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Cómo enseñar a los niños a autocontrolarse

Desde el año, más o menos, y hasta la adolescencia, padres y docentes educan en la autorregulación a fin de que los menores aprendan a frenar el impulso

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Correr, correr y correr. Aquellos pasillos infinitos, amplios y luminosos eran el entorno ideal para echarse unas buenas carreras. No podía contenerse. Para cualquier otro niño de su edad, 5 años, acudir al supermercado con sus padres habría provocado un enfado monumental. Para Javier, muy por el contrario, el hecho de ir a comprar suponía un divertimento. Un momento de ocio en el que disfrutaba escondiéndose entre las estanterías, correteando entre sus galerías y toqueteando, si nadie le veía, algún que otro producto que estuviera a su alcance. Por el contrario, para sus padres, Diego y María, la tarde se presentaba como un verdadero calvario. Ninguno de ellos era capaz de hacerle entender que aquel comportamiento no era el adecuado, que en un supermercado no se pueden tocar los alimentos, ni echar carreras por los pasillos, ni molestar al resto de las personas. En definitiva, que es necesario adecuarse a las normas y reglas establecidas y que para lograrlo es importante aprender a regular la conducta, lograr el autocontrol, mediante la observación de los propios actos, para tomar conciencia de ellos y analizar las consecuencias positivas o no de los mismos; es decir, autocontrolarse y autorregularse.

Desde el año, más o menos, y hasta la adolescencia, padres y docentes educan en el autocontrol a fin de que los jóvenes aprendan a frenar el impulso. En las aulas, el autocontrol es; por ejemplo, no hablar en clase cuando el profesor explica. Pero incluye muchas más áreas, como es: no decir palabrotas, esperar turno, no devolver un golpe, no masticar con la boca abierta o no comer con avidez… En suma, como describe Nora Rodríguez, fundadora y directora de Happy Schools Institute. Neurociencias y Educación para la Paz, se trata de “un acto de inhibición por decisión”. Sin embargo, la autorregulación, prosigue esta experta en neurociencia, consiste en “enseñarles a autocontrolarse, pero sin ser pasivos. Se trata de que puedan mostrar lo que sienten y piensan, que se adecuen a las reglas y a las normas, pero que si necesitan hacer algo diferente cambien las circunstancias, pero no las normas. En este sentido, el autocontrol es una primera fase importante”. Y opina que “la generación Z y Alfa (aquellos nacidos entre 1990 y 2010) serán los que más necesitarán aprender a regular sus emociones y sus acciones”.

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“Para educarles en la autorregulación es necesario enseñarles a pensar con flexibilidad, creativamente, empáticamente, pero con control”, afirma Nora Rodríguez. Por ello, es imprescindible hacerlo desde edades tempranas, para que descubran sus habilidades y talentos, y acercarlos a experiencias donde puedan ponerlas en práctica, ayudándoles a desarrollar la inteligencia interpersonal e intrapersonal, a ser conscientes de cómo se sienten o qué quieren. Para lograrlo, es absolutamente necesario, comenta la fundadora de Happy Schools Institute, “proporcionarles más espacio físico y emocional del que, seguramente, disfrutan hoy generaciones de niños con padres sobreprotectores”.

“El autocontrol es como si los niños tuvieran que dar paso a varios aviones desde una torre de control de un aeropuerto, pero la autorregulación es facilitarles su aterrizaje. Un acto en el que confluyen la empatía y lo creativo, que permite ejecutar habilidades y capacidades, y que requiere un proceso en espiral que pasa por tres etapas separadas pero conectadas: la planificación, la acción y la autorreflexión”, concluye Nora Rodríguez.

¿Cómo se aplica la autorregulación en el aprendizaje dentro del ámbito educativo? Juan Antonio Huertas, vicerrector de Docencia, Innovación Educativa y Calidad de la Universidad Autónoma de Madrid, sostiene que “la aplicación de la autorregulación en la educación pasa por la adaptación de los modelos que enfatizan el peso en cómo seleccionamos o asumimos las metas a conseguir en una tarea; cómo supervisamos y corregimos lo que estamos haciendo y cómo evaluamos el resultado final. Se trata de enseñar a pensar. En definitiva, consiste en dar importancia en la enseñanza a cómo debo hacer las tareas, cómo superviso y corrijo lo que estoy haciendo y cómo manejo bien las emociones y la motivación que va apareciendo”. En la adquisición de estas destrezas, continúa Juan Antonio Huertas, “se sabe que las familias tienen un papel primordial sobre todo a la hora de dar relevancia a los que se aprende en la escuela. En este sentido, su papel sería más que resolver, ayudar o hacer los deberes a los hijos, enseñarles cómo se trabaja, cómo se hacen esos tipos de tareas y, sobre todo, cómo autoevaluarse”.

A la hora de alcanzar estas estrategias de autorregulación que den sentido y valor a las tareas de aprender, el contexto socioeducativo es importante. “Por poner un ejemplo de las investigaciones que hemos hecho. Hemos podido comprobar que los estudiantes en situaciones de riesgo social tienen procesos de autorregulación distintos según tengan buenos resultados académicos o bajos. Cuando consiguen hacer una tarea difícil y se les reconoce justamente, suelen acabar autorregulándose con precisión. Cuando no es así (que es lo habitual), sus modos de autorregulación son tremendamente pobres”, apunta este experto en Docencia, Innovación Educativa y Calidad.

En conclusión, Juan Antonio Huertas asegura que “el aprendizaje de la autorregulación es lo que te permite ser experto y conseguir el dominio de una competencia o actividad. Eso luego será una de las bases del éxito futuro. Un adulto competente es el que se sabe planificar, el que sabe seleccionar y concretar bien sus objetivos, el que sabe cómo controlar sus deseos y emociones. Eso se consigue con buena enseñanza y mucha práctica”.

Por eso, Nora Rodríguez ofrece algunas estrategias para enseñar autorregulación, que “hay que practicar, empezando, por ejemplo, a enseñarles a ser flexibles o ver el impacto que nuestras acciones tienen sobre otras personas”. Además, asegura que es importante que, en las aulas, desde la etapa de infantil, la alfabetización, matemáticas y la evaluación no ocupen el primer lugar, sino que sean la creatividad, el trabajo con el cuerpo, la empatía y la atención, lo prioritario. “Es decir, menos tiempo de instrucción dirigida y mucho más de actividades seleccionadas por el niño, junto con habilidades, tales como la conciencia social, la toma de decisiones personales, y la capacidad de autorregularse para resolver los conflictos. E impedir que el juego sea el gran sacrificado por actividades estructuradas”, agrega. Entre las pautas que sería conveniente poner en práctica, estarían:

• La mejora de autorregulación a través de la atención, y de un cuerpo en calma. Para llegar a tener una mente en calma, primero hay que ayudar a los hijos a calmar su cuerpo. Un ejercicio para conseguirlos podría ser pedirle que se sentase y concentrarse en las sensaciones físicas que ofrece la inhalación y exhalación durante un minuto más o menos.

Percibir cómo se siente. Fomentar una conciencia de cómo se siente al tener que identificar tres emociones que está sintiendo en ese momento.

Reconocer solo los hechos. La toma de conciencia de los hechos debe ser anterior a que pueda pasar a la predicción de las emociones de otras personas o implicaciones potenciales.

Intentar la reflexión crítica y la predicción. ¿Cómo puedo actuar de manera diferente para cambiar el resultado la próxima vez?.

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