “A veces necesito ir a comprar comida porque no tengo una nevera y no puedo comprar mucho.”.

A ello se le une la situación con los pequeños de la casa. Sin colegio, los padres deben hacer malabares para cuidar de sus niños. “Mi madre trabajó en la oficina la semana pasada y me hice cargo de mi hermana pequeña, pero esta semana ya puede trabajar desde casa. Su empresa se lo ha autorizado, pero no todas lo permiten”, asegura Muraguri. No todos cuentan con un trabajo que se pueda realizar desde casa o con alguien a quien dejar sus hijos pequeños.

Lavarse las manos sin agua en casa

Cuenta Muasa que en Mathare los niños siguen llenando las calles y juegan en grupos, haciendo imposible cumplir con la distancia de más de un metro entre personas. Edgar y Rafael corretean arriba y abajo mientras su madre cuida al pequeño Luther King, de siete meses, y su padre intenta ayudar a la comunidad desde el Mathare Environmental Youth Group (MECYG), la organización local de la que es fundador. Con la ayuda de la oficina de ONU Habitat en Nairobi han colocado dos puntos de lavado de manos en el barrio, uno en la sede del centro y otra en el campo de futbol. En cada punto trabaja un vecino que enseña a la gente cómo deben lavarse las manos para evitar la propagación del virus. La mayoría de la población de Mathare no cuenta con un grifo en casa, una realidad extendida en el resto del continente. La Organización Mundial de la Salud calcula que el 63% de las personas que viven en ciudades en África subsahariana no puede limpiarse con agua y jabón.

En Kibera, la oenegé local SHOFCO ha instalado hasta 30 puntos de lavado de manos y ha lanzado una campaña para que la gente pueda donar para comprar más agua, jabón, guantes y máscaras. Allí, los carros y motos cargados de garrafas suben y bajan con más actividad que nunca. “Los que venden agua se están lucrando bastante, se puede ver como no paran”, asegura Gathecha.

Los padres se las ingenian como pueden para asegurarse que los más pequeños estén limpios. “A los niños aquí les encanta jugar con agua, así que les hemos dicho que es una especie de juego y para ellos es divertido”, dice Muasa. Cada hora, niños como Edgar, su primogénito de 13 años, hacen cola para lavarse bien las manos. “Ahora estamos trabajando para traer más jabón, porque se está agotando, y termómetros para poder tomar la temperatura en cada punto cuando uno vaya a lavarse las manos”, explica. Con esta medida desde el MECYG pretenden saber si alguien tiene fiebre para poder ponerle en cuarentena y aislarle del resto.

El temor a una crisis económica

A Muraguri su madre le presiona para que encuentre un trabajo y pueda independizarse, pero un 39% de los jóvenes kenianos está desempleado como él y temen una grave crisis económica por la pandemia. Tras varios intentos sin éxito, una consultora le acababa de notificar que había pasado a la siguiente fase en su proceso de selección. Ahora, sin embargo, no sabe qué ocurrirá. “Lo que es seguro es que no podré hacer la entrevista presencial y no sé si la van a posponer o si tan siquiera seguirá la oferta, es todo una incertidumbre”, asegura. Al compañero de piso de Mwangi, Victor Njenga, la consultora donde trabaja le ha dado vacaciones durante tres semanas para ver cómo evoluciona la propagación del virus y decidir qué hacen con sus trabajadores.

El Banco Central de Kenia ha rebajado la previsión de crecimiento anual casi a la mitad, del 6.2% previsto al 3.4%, el porcentaje más bajo desde que el país fue golpeado hace 12 años con la crisis financiera global de 2008. Además, ha realizado la mayor baja de intereses en los últimos tres años.

El Gobierno ha anunciado medidas para intentar mitigar el impacto económico de la pandemia. Por una parte, Kenyatta anunció que aquellos que cobren menos de 200 euros al mes estarán excluidos de pagar impuestos, mientras que para el resto de la población el IRPF baja del 30% al 25%. Como muestra de solidaridad el presidente se ha comprometido a hacer una rebaja del salario en todo el Ejecutivo, con la mayor reducción para él mismo y el vicepresidente, que recortarán en un 80% su sueldo. Además, para intentar reducir el uso de dinero físico el presidente ha acordado con Safaricom, el principal proveedor móvil, eliminar las comisiones por transacciones por debajo de los 10 euros y duplicar el límite de transacciones diario con M-Pesa, el popular servicio de envío de dinero móvil.

La incertidumbre se cierne sobre Kenia. El coronavirus se extiende por el mundo y en Nairobi todos tienen miedo, a su manera, de la expansión de la pandemia. En algunas zonas de la ciudad algunos temen no poder pagar el alquiler o no encontrar trabajo, mientras que en otras no saben si podrán comer mañana.

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