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Por qué ‘Aladdin’ debería titularse ‘Jasmín’

A la princesa ya no le basta con salir de palacio y elegir marido como hace 27 años, ahora quiere lo que le corresponde pero se le niega por género

Naomi Scott, que interpreta a Jasmín, en un fotograma de la película. En vídeo, tráiler de 'Aladdin'.
Victoria Torres Benayas

Ojo, esta entrada contiene muchos spoilers.

No habíamos visto nada igual en una película de princesas Disney desde que Mérida se plantó frente a la diana arco en mano, se quitó la capucha y proclamó que era la primogénita del clan DunBroch y que, como tal, iba a competir por su propia mano mientras reventaba una a una las costuras de su traje y del de todas las añejas y cursis heroínas de la factoría.

En la nueva versión de Aladdin, el clásico de dibujos animados de 1992, la historia con actores reales discurre por los mismos carriles románticos que la original hasta que Jasmín canta Speecheless, un tema nuevo que en castellano se titula No callaré. La princesa, que presentaban como una niña rebelde que se niega a casarse por obligación y como el objeto de deseo del prota masculino, da un puñetazo en la mesa y se convierte en el verdadero eje de la historia.

Jasmín proclama, convertida en la princesa que sí querríamos todas ser, que no piensa callarse frente a los que recomiendan a las mujeres que “se queden en su lugar". "Mejor ser vista y no escuchada... La ley escrita en la piedra está, con leyes que el tiempo no cambia. Solo podrás oír, ver y callar, pero esa historia se acaba”, canta mientras en su imaginación se esfuman todos sus enemigos solo con tocarlos.

Ya no solo sale de palacio y elige marido como hace 27 años, quiere lo que le corresponde por nacimiento pero se le niega por género. En su discurso, se convierte en portavoz del pueblo de Agrabah, apela al derecho a un buen gobernante y convence al jefe de la guardia de que le dé la espalda al nuevo sultán y proclame su fidelidad al derrocado rey. El sultán, en lugar de volver al punto de partida, reconoce la valía de su hija, le pide perdón y la declara sultana. En ese momento, yo, mi cuñada y todas las mujeres de la sala aplaudimos hasta que nos dolieron las palmas de las manos. “Mira a Jasmín, cariño. Tú puedes ser lo que quieras ser, veterinaria, arquelógola como dices tú, astronauta y hasta sultana”, dije a mi hija, emocionada por poder ver una de Disney sin sentir vergüenza ajena de su concepto de mujer.

Como recuerda Vanellope von Schweetz en Ralph rompe internet, ser princesa consiste en tener pelo o manos mágicas, en que los animales te hablen, en haber sido envenenada, maldita, secuestrada o esclavizada y en no tener madre. La niña que quería ser piloto de carreras no se reconoce en sus compañeras salvo en una cosa: en que "todo el mundo da por hecho que tus problemas se solucionan cuando aparece un hombre grande y fuerte".

Pero Jasmín se salva a sí misma, a su pareja, a su padre y a toda la ciudad. Y sí, se acaba casando, pero en este caso es lo de menos y no lo de más. Si bien la película mantiene el mansplaining de libro que es la pastelona canción Un mundo ideal ("yo te quiero enseñar un fantástico mundo"), revisa el vestuario de la princesa, que deja de ir por la vida medio desnuda, y elimina la parte en la que una Jazmín Mata Hari seduce y besa al terrorífico Jafar.

Frente a las princesas de la etapa clásica, Blancanieves (1937), Cenicienta (1950) y Aurora (1959), las heroínas del renacimiento de Disney han ido alejándose paso a paso del perfil de mujer sumisa con un papel secundario en su propia historia. Ariel (1989), la sirenita pelazo, fue la primera en plantarse frente a su padre y en negarse a ser lo que se esperaba de ella. Pero toda su rebeldía consiste en querer a quien no debe y permite que la malvada Úrsula le arrebate la voz por amor. “Hablando mucho enfadas a los hombres. Se aburren y no dejas buen sabor, pues les causa más placer las chicas que tienen pudor. Admirada tú serás si callada siempre estás. Sujeta bien la lengua y triunfarás”, le recomienda la bruja.

Tras Ariel vino Bella (1991), que era una “chica de lo más extraño” porque le gustaba leer. Pero la aldeana que soñaba con ver mundo y ampliar sus conocimientos renuncia sin pestañear a sus sueños para quedarse con su príncipe en palacio. La siguiente en nómina fue Jasmín (1992), que se niega a aceptar que un matrimonio concertado sea su única razón de ser. Pero su libertad también se circunscribía a la elección de un marido a su gusto.

