La paradoja de la debilidad
Las consultas a las bases fortalecen al líder en su negociación: le permiten mostrarse rígido y no hacer concesiones escudándose en el mandato que ha recibido
¿Qué efecto tienen las consultas a la bases o militancia en la formación de Gobiernos? Podemos extrapolar dos deducciones desde ámbitos donde se han investigado efectos similares. Primera, en cualquier negociación, recurrir a una habilitación o consulta previa a las bases (lo que se puede considerar el principal), lejos de debilitar al agente negociador, lo fortalece: le permite presentarse como un agente cuyas manos están atadas por el mandato de su principal (los militantes) y que, por lo tanto, puede hacer muy pocas o ninguna concesión, presentando una posición muy rígida. Es lo que se conoce como paradoja de la debilidad. Dado que las direcciones controlan las preguntas, el planteamiento y el contenido, la consulta paradójicamente las fortalece, más aún porque es bastante infrecuente (y, por lo tanto, improbable) perder una votación de este tipo. Esta ventaja existe cuando no todas las partes en una negociación utilizan este recurso: el reforzamiento simultáneo de las partes cancela, al menos hipotéticamente, la ventaja adquirida por aquella que lleva a cabo una consulta.
La segunda deducción tiene que ver con las implicaciones democráticas más allá de los efectos en la negociación. En democracia, se asume que los partidos tienen un mandato representativo que les habilita, por ejemplo, para decidir si entrar en una coalición o apoyar un Gobierno minoritario. Históricamente, han sido los líderes de los partidos los que han interpretado de forma discrecional el alcance de tal mandato y las consultas tienen el efecto, por una parte, de ampliar el sujeto decisor (que pasa a ser toda la militancia) de ese mandato representativo. Pero también plantean cuestiones no fácilmente resolubles sobre el grado de obligatoriedad del mandato: ¿la disolución del Gobierno también debe estar sometida a la misma aprobación de una mayoría de los militantes?; ¿se puede vincular la participación en un Gobierno al cumplimiento de un programa que no está disponible?; y en última instancia, ¿quién es el principal al que deben responder los líderes políticos, los ciudadanos-votantes y su interés general o los militantes de su propio partido?
No son preguntas fáciles de responder y las respuestas pueden ser incluso contradictorias y plantear paradojas. Lo que sí es obvio es que las consultas a las bases, como cualquier institución, no son malas o buenas per se; depende del uso que se les dé y el contexto institucional en el que operen. En el caso de España, con una abundante tradición de líderes poderosos por encima de sus propios partidos, está por ver si esta tendencia puede revertirse y ponerse al servicio de la democracia interna de los partidos o, por el contrario, servirá funcionalmente a los objetivos de las direcciones de los mismos.