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¿A cuántas Rosalías, Mozarts, Barenboims o Sabinas nos estamos perdiendo?

Niños tocando en una orquesta.
Niños tocando en una orquesta. Getty Images
James Rhodes

La educación musical ha pasado a la cola de las prioridades educativas en España. ¿Cuánto talento desperdiciado nos costará ese desprecio?

CIENTOS DE MILES de niños españoles nunca han oído hablar de Beethoven o Mozart. Y tengo miedo de que esta sea la punta de un iceberg muy sombrío. El número de personas en este país que nunca ha escuchado una sonata de Beethoven en su totalidad debe llegar a las decenas de millones. Qué frase tan terriblemente triste de escribir.

Soy, por supuesto, parcial. No solo me gano la vida como pianista, sino que lo más importante para mí fueron Beethoven, Mozart, Brahms, Bach y otros que alcanzaron el alma de mi infancia, arrancaron lo que había allí, lo sacudieron, lo pulieron, lo llevaron de paseo y luego volvieron a colocarlo de una manera que se ajustaba un poco mejor en mí.

Tuve la suerte de que cuando era niño, las orquestas escolares y las clases de música estaban en todas partes, y la exposición a la música clásica era tan omnipresente como lo son hoy los ­buckets de pollo. Estoy agradecido por eso cada día y, consciente del impacto que tuvo en mí, estoy más preocupado que nunca por el estado de la educación musical y la presencia de música clásica en las escuelas (con algunas pocas excepciones notables, gracias a Dios).

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Hay algo que funciona terriblemente mal en un sistema educativo que posee todos los ingredientes necesarios para el aprendizaje (pasión, curiosidad, maestros y maestras increíblemente trabajadores e inventivos) y, sin embargo, lo recompensa con un completo desinterés.

¿A cuántas y cuántos futuras Rosalías, Savalls, Barenboims o Sabinas nos estamos perdiendo simplemente porque no tienen la oportunidad de explorar la creación musical? Quizá lo más importante, independientemente del éxito comercial futuro (los ingresos de la industria de la música en España actualmente superan los 650 millones de euros anuales), ¿cuántas jóvenes mentes creativas está sofocando el Gobierno debido a la pereza, la búsqueda de votos y las prioridades equivocadas?

Aprender un instrumento musical no consiste solo en perfeccionar una habilidad musical específica. Fomenta un sentido de comunidad y la disciplina, aumenta la autoestima, enseña el trabajo en equipo y ayuda a la concentración. El impulso creativo incluye mucho más que el hecho de inventar algo. Es un antídoto brillante frente a lo que nuestra sociedad se ha transformado, una respuesta potencial a los niveles epidémicos de dificultades de comportamiento en nuestras aulas, algo que dura toda la vida y beneficia a las empresas, las familias, las estructuras sociales y la salud.

En esta época de endiosamiento y fama instantánea tan idealizada por programas como La Voz y sus semejantes, es más importante que nunca que la educación musical sea tratada como un derecho básico más que como un lujo.

Nunca ha sido más importante recordar esa maravillosa historia (tristemente apócrifa, creo) de cuando se le aconsejó a Churchill que tomara dinero de las artes para financiar el esfuerzo de guerra. Él respondió: “Entonces, ¿por qué estamos luchando?”.

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