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Columna
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Representaciones gripadas

Hoy, el eco directo se presenta como la forma más auténtica de democracia, pero el eco es un fenómeno inaprensible, circular y solipsista

Máriam Martínez-Bascuñán
DIEGO MIR

Lo contrario de la representación no consiste en votar más veces, sino la ausencia misma de la representación. Y es esa dimensión, la representativa, la raíz de muchos problemas de fondo que afectan a nuestras democracias, siendo la situación del parlamentarismo británico y del presidencialismo francés dos de sus más extraordinarias manifestaciones.

Veamos a Macron y sus chalecos amarillos, expresión de la ruptura del sistema de representación por sus dos ejes, por arriba y desde abajo. El contraste responde a un idéntico problema: la incapacidad de los partidos y los actores intermedios para canalizar demandas y escuchar y describir las nuevas condiciones sociales. La consecuencia de este fracaso es conocida: la extensión de la verticalidad del monarca civil francés, el autoungido presidente Júpiter, mientras brota un movimiento social de expresión confusa y apariencia horizontal que el sistema no sabe cómo digerir. Al tiempo que la revuelta de los invisibles saca punta a la verticalidad presidencial, el sistema yerra al articular una respuesta porque no identifica demandas concretas. Esta malaise es difícil de narrar desde los medios, pero la vertebración de los reclamos sociales resulta imposible, pues quien protesta niega toda forma de representación. ¿Quiénes son? ¿A quién se dirigen? ¿Qué les pasa? ¿