La ecofeminista Pocahontas (1995), historia basada en un personaje real, la hija de un jefe indio, elige su destino frente a su amor mientras duerme a los espectadores, y la guerrera Mulán (1998), que tampoco es princesa, se hace pasar por hombre para luchar en lugar de su padre y logra salvar a toda China… Pero acabar casándose como una "dulce y linda flor". 

Tiana (2009), la tercera plebeya de este cuento, es la primera mujer trabajadora, una chica humilde que solo quiere poner un restaurante pero que se tropieza con una rana. Rapunzel (2010) empuña una sartén como arma mientras emprende un viaje en busca de su origen que la lleva de vuelta a casa, aunque eso sí, de la mano de su amor. Y ahí es donde llega Mérida (2012), la brava escocesa que tiraba al arco mejor que todos sus pretendientes juntos y que lanzó el auténtico órdago al negarse a pasar por el altar. Además de no vestir de rosa talla XXS y de pasarse la película haciendo cosas de hombres, logra cambiar a su madre, es decir, acabar con el poder patriarcal ejercido por las mujeres contra las mujeres.

La siguiente protagonista de Disney son dos, Elsa y Ana, que sustituyen el amor entre un hombre y una mujer como tema central por el amor fraternal. Si Ana empieza viendo en el matrimonio con quien sea su única vía de escape y crece hasta renunciar a la vida y a su chico para darlo todo por su hermana, la reina Elsa proclama a voz en grito “libre soy” (en América Latina, porque en España y en inglés dice "suéltalo"), que muchos interpretan, además de como el himno feminista que es, como su salida del armario. “Libre soy, libre soy, libertad sin vuelta atrás. Voy a probar qué puedo hacer sin limitar mi proceder. Ni mal, ni bien, ni obedecer ¡jamás!”.

En estas aparece VaianaMoana, la primera película en la que el amor romántico ha desaparecido del mapa. La chica se sube a un barco, aprende a navegar y obliga a un semidiós a deshacer el entuerto que llevó la desgracia a su pueblo. Y en 2019 llega Jasmín y le roba la película a Aladdín. Porque la historia ya no va de la rata callejera que con bondad, osadía e ingenio logra casarse con la princesa y ascender a emperador sino de cómo una mujer dice no al papel que le imponen los hombres y pone a todo el mundo en su sitio, incluido el suyo mismo que es el trono. La historia va de ella, de su voz, de lo que tiene que decir.

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Porque hasta ahora decir, lo que se dice decir, las mujeres decían poco en sus propias películas. Un estudio de las lingüistas Carmen Fought y Karen Eisenhauer reveló que, sorprendentemente, en las películas más recalcitrantes de Disney las mujeres hablan más que en las modernas. En La Sirenita los hombres lo hacen el 68% de la película, en La Bella y la Bestia, el 71%, y en Aladdin un brutal 90%. Incluso en Mulán, ellos dominan con un 77% del discurso. En Enrredados empieza a nivelarse la cosa y en Brave el 74% de los diálogos son ya femeninos. El análisis de contenido de las películas también descubrió que en las cintas antiguas un personaje femenino recibía hasta siete veces más halagos por su físico que por sus habilidades. De nuevo Mérida es la primera princesa en oír más elogios por su valentía y puntería (56%) que por su cara y su tipo.

Se ha criticado mucho el empoderamiento de Jasmín por impostado, oportunista y poco consistente, pero habría que recordar que más allá de una película, de lo que estamos hablando es de un símbolo. El primer sultán data del siglo X y los 37 que tuvo el Imperio Otomano fueron hombres. En sus 600 años, el imperio solo tuvo dos mujeres regentes, que no reinas titulares. Y que les pregunten a las mujeres de Brunei, donde sigue habiendo sultanes y se aplica la sharia o ley islámica que castiga el adulterio con la lapidación, qué les parecería la idea de ser gobernadas por una mujer.

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Sobre la firma

Victoria Torres Benayas
Redactora de la sección de Madrid, también cubre la información meteorológica. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Navarra, cursó el máster Relaciones Internacionales y los países del Sur en la UCM. En EL PAÍS desde el año 2000, donde ha pasado por portada web, última hora y redes, además de ser profesora de su escuela entre 2007 y 2014.

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