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La incertidumbre de sembrar frente a las lluvias erráticas

El cambio climático condiciona las temporadas de cosecha, reduce la biodiversidad e incrementa los riesgos de los agricultores ante sequías, tormentas, degradación del suelo o nuevas plagas

Un agricultor mira su campo afectado por las inundaciones, en Malawi.
Un agricultor mira su campo afectado por las inundaciones, en Malawi.Luca Sola (FAO)
Ángeles Lucas
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Incertidumbre, desasosiego, desazón, descontrol, desconcierto, impotencia, angustia, agobio, presión, ansiedad, inquietud, hartazgo, desilusión, desesperanza, desamparo, indignación... Estas y decenas de reacciones parecidas son las que se generan entre los agricultores cuando han invertido sus ganancias, sus esfuerzos, sus recursos, sus saberes y su tiempo en sembrar una cosecha que en apenas unas horas puede esfumarse por el agua de una potente y repentina tormenta. Las escorrentías se llevan las semillas, las raíces, las plantas, la tierra fértil... las riquezas que se traducen en una pérdida fulminante del capital y el alimento de las familias campesinas, ganaderas o indígenas. Llueve desafiando al calendario que funciona desde hace siglos y después vendrán las sequías, por lo que la pregunta es difícil de responder. ¿Qué, cuándo, cuánto, cómo y dónde sembrar?

Ante esta situación, la contratación de los seguros agrarios, las inversiones en tecnología, o los movimientos migratorios que generan la falta de oportunidades o la inseguridad alimentaria son consecuencias que desestabilizan al sector. "Lo peor del cambio climático en relación con las siembra es la imprevisibilidad del tiempo. Las lluvias erráticas impiden programar las cosechas por temporadas y además después pueden destruirlas. Y si esto pasa por ejemplo en un país europeo, los Gobiernos pueden compensarte con fondos, pero si ocurre en determinadas zonas de África se puede perder la seguridad alimentaria de la familia", declara Carlo Fadda, científico de la organización de investigación para el desarrollo Bioversity International, durante la octava sesión del Órgano Rector del Tratado de las semillas celebrada estos días en la sede de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en Roma.

En los países del sur, donde la crisis climática incide con más virulencia, esta inestabilidad se acentúa con la deficiencia en herramientas, en mecanización, en tecnología, formación o innovación que se compagine con los saberes tradicionales para resistir estos cambios medioambientales que apenas se provocan en estas zonas, donde se genera la mayoría de la biodiversidad del planeta, —solo los pueblos indígenas custodian el 80% de ella—. "Es injusto que acabemos endeudados por las catástrofes y por una falta de control real del sector o por el control de las grandes corporaciones sobre él. Las comunidades de Teduray y Lembiangan de Filipinas estan endeudadas por las sequías, no pueden cosechar", señala Wilhelmina Pelegrina, coordinadora de campañas de Agricultura de Greenpeace en el Sudeste de Asia.

Ante esta situación y como respuesta a uno de los frentes que afecta a los pequeños agricultores, —que proporcionan el 80% de los alimentos del mundo—, Pelegrina denuncia cómo las grandes corporaciones semilleras, con la permisividad de los Gobiernos, han ido copando de simientes externas los campos de los campesinos y desplazando a las autóctonas, que aguardan dentro de su ADN información valiosa para la adaptación al entorno. "Hay que recuperar el sistema tradicional de introducción de semillas para lidiar con los retos del cambio climático", añade Pelegrina en un discurso que reivindica el valor de 10.000 años de conocimientos de los agricultores para seleccionar las mejores para cada temporada y lugar.

Es en este punto donde aparece también como respuesta a la irrupción rápida del cambio climático la mejora genética de las semillas entre las mismas especies (no transgénicas). Son técnicas científicas consensuadas por la comunidad internacional para hacerlas resistentes a las plagas, las enfermedades o los climas extremos y que garantizan la seguridad alimentaria en determinadas zonas o elevan la producción para evitar más uso de tierra. En los 15 años que acaba de cumplir el Tratado de las semillas, que avala la reserva mundial pública y gratuita de simientes a la que contribuyen 145 países, han tenido acceso a material vegetal 5,4 millones de agricultores y científicos. "Debemos mejorar el acceso a la información científica y facilitar la transferencia de tecnologías y conocimientos especializados, sobre todo en los países en desarrollo", ha declarado María Helena Semedo, directora adjunta de la FAO.

"Hay que recuperar el sistema tradicional de introducción de semillas para lidiar con los retos del cambio climático" Wilhelmina Pelegrina, coordinadora de campañas de Agricultura de Greenpeace en el Sudeste de Asia

El agrónomo Alejandro Argumedo, director de la Asociación Andes de Cuzco, encuentra la solución en la combinación del conocimiento científico y tradicional. "Si no se tiene un enfoque ecosistémico, en unión con los hábitats, no funcionará, porque en dos años volverán a cambiar las condiciones y los agricultores llevan experimentando años para dar respuesta los cambios", apunta Argumedo, que explica cómo el aumento de la temperatura en las montañas de los Andes perjudica a la patata, que crece a una media de 15 grados. "Lo que ocurre es que se calienta la tierra y provoca más plagas. Esto conlleva que los agricultores tengan que subir cada vez más a la cumbre para encontrar más frío, pero a veces chocan con piedra o ya no pueden cultivar más. Es uno de los impactos más visibles y dramáticos del cambio climático en esta zona", señala.

En el encuentro en Roma se plantea la necesidad de variar los cultivos frente a la pérdida de biodiversidad del planeta y los riesgos que supone para la nutrición. De unas 6.000 especies de plantas que se consumen, menos de 200 contribuyen de manera sustancial a la producción alimentaria mundial, y nueve representan el 66% del total de la producción agrícola. Pérdidas que se acentúan además de por las lluvias erráticas, por la desertificación, la degradación del suelo por productos químicos, la reducción de los polinizadores, el aumento de los monocultivos, la contaminación de las aguas, la expansión de las plagas o las nuevas enfermedades de las plantas... Todos elementos que dificultan dar respuesta a qué, cuándo, cuánto, cómo y dónde sembrar.

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Sobre la firma

Ángeles Lucas
Es editora de Sociedad. Antes en Portada, Internacional, Planeta Futuro y Andalucía. Ha escrito reportajes sobre medio ambiente y derechos humanos desde más de 10 países y colaboró tres años con BBC Mundo. Realizó la exposición fotográfica ‘La tierra es un solo país’. Másteres de EL PAÍS, y de Antropología de la Universidad de Sevilla.

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