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Tribuna
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El tablero político del 28-A

Tras los resultados de las elecciones, los partidos han empezado a moverse para reforzar, ajustar o cambiar sus estrategias

Votación el 28 de abril en un colegio electoral de Valencia.
Votación el 28 de abril en un colegio electoral de Valencia.Mònica Torres

Una fuerte polarización ideológica. Una amplia(da) y singular oferta electoral, compuesta por cinco candidaturas competitivas principales y distribuidas en dos bloques (por la derecha: PP, Ciudadanos y Vox; y por la izquierda: PSOE y Podemos). Un clima de elevada crispación política, con el conflicto catalán y la irrupción de la extrema derecha como telón de fondo. Unos resultados inciertos, por el gran número de indecisos y una alta volatilidad. La percepción de que estaba en juego mucho más que la elección de un Gobierno. Así se presentaban las decimocuartas elecciones generales de la democracia. Como una cita excepcional, enmarcada en el ciclo político iniciado en 2015. Un ciclo caracterizado por la “aceleración” política, la fragmentación del voto, la dificultad para formar Gobiernos y tejer alianzas estables de gobernabilidad.

Planteada en estos términos, la “batalla electoral” terminaba con la victoria de la izquierda sobre la derecha. Esto es, con un saldo positivo de 18 escaños de PSOE-Podemos, sobre PP-Ciudadanos-Vox. Y un vuelco en el equilibrio de fuerzas de los últimos cuatro años. A favor de la izquierda: una alta movilización electoral (75,75%), la sexta más elevada registrada en unas elecciones generales, y la fragmentación (a tres) del voto de la derecha. Fracaso del bloque de derecha: la polarización buscada acababa con un fortalecido Pedro Sánchez. ¿Y la ultraderecha en España? Frenada, por el efecto del sistema electoral y por las frustradas expectativas creadas, que llevan a Vox a saltar al ruedo del Congreso con menor fuerza de la esperada (24 escaños y quinta fuerza política).

Por partidos, el PSOE ha acabado como el gran triunfador del 28-A. Los socialistas han recuperado la condición de partido más votado, que no ostentaban desde las generales de 2008. Cuentan con 38 escaños más. Tienen un abanico amplio de potenciales aliados con los que llegar a acuerdos para formar Gobierno. Y tanto el liderazgo interno de Sánchez como su proyección política se han reforzado.

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La moderación, ahora, parece que cotiza al alza. Con un perfil moderado, Pablo Iglesias consiguió ser percibido como el ganador de los debates

En el lado opuesto, el PP de Casado como el gran perdedor. Más de 3,5 millones de votos perdidos y de 137 a 66 escaños respecto a 2016. Unas pérdidas que contrastan con las ganancias de cerca de un millón de votos de Ciudadanos y los 2,7 millones de papeletas de Vox. Ni siquiera los malos augurios demoscópicos con los que partía el partido han servido a Génova para minimizar la percepción de batacazo. Un batacazo que podía haberse convertido en hundimiento si no hubiera sido porque los populares han evitado el sorpasso de Ciudadanos.

Precisamente, no haber logrado adelantar al PP, por 200.000 votos y nueve escaños, es lo que ha hecho que Ciudadanos haya tenido resultados agridulces. Ha pasado de ser la cuarta a la tercera fuerza política. Y casi ha visto doblado su número de escaños.

En el caso de Podemos y sus confluencias, ha resultado clave que el punto de comparación no fueran los resultados de 2016, sino las bajas expectativas demoscópicas con las que partían. Pese a pasar de ser la tercera a la cuarta fuerza política, la bolsa de 42 escaños logrados les permite erigirse como un actor clave en la gobernabilidad. Justo lo contrario de lo que ha ocurrido con Vox, al que el alto listón de expectativas ha llevado a que sus resultados no hayan sido percibidos como un éxito, sino como un pinchazo electoral.

De este modo, vemos que se produce una reconfiguración del tablero político. El sistema de partidos sigue transformándose, con nuevos actores que consiguen capitalizar el malestar político. Un malestar que se ha cronificado en la última década. La política, los partidos y los políticos son percibidos por los ciudadanos como el segundo problema de España.

La moderación, ahora, parece que cotiza al alza. Con un perfil moderado, Pablo Iglesias consiguió ser percibido como el ganador de los debates. Dentro del independentismo, las fuerzas más pragmáticas han ganado peso en estas elecciones. El PP ha vuelto a comprobar que escorarse a la derecha no le da buenos resultados. En un sistema multipartidista de alta fragmentación, el partido que gana en el centro no es necesariamente el que gana las elecciones. Pero alejarse del centro puede llevar a perderlas.

Está por ver cómo moverán las fichas los partidos desde sus nuevas posiciones, y cómo se desarrollará la partida a partir de ahora, empezando con la gobernabilidad. Si bien, habrá que esperar primero a que estos vuelvan a medir sus fuerzas el 26 de mayo, en la triple cita electoral (local, autonómica y europea).

Ante estos comicios, los partidos ya han empezado a moverse para reforzar, ajustar o cambiar sus estrategias. En el lado derecho del tablero, los jugadores se han distanciado y compiten frontalmente entre ellos. Ciudadanos se erige como el partido que lidera de facto la oposición a Sánchez. Casado y el PP han dado un volantazo para volver al “centro”. Mientras Vox vuelve a navegar por libre, y más aislado, en su cruzada contra la “dictadura progre”.

Marta Romero es politóloga y una de las autoras del blog Piedras de papel.

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