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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado
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Sí, se puede llenar de africanidad la playa de Copacabana

Jean-Pierre Senghor, descendiente del poeta y prócer de las independencias de África Occidental, hace música que fusiona la armonía brasileña con los ritmos senegaleses

Analía Iglesias

Los senegaleses tienen tradición de viajeros y amables cultores del arte de crear y vender. Ellos podrían parafrasear a Julio Cortázar en aquello de “ser argentino es estar lejos”, aunque si eres senegalés y te apellidas Senghor, probablemente tu destino sea volver.

Jean-Pierre Senghor Emily, el sobrino nieto del prócer de la independencia Léopold Sédhar Senghor, es músico y como cientos de miles de compatriotas, emigró durante varias décadas, pero un día volvió a Dakar. “Ya había estado veinte años en Brasil. Había terminado la carrera de arquitectura que había ido a hacer, quería dedicarme a producir música que conjugase aquello que había aprendido con lo propio, consagrarme a hacer despegar a músicos jóvenes, poner en marcha las tareas que requieren consolidar una industria musical”, cuenta en el marco del encuentro de mercados culturales, Visa for Music, en Rabat, Marruecos.

Esos eran sus desafíos en marzo de 2010, cuando regresó a Senegal, tras la experiencia de componer con Gilberto Gil (el tema Afrikaner Brother Bound-El vínculo con el hermano afrikáner), colaborar con Gal Costa y tocar con Marisa Monte. Además, con su grupo brasileño Obina Shok le había puesto el cuerpo a la africanidad que en Brasil se siente en las raíces pero bastante menos en los vínculos contemporáneos de la gente a una y otra orilla del Atlántico.

Jean-Pierre es pianista, pero regresaba a su país para ir más allá de componer e interpretar. Quería arreglar y producir música que ligara tradiciones, que trascendiera cualquier tipo de fronteras. Quizá le venga de familia esta idea de voltear barreras con arte... Sin embargo, cuando le mencionamos la hazaña de conceptualizar la negritud con la vocación universalista con la que la abrazó el hermano de su abuelo, el poeta Lépold Sédhar Senghor, al encontrarse, en París, con el otro teórico pionero del movimiento, el martiniqués Aimé Cesaire, Jean Pierre sonríe restándole importancia: “Quizá solo se debió a estar en el lugar correcto, en el momento indicado de la Historia”.

El caso es que, según Jean-Pierre Senghor, “en Brasil no puedes hacer música si no eres ecléctico”, por lo que allí abordó todos los estilos (pop, bossa nova, latin jazz) y se trajo a Senegal todos los ritmos, sonoridades y armonías que pudieran enriquecer la música africana: “nosotros tenemos muchos ritmos y melodías, pero no tenemos muy pocos instrumentos armónicos en la música tradicional”, admite.

Así, montó un estudio de grabación (Djidjack Music) y, en 2014, grabó un primer disco, que quiere aclarar que no es un compilado, sino una obra conceptual, que compuso casi íntegramente y que le llevó varios años de preparación. El disco se llama Jam ak salaam: “Jam ak salaam es la manera de saludar en Senegal. Jam significa paz en wolof y en pulaar (las dos lenguas nativas principales del país), aunque ‘jam’ también juega con la idea de las jam sessions del jazz y, por supuesto, salaam es paz, en árabe, lo que daría como resultado algo así como ‘una jam de paz con paz’, porque habla del encuentro de músicas, entre músicos y de los artistas con diferentes estilos”, nos explica.

El disco son 16 pistas eclécticas, que suenan a Senegal y a Brasil, efectivamente. Por momentos, nos lleva a la playa de Copacabana, pero con letras en francés y wolof; en otros, oímos canciones en francés pero sin sus erres guturales, sino con las orgullosas erres dichas con el sonido de la africanidad y con fondo de bossa brasileira. Asa branca, por ejemplo, tiene el ritmo del forró del Nordeste de Brasil, y hay reggae con denominación de origen, de la mano del dúo jamaicano Sly and Robby (que grabaron las bases y las enviaron desde el otro lado del Atlántico).

Especialmente conmovedores resultan algunos temas como Ntangu, interpretada por el artista congoleño Fredy Massamba (de Brazzaville); Thiòlele, una canción que interpretan Les frères Guissé, cultores de la música acústica en Senegal, que aquí se fusionan con el cantante brasileño Marcelo Pretto, quien recita poesía y toca percusión, y, en la mejor estela del rap africano, L’ennemi de l’Afrique, que habla de todos los males del continente y su diáspora, desde la esclavitud hasta las traiciones propias (una colaboración entre Ahmed Male, un artista tradimoderno, como denominan allí aquel estilo, y el rapero Nix). Comenta Jean-Pierre que el rapero norteamericano Hasan Salaam deseaba con mucho fervor un encuentro con Youssou N'Dour y que él le propuso reunirlo en el estudio con un cantante que le recordaría mucho al gran artista pop senegalés y así fue como, en Prodigal son (El hijo pródigo), Hasan cantó con Bouba Kirikou.

Por lo demás, hay mucho reggae del África occidental, rumba congoleña, rock (como Yoon Wi, con Cheikh y chicos de la música de la periferia), algo más electrónico (como Massines Yi, con Ameth Male), slam interreligioso (con Nicolas Job), “en un país laico en el que el 95 por ciento de la población es musulmana”, aclara el autor, y, junto a los temas compuestos por el propio Senghor y Paul Ernest Sambou, hay una canción como Daouda Sané, que viene del repertorio tradicional de Casamance.

Jean-Pierre Senghor Emily sigue instalado en Dakar, pergeñando encuentros, seguramente cantando para sus adentros en portugués, con acento brasileiro.

Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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