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La guerra de orgasmos la ganó Alemania oriental

¿Disfrutan las mujeres más de sus relaciones en países socialistas? Las diferencias entre la RDA y la RFA son un ejemplo de cómo el capitalismo afecta a la sexualidad

Dos modelos en 1960 frente a la puerta de Brandeburgo, entre los sectores este y oeste de Berlín.
Dos modelos en 1960 frente a la puerta de Brandeburgo, entre los sectores este y oeste de Berlín.Konrad Giehr (GETTY IMAGES)

Durante cuatro décadas, las dos Alemanias siguieron caminos distintos, sobre todo en lo que respecta a la construcción de masculinidades y feminidades ideales. En Alemania Occidental se abrazó el capitalismo, los roles de género tradicionales y el modelo del matrimonio monógamo burgués en el que el hombre es el sostén de la familia y la mujer es ama de casa. En el Este, el objetivo de la emancipación de las mujeres, combinado con la escasez de mano de obra, llevó a una incorporación masiva de aquellas a la población activa. Como explicaba la historiadora Dagmar Herzog en su libro Sex after Fascism (El sexo tras el fascismo), publicado en 2007, en Alemania del Este el Estado promovió activamente la igualdad de género y la independencia económica de las mujeres como características distintivas del socialismo, en un intento de demostrar su superioridad moral por encima del Occidente democrático y capitalista. Ya a principios de la década de 1950, se animaba desde las publicaciones estatales a los varones alemanes a participar en el trabajo doméstico, compartiendo así la carga del cuidado de la descendencia de forma más equitativa con sus esposas cuando estas también trabajasen a jornada completa.

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Según la profesora de Estudios Culturales Alemanes Ingrid Sharp, en Alemania del Este se creó una situación en la que las mujeres ya no dependían de los hombres, y esto les proporcionaba una sensación de autonomía, lo cual redundaba en un comportamiento masculino más generoso en la cama. Si las novias y esposas de Alemania Occidental se sentían insatisfechas con el desempeño sexual de sus compañeros masculinos no tenían demasiadas opciones, pues como dependían económicamente de sus parejas lo máximo que podían hacer era intentar convencerlos para que fuesen más atentos con sus necesidades. En el Este, los hombres que deseaban mantener relaciones con mujeres no podían comprar el acceso a ellas con dinero, por lo que tenían incentivos para mejorar su comportamiento. (…) En 1984, Kurt Starke y Walter Friedrich publicaron un libro con los resultados de sus investigaciones sobre el amor y la sexualidad entre sus compatriotas menores de 30 años. Así, descubrieron que la juventud de la RDA, tanto hombres como mujeres, estaba muy satisfecha con su vida sexual: dos tercios de las jóvenes afirmaban llegar al orgasmo “casi siempre” y un 18% “con frecuencia”. Starke y Friedrich sostenían que estos niveles de satisfacción personal en la cama eran resultado de la vida socialista: “La sensación de seguridad social, el equilibrio en cuanto a responsabilidades educativas y profesionales, la igualdad de derechos y de posibilidades a la hora de participar en la vida social y determinar su curso (…)”.

En una encuesta de prácticas sexuales femeninas realizada por el Gewis-Institut de Hamburgo para Neue Revue, el 80% de las alemanas orientales respondió que siempre llegaba al orgasmo, en comparación con el 63% de las occidentales. (…) El contexto [de este estudio] era la pugna ideológica entre el Este y Occidente: una guerra fría que se libraba en el campo de batalla de la sexualidad y en la que el potencial de orgasmos sustituía a la capacidad nuclear. Efectivamente, Sharp explica que la continua vinculación que hacían los sexólogos del Este entre el mayor disfrute sexual de las mujeres de la RDA y su independencia económica y su confianza en sí mismas suponía una amenaza para la sensación de seguridad de Alemania Occidental. La respuesta de los medios occidentales contra la idea de que en el Este pudieran tener algo mejor fue contundente y dio paso a lo que Sharp llamó la “Gran Guerra de los Orgasmos”. Los continuos debates sobre las comparaciones entre los niveles de satisfacción sexual de las dos Alemanias animaron a los historiadores Paul Betts y Josie McLellan a explorar el tema con mayor profundidad en su libro Love in the Time of Communism (El amor en los tiempos del comunismo), donde se disecciona el tema a lo largo de 239 páginas. Betts y McLellan confirman la idea de que la independencia económica femenina contribuyó a crear una forma de sexualidad única, no mercantilizada, tal vez más “natural” y “libre”, que floreció en el Este y que permite afirmar que, si bien la teoría de la economía sexual proporciona una descripción adecuada de los mercados del sexo, esta solo es aplicable a las sociedades capitalistas. Sin embargo, como apuntan estos autores, otros factores contribuyeron a las diferencias entre las culturas sexuales. En primer lugar, la Iglesia desempeñaba un papel mucho más importante en la regulación de la moral y la sexualidad en Occidente que en el Este, secular y ateo (aunque es importante señalar que el estudio de 1984 realizado por Starke y Friedrich no encontró diferencias entre las respuestas de las ateas y las de quienes profesaban alguna religión). En cualquier caso, resulta incontestable que la cultura de Alemania Occidental abrazó los patrones de género tradicionales de las Iglesias católica y protestante en mucha mayor medida que la cultura de la Alemania Oriental. En segundo lugar, la naturaleza autoritaria del régimen de la RDA restringía el acceso a la esfera pública, por lo que su ciudadanía respondió retirándose al ámbito privado, donde se construyeron vidas íntimas, acogedoras y ajenas a la ideología en las que refugiarse de la omnipresencia del Estado en todos los demás planos. En tercer lugar, en el Este había mucho menos que hacer en comparación con las distracciones comerciales de Occidente, por lo que probablemente la gente dispusiera de más tiempo para dedicarlo al sexo. Y, por último, el régimen de la RDA animaba al disfrute de la vida sexual como medio para distraer a sus habitantes de la monotonía y de las relativas privaciones de la economía socialista, así como de las restricciones en los desplazamientos.

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(…) La idea que se tenía del sexo en Alemania del Este sigue resultando conservadora cuando la comparamos con los estándares actuales. Los gais y las lesbianas, aunque no sufrían una persecución abierta, llevaban vidas limitadas, confinadas a la esfera privada. Y, por mucho que el Estado intentase convencer a los hombres de que echasen una mano en casa, las mujeres seguían realizando la mayoría del trabajo doméstico. Pese a la disponibilidad de anticonceptivos y a que el aborto era legal, la RDA, al igual que otros Estados socialistas, seguía manteniendo una fuerte política de fomento de la natalidad: la maternidad se consideraba un deber y los socialistas tendían a ver el sexo como algo que acabaría por llevar al matrimonio y a los bebés. Por último, aunque el sexo placentero se veía como algo deseable para ambos géneros, el Estado nunca estuvo a favor de la promiscuidad descontrolada ni del sexo “hedonístico”: se consideraba que el sexo era una expresión de amor y cariño entre camaradas iguales.

Kristen Ghodsee, etnógrafa, es profesora de Estudios de Rusia y Europa del Este en la Universidad de Pensilvania (EE UU) y autora de varios libros. Este es un extracto de ‘Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo’, que publica Capitán Swing este 7 de octubre.

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