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Luces, cámaras y... algoritmos

La inteligencia artificial y el 'big data' se han colado en Hollywood con la promesa de ofrecer la receta del éxito a una industria sedienta de beneficios

El actor Robert Downey Jr, de espaldas durante el rodaje de 'Iron man 3', en el año 2012. 
El actor Robert Downey Jr, de espaldas durante el rodaje de 'Iron man 3', en el año 2012. Zade Rosenthal (MARVEL)
Carla Mascia

Fiel a la lógica del máximo beneficio, la industria cinematográfica estadounidense ha recurrido a la repetición de tramas y arquetipos. El consabido “chico conoce chica, chico pierde chica, chico recupera chica” y otras fórmulas similares fueron el patrón que moldeó la era dorada del cine. Lo importante siempre ha sido dar con un filón y explotarlo tanto como fuera posible. Aun así había algo arriesgado e impredecible en el negocio en la medida en que el éxito finalmente podía depender de la osadía de un productor, del destello de un guionista, del genio de un director. La fórmula no estaba del todo escrita, ni era matémática. Pero eso ha cambiado gracias a un puñado de empresas que dice tener un método menos falible que el olfato humano más o menos entrenado.

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“¿Qué resulta más caro, invertir millones en una película que puede no dar ningún beneficio o gastar 5.000 euros en un análisis que os asegure que no fracasará?”, pregunta Nadira Azermai a sus clientes. La fundadora de ScriptBook asegura poder determinar el tirón potencial de un filme tras someter a un examen científico el guion. En poco más de cinco minutos, su algoritmo bucea en una base de 6.500 textos y revela los patrones: qué características tienen los personajes y cuánta simpatía pueden despertar; qué representación tienen las mujeres; en qué medida los diálogos son estereotipados; o a qué tipo de audiencia puede gustar la historia. ScriptBook emplea dos tipos de inteligencia artificial (IA); una para entender e interpretar el texto (“natural language processing”) y otra para comparar estructuras y palabras (“deep learning”). “Nuestro sistema es capaz de interpretar incluso el subtexto, como lo haría un humano”, dice Azermai.

Con un 84% de acierto en sus previsiones, su empresa se ha hecho un hueco en un mercado que sufre el estancamiento en el número de espectadores en Europa y en EE UU, y padece la competencia de Netflix, Amazon Prime o HBO. “La mayoría de las producciones fracasaban y vi que no había una tecnología capaz de ayudar a los productores y distribuidores a tomar decisiones objetivas”, cuenta la joven belga. En Scriptbook están convencidos de que la objetividad de su análisis corrige los fallos asociados a la subjetividad humana: un algoritmo no tiene emociones, por lo que no se deja influir por factores externos y busca siempre la mayor eficiencia. No todo el mundo lo tiene tan claro y hay voces que alertan sobre el inevitable sesgo humano implícito en el proceso de elaboración de las fórmulas matemáticas. Pero los promotores del big data no renuncian al argumento de la objetividad para “descalificar la sabiduría y la pertinencia de los juicios humanos”, como explica el sociólogo francés Dominique Cardon en À quoi rêvent les algorithmes (Seuil).

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Siendo Hollywood “el cine más industrializado del mundo y más ejemplarmente capitalista”, en palabras del historiador Román Gubern, no es extraño que perfiles como el de Azermai —que no es particularmente cinéfila y se define como una nerd— hayan conseguido hacerse un hueco en las colinas de Hollywood. La misma lógica de búsqueda de alta rentabilidad en taquilla es lo que impulsó en otros tiempos la figura de los llamados script doctors [doctores de guion], profesionales como Robert McKee o John Truby. Ahora se ha ido un paso más allá.

Vincent Bruzzese intuyó el potencial de las matemáticas para dar con la fórmula del taquillazo

Azermai no es la primera científica en abrirse camino en la meca del cine. Hace casi una década, Vincent Bruzzese, un profesor de estadística de la State University de Nueva York, intuyó el potencial que las matemáticas tenían para dar con un taquillazo. Por 20.000 dólares, el científico ofrecía de manera independiente pautas para reforzar el guion y asegurar que funcionara a nivel comercial. Bruzzese no dejaba nada al azar; sus recomendaciones abordaban desde el tipo de superhéroes o villanos que funcionarían hasta la trama y la estructura. Ahora, como director de Solstice Studios, la productora y distribuidora que fundó en 2018, el profesor puede presumir de haber conseguido éxitos como el remake de El mago de Oz de Sam Raimi, que recaudó casi 450 millones de euros.

