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Un teatro casero para León y otras muestras de amor en confinamiento

El personal de cooperación suele estar acostumbrado a las catástrofes y las muestras de solidaridad en países lejanos. Para esta trabajadora de Unicef, la novedad es comprobarlo ahora en sus carnes, en su día a día, en su propio edificio

Dos hermanos siguen una clase de yoga infantil por televisión durante su confinamiento en su casa de Skopje, Macedonia, el 26 de marzo de 2020.
Dos hermanos siguen una clase de yoga infantil por televisión durante su confinamiento en su casa de Skopje, Macedonia, el 26 de marzo de 2020. Gjorgi Klincarov (unicef)

El tiempo transcurre tan extraño durante el confinamiento, que he tenido que coger mi calendario para ver en qué días exactamente ha sucedido todo. Nuestro director ejecutivo envió un comunicado el martes 10 de marzo con el plan de actuación y contingencia frente a la COVID-19 a todo el personal de la organización en la que trabajo. Se suprimen las reuniones grandes, se cancelan los viajes, se extreman las medidas de higiene en la oficina y se desaconseja la asistencia a cualquier evento, entre otras medidas para cuidar y proteger al personal.

Se anuncia, además, la puesta en marcha de teletrabajo para dar la posibilidad a los padres y madres de cuidar a sus hijos —el Gobierno regional había anunciado el día anterior el cierre de colegios y universidades en Madrid— y para todas las personas que entran en el perfil de riesgo por diferentes patologías médicas. Una de esas soy yo. Así que comienza mi reclusión el miércoles 11 de marzo.

Pero todo avanza muy rápido, demasiado rápido.

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Ese mismo miércoles voy a visitar a mi sobrino León por la tarde, por lo que pudiera pasar. León tiene siete meses y desde que nació, lo reconozco, me muero de amor por este niño. Ese día le canté canciones, le hice carantoñas como siempre y le llevé de regalo un mordedor en forma de plátano porque le están empezando a salir los dientes. Pero no le toqué, ni le besé ni le abracé, por miedo a la posibilidad de contagiarlo. Me costó mucho; normalmente cada vez que nos vemos y me acerco a su silla, me coge la cara con sus manitas enanas y yo, obviamente, me lo como a besos. Nunca me alegraré tanto de haber hecho una visita así ese martes 10 de marzo.

El día 12 recibimos un segundo comunicado y todo el personal de la organización comenzamos a teletrabajar. Y el día 14 por la noche, sábado, el presidente del Gobierno anunciaba el estado de alarma en España.

Todo avanza muy rápido, demasiado rápido.

Los primeros días transcurren entre la incredulidad y la sensación de estar viviendo dentro de una película de ficción. Piensas que te vas a despertar por la mañana relatando que habías tenido un sueño muy curioso, sobre una especie de pandemia mundial. Pero no: todo es real.

Conocemos el inmenso sufrimiento que miles de niños viven en diferentes lugares del mundo y eso nos hace enfrentarnos a esta pandemia de una forma diferente

Trabajo en Unicef desde hace 10 años y creo que mis colegas y yo estamos familiarizados con las emergencias y las crisis. Unos las hemos vivido pisando el barro, en el kilómetro cero, y otros desde lejos pero muy implicados, conectados emocionalmente y trabajando contrarreloj para dar las mejores soluciones. Hemos aprendido de los niños y sus familias lo que es la resiliencia.

Reconozco que esta familiaridad hace que quizá vivamos esta situación de otra manera. Conocemos el inmenso sufrimiento que miles de niños viven en diferentes lugares del mundo: Siria, Sudán del Sur, República Democrática del Congo, Yemen, por mencionar algunos. Lugares que son auténticos infiernos para los más pequeños. Esa empatía, ese conocimiento, nuestro trabajo diario, nos hace enfrentarnos —en mi opinión— a esta pandemia de una forma diferente. Conocemos el sufrimiento y trabajamos para paliarlo.

Pero las emergencias últimamente han golpeado —para una europea como yo— a países que están a más de seis horas de avión de mi casa. Ahora nos toca a nosotros y tenemos que estar a la altura, que para mí implica: como ciudadana, ser responsable y cumplir estrictamente todas las medidas que nuestro Gobierno nos pide para evitar la expansión del virus. En segundo lugar, como personal de una organización humanitaria y de desarrollo, trabajar más que nunca por los más vulnerables. Los de aquí y los de allí. Hoy, son mis vecinos de puerta. Están muy cerca y muchos tienen a familiares infectados o que han muerto. Ya todos mis compañeros y yo tenemos familiares o gente muy cercana que está grave. Sin olvidar a los que están en países empobrecidos y con escasos servicios médicos.

Desde que he empezado a teletrabajar, mi día a día transcurre con mucho orden. He leído bastante sobre el impacto psicológico de una cuarentena y me he preparado para tratar de hacer las cosas bien, mantener un buen equilibrio físico y mental.

Una vez termino mi jornada laboral y mis sobrinas sus deberes, he impuesto de modo estricto que hagamos una hora de deporte en casa todos los días. Hacemos una tabla de ejercicios y esto nos hace sentirnos mucho mejor. Mens sana in corpore sano.

Otra de mis rutinas es hacer una video llamada con mi sobrino León y sus padres. Cada vez que enciendo la cámara y le llamo por su nombre, sonríe con su boca desdentada y acerca las manos a la pantalla, como queriendo tocar mi cara como es su costumbre. Le sigo cantando las canciones que le gustan y mueve sus piernecitas de la emoción.

En la imagen de la izquierda, unos vecinos haciendo un teatro con muñecos para León (imagen de la derecha), un niño de siete meses que está pasando la cuarentena en su casa de Madrid,
En la imagen de la izquierda, unos vecinos haciendo un teatro con muñecos para León (imagen de la derecha), un niño de siete meses que está pasando la cuarentena en su casa de Madrid,Cedidas por Diana Valcárcel

León y sus padres viven en un piso en el centro de Madrid. Sus vecinos de la puerta de al lado, con los que comparten un patio interior, hacen un teatro a León todas las tardes desde que comenzó la cuarentena. De ventana a ventana cada día le cuentan una historia. León está fascinado con su plan vespertino. El ser humano es extraordinario. Si algo estoy viendo estos días, son unos gestos maravillosos de solidaridad.

En momentos difíciles, y esto lo he vivido trabajando en Haití tras el terremoto y en Filipinas después del tifón Haiyan, sale lo mejor de la gente. Sí, dicen que también lo peor, pero yo me quedo con lo mejor. El teatrillo diario de los vecinos de León es una muestra de ello.

Venceremos esta pandemia juntos. Todo irá bien. Y León será, sin duda, un niño resiliente.

Diana Valcárcel es directora de marca en UNICEF Comité Español

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