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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿No habíamos dicho federalismo?

Parece que lo único que importa salvaguardar son eso que con sintagma horrible se llaman competencias identitarias

Juan Claudio de Ramón
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, junto al alcalde de la capital, José Luis Martínez Almeida.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, junto al alcalde de la capital, José Luis Martínez Almeida.Victor J Blanco (GTRES)

Lo que el mero vivir enseña —no hacen falta tratados de filosofía para saberlo— es esto: cosas que por separado parecen deseables, resultan luego muy difíciles, o imposibles, de cohonestar en la práctica. Y si el existir humano es dilemático, más lo es la política. En corto: todo no se puede. Lo que no quiere decir que no sea todo, lo uno y lo otro —bajar impuestos y subir gasto, por ejemplo— lo que nos suele apetecer. Lo malo es que los políticos nos lo prometen.

Viene esta moraleja a cuento de la última polémica sobre la bajada de impuestos anunciada por el Gobierno autonómico de Madrid. Madrid, se nos dice, estaría jugando sucio, poniendo en desventaja a otras regiones. Nada habría que objetar al reproche si viniese de quienes defienden un Estado central más fuerte para evitar tratos desigualitarios en función del territorio. Pero resulta que la crítica la emiten los mismos que abogan por una España más descentralizada. ¿En qué quedamos? ¿Queremos las ventajas de un Estado centralizado o el de uno federal? Porque federalismo también es poder ensayar políticas fiscales alternativas dentro del margen legal. Por cierto que bajar unos puntos el impuesto de la renta o bonificar donaciones no equivale a convertirse en paraíso fiscal, conforme a cualquier definición razonable del término. Es solo una política fiscal distinta que permite el principio de autogobierno.

Se dice que Madrid no puede hacerlo porque es la capital, condición que le reportaría beneficios sin tasa. Pero tan verdad es que se beneficia de ella como que no escatima a la hora de aportar a los fondos comunes que buscan igualar la financiación per cápita en todo el territorio (dejemos de lado el piadoso silencio sobre el verdadero escándalo redistributivo del país: la sobre-financiación de comunidades ricas como el País Vasco y Navarra). En fin: tampoco tienen la culpa los gobernantes madrileños si la demanda de suelo industrial en su región se ha disparado en perjuicio de Cataluña, que solía acapararla hasta que sus élites se lanzaron por el perdedero del procés.

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Desconcentrar la capitalidad del Estado es algo que algunos defendemos. El riesgo de que Madrid drene recursos de modo lesivo para el conjunto debe estudiarse sin prejuicios. Los madrileños podrán valorar si el alza de su renta disponible les compensa el potencial menoscabo de los servicios públicos. Pero que quienes querrían descentralizar hasta los arreglos del himno, como alguien ha dicho con guasa, les entre un ataque de jacobinismo porque otra región haga uso de su autonomía fiscal es desconcertante. Como desconcierta querer renunciar tanto a los elementos igualitarios del federalismo (una tarjeta sanitaria única, por ejemplo) como a sus elementos competitivos (modulaciones fiscales). Parece que lo único que importa salvaguardar son eso que con sintagma horrible se llaman “competencias identitarias”. Pero eso no es federalismo, sino nacionalismo.

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