A Bruzzese, pionero matemático del entretenimiento, pronto le siguieron otros. Además de ScriptBook, otras firmas han irrumpido en el mercado desde 2015 ofreciendo una nueva ciencia de grandes taquillazos a los estudios, a los distribuidores estadounidenses y europeos, y a algunos festivales. El lema de una de ellas, Cinelytic, habla por sí mismo: “Reduce el riesgo, aumenta el retorno de la inversión”. Esta empresa con sede en Los Ángeles destaca por haber desarrollado una base de datos que relaciona el éxito de una obra, su temática y sus intérpretes, y, además, su aplicación ofrece una propuesta de reparto ideal. La israelí Vault —que perfeccionó durante dos años un sistema de redes neuronales artificiales con información de los ingresos en taquilla de producciones estrenadas en las últimas tres décadas— alardea de una fiabilidad del 75% en sus predicciones sobre el perfil demográfico del público de una película. También en Pilot, empresa radicada en Boston, han desarrollado un programa llamado Profeta con el que aseguran poder vaticinar si un filme funcionará 18 meses antes de su estreno con una precisión del 70% tras analizar el elenco, el director, los guionistas y los productores, además de otros criterios como la trama, o la fecha y los países en los que será distribuida.

Definir la audiencia potencial es un aspecto crucial en una producción, y es algo en lo que las plataformas de streaming van muy por delante. Netflix, por ejemplo, ha diseñado 77.000 microgéneros gracias a la información y al gran número de variables que extrae de sus suscriptores. Entre estos microgéneros se encuentran categorías tan estrafalarias como “comedias posapocalípticas sobre amistad” o “thrillers violentos sobre gatos para niños de entre 8 y 10 años”.

En otros tiempos se recurría a script doctors [doctores de guion] pero ahora se ha ido un paso más allá

Ahora, Hollywood se suma a la tendencia y ha dado un giro definitivo gracias al algoritmo. “En esta industria la innovación estaba más volcada en las técnicas de realización que en el aspecto comercial. Aparecieron cámaras nuevas, o drones, pero el proceso de trabajo era el mismo que hace 20 años. Pero los tiempos han cambiado”, afirma el cofundador de Cinelytic, Dev Sen, un ingeniero que dejó de evaluar la seguridad en el diseño de naves espaciales en la NASA para, según dice, en conversación telefónica, “hacer lo mismo en el cine”.

Del ‘show business’ al ‘business’ a secas

El nuevo tiempo del que habla Sen se acerca a lo que Lynda Obst, la exitosa productora de películas como El rey pescador de Terry Gilliam, ha definido como “la nueva anormalidad”. En su libro Sleepless in Hollywood sitúa el arranque de la actual era en 2008, y defiende que hoy este modelo se ha impuesto en un sector que se muestra más conservador que nunca, donde manda la ley del riesgo cero. En la cartelera de Hollywood parece que solo hay secuelas, remakes y superhéroes, y en los despachos de los estudios se habla más de ventas que de una buena historia.

El productor español Enrique López Lavigne —que cuenta en su haber con notables éxitos de taquilla como Lo imposible de Juan Antonio Bayona— comparte la impresión de que algo ha cambiado en la última década, aunque él trabaja en España, y, dice que con mucha libertad. “Hoy en día tiene más importancia la venta que la obra. El productor que arriesga está en vías de extinción”, comenta con preocupación Lavigne, entre cuyos últimos éxitos está la serie Paquita Salas. La mayoría de las empresas que han impulsado la IA en Hollywood excluyen una variable que ha sido fundamental en el cine: quién dirigía el proyecto. “Cada vez veo más ofertas para financiar películas que no están asociadas a cineastas importantes”, lamenta Lavigne. “Es más fácil elegir al cineasta o llevarle por territorios que ya están diseñados. El cine no es diferente de otras industrias: se trata de buscar un yacimiento y explotarlo”.

El programa Profeta asegura poder vaticinar si un filme funcionará 18 meses antes de su estreno

Las nuevas estrategias, a juzgar por los resultados económicos, funcionan. Este año Vengadores: Endgame, última entrega del Universo Marvel, se convirtió en la película más taquillera de la historia, y en 2018 los ingresos por la venta de entradas en todo el mundo alcanzaron los 41.700 millones de dólares, la cifra más alta jamás registrada, según datos de Comscore. Además, a medida que Hollywood busca conquistar nuevos mercados en China, India o América Latina, se impone la necesidad de crear un gusto uniforme, capaz de llegar a todos. Y ese es un terreno perfecto para que los algoritmos impongan su fórmula. Basta mirar la lista de las películas más taquilleras de los últimos años para comprender las implicaciones que tiene la entrada del big data en Hollywood.

