_
_
_
_
_
LEYENDO DE PIE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Disidencias y negocios

Llamar “disidentes” a grupos provenientes de las antiguas FARC, desvirtúa el anuncio de Iván Márquez de que, tras un receso estacional, vuelven a los narcomanejos y a las extorsiones de siempre

Ibsen Martínez
Ivan Marquez junto a miembros de las FARC.
Ivan Marquez junto a miembros de las FARC.Reuters TV (VIA REUTERS)

"Disidente” es palabra que el uso y abuso periodístico destinó, allá por los remotos sesenta, casi exclusivamente a designar al objetor de conciencia que, en la antigua URSS y en aquellos otros países mitteleuropeos que la ficticia burocracia del Cambridge Circus de John Lecarré llamó “Satélites 4”, se apartaba de la “recta doctrina” del Partido y era enviado al respectivo ignominioso, inhumano gulag.

Característicamente, por aquellos tiempos de crisis del movimiento comunista mundial —¡era la Guerra Fría, recordemos!— , en todas partes se criaban disidentes. La historia de siete décadas de torturas, exilios y asesinatos de Estado en Cuba, por ejemplo, es ya indistinguible del relato de sus disidentes, su gulag, su paredón de fusilamientos y su diáspora.

Con todo y lo arbitrarios que suelen ser ciertos hallazgos de la parla periodística, la verdad de la cosa es que la voz “disidente” aportaba inteligibilidad. Leías “disidente” y de inmediato pensabas Solshenitsyn, pensabas Andréi Sájarov, pensabas Joseph Brodsky, Natan y Avital Sharansky, Gao Xingjian, Vaclav Havel, pensabas Cabrera Infante.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Las cosas se tornaron menos discernibles cuando en América Latina comenzaron las disidencias entre grupos guerrilleros, así como en el seno de minúsculas células universitarias. Tengo edad para recordar el tiempo en que la naturaleza de esas discrepancias se incorporaba pedantescamente a las siglas del foco insurgente, que a menudo se proclamaba guevarista —aunque no siempre—, junto con la adscripción al país del ancho mundo comunista con el que más congeniaba el núcleo dirigente o que mejor los trataba en lo tocante a ayuda material.

Los grafitis solían, por tanto, ser más cortos que las siglas que reivindicaban su autoría. “¡Fuera Yanquis de Camboya!”, firmaba por ejemplo una “Fuerza Socialista Auténtica, Tendencia Proletaria de Idea suche”. El trastorno no se manifestaba exclusivamente en las capillas universitarias: piénsese en las muertes, el sufrimiento en masa y el extenso daño material causado por los extravíos maoístas de Sendero Luminoso.

Para singularizarse de los traidores, reformistas, sindicalistas al uso y toda clase de blandengues desviacionistas, las facciones llegaban a adoptar las costumbres y hasta el código vestimentario de la respectiva admirada “utopía concreta”.

Hubo un inolvidable maoísta venezolano que hizo del campus de la Universidad Central de Venezuela su Yenán particular. Allí confeccionaba con gran destreza enormes pancartas que colgaba del techo de la hermosísima Biblioteca Central, afeando de paso su fachada. Eran los llamados dazibaos, especie de Twitter avant la lettre, hecho de papel de arroz, que la “revolución cultural” china popularizó a mediados de los 60.

Así como al poeta mexicano José Juan Tablada, con razón o sin ella, se atribuye la adopción de la forma japonesa haiku en obsequio de la poesía en nuestra lengua, los dazibaos de Hernando Guillén —que así se llamaba el activista— merecerían hoy estar en algún Museo de la Apropiación Cultural: sus temas rara vez acudían a la política doméstica venezolana, sus pronunciamientos fulminaban preferentemente a la inmovilista dirigencia soviética como lo habría hecho el mismísimo Lim Biao.

Lo sorprendente es que el camarada Guillén disponía sus soflamas en un castellano sumamente expresivo, con no poca intuición poética, solo que había que leerlas verticalmente y de derecha a izquierda, tal como hasta aquel entones prescribía la escritura china.

De estas y otras monomanías de la izquierda radical —pura magia empática, digo yo— en nuestra región —sin olvidar la torsión indigenista— se han ocupado, en regocijantes sátiras novelescas, brillantes autores latinoamericanos como Alfedo Bryce Echenique, Jorge Ibargüengoitia y don Mario Vargas Llosa.

Pero, sin duda, llamar “disidentes” a grupos armados que, provenientes de las antiguas FARC, orbitan en el complejo sistema de crimen organizado que prospera en medio de la disolución de Venezuela como Estado y por cuyo territorio compiten el ELN, las protervas FAES, la infame Guardia Nacional bolivariana, los ejércitos irregulares de la ministra de prisiones, el cártel de los generales y todos los garimpeiros transnacionales del negocio del oro, del uranio y del coltán, desvirtúa el sentido estrictly business del anuncio de Iván Márquez de que, tras un receso estacional, él y los suyos vuelven a los narcomanejos y a las extorsiones de siempre.

@ibsenmartinez

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_