Los algoritmos usados, explica Cardon, parten de la hipótesis de que nuestro futuro será la reproducción de nuestro pasado. “La lógica algorítmica se pega a lo que hacen los individuos de una forma muy conservadora. Parten de la idea de que raramente las acciones y los deseos coinciden”, escribe el sociólogo. Un ejemplo, que cita para ilustrar esto, parte de un estudio realizado en una web de alquiler de vídeos que comparaba las obras que los usuarios añadían a sus listas de deseos y las que realmente veían, demostrando que muchas veces, aunque se deseen ver documentales y cine de autor, se acaba optando por cintas comerciales. “Al trabajar sobre las conductas y no sobre las aspiraciones, los algoritmos nos imponen un realismo eficaz. Nos encarcelan en nuestro conformismo”, argumenta. “Hay una colonización del gusto como no se había visto nunca en la historia de la humanidad”, ahonda el cineasta y escritor David Trueba.

Por deseo expreso de sus clientes, las nuevas empresas que trabajan en Hollywood no pueden dar los nombres de quienes compran sus servicios. “Se habla de IA en medicina, finanzas o seguridad, pero los estudios temen una reacción negativa del público por el componente artístico implícito en el cine”, explica Azermai, la fundadora de ScriptBook. “Pero esto no quiere decir que nuestro negocio esté estancado. Empecé sola y ya somos 12”, cuenta. Su próximo objetivo es convencer al sector de que los algoritmos pueden ayudar a los guionistas. “Algunos creadores piensan que nos estamos cargando su trabajo, pero un ordenador es mejor que ellos. Es difícil de aceptar, pero es así”. A Román Gubern, esta aseveración le suena casi a blasfemia: “Una máquina puede proporcionar esquemas que funcionen en el mercado, pero jamás aportará la creatividad genial que es propia de los humanos”. Así que un algoritmo tiene difícil replicar la creatividad, pero queda por saber si no acabará con cualquier atisbo de rara originalidad made in Hollywood.

Matemáticas para el misterio de la creación

Sostenía el escritor austriaco Stefan Zweig que de todos los enigmas, "el de la creación ha sido desde el principio el más misterioso". Le pareció al estudiar cómo gestaron Bach, Mozart o Edgar Allan Poe sus obras, que nadie, ni ellos mismos, serían capaces de reconstruir un proceso que juzgaba como "íntimo", que "en cada caso particular queda tan sumido en la oscuridad como la aparición de nuestro mundo". Pero de eso hace ya mucho tiempo y hoy algunos tacharían su opinión de anticuada. Porque si un algoritmo es capaz de predecir el éxito de un guion estudiando bases de datos gigantescas, ¿acaso no podría también escribir uno?

El cineasta británico Oscar Sharp tuvo una intuición similar y se puso manos a la obra. Le trasladó su inquietud a Ross Godwin, investigador de la Universidad de Nueva York, y juntos crearon a Benjamin, un sistema de inteligencia artificial de predicción de texto parecido al de los teléfonos móviles, y lo alimentaron con decenas y decenas de guiones de ciencia ficción. La máquina los diseccionó al detalle; aprendió qué palabras y frases tendían que encadenarse, qué estructura tenían los textos y cómo eran los diálogos. Con todo procesado no tardó mucho en parir Sunspring, una historia que se rodó y se presentó hace tres años en un festival de cortos en Londres.

El resultado es un tanto desconcertante a ojos del espectador, pese a la emoción que le imprimen los actores. Los diálogos absurdos de un triángulo amoroso futurista dejan una impresión más bien extraña, algo surrealista. Sharp, sin embargo, quedó satisfecho. “Los diálogos van a ser más y más creíbles a medida que los sistemas vayan mejorando . No solo para parecer que los haya escrito una persona, que no es tan importante, sino para hacer creíble el texto que está interpretando”, cuenta por teléfono. Eso sí, de ahí a que la máquina produzca taquillazos en serie ya es otra cosa. “Es casi imposible predecir si una película va a tener éxito”, sentencia.

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Sobre la firma

Carla Mascia
Periodista franco-italiana, es editora en la sección de Opinión, donde se encarga de los contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es licenciada en Estudios Europeos y en Ciencias Políticas por la Sorbona y cursó el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Antes de llegar al diario trabajó como asesora en comunicación política en Francia.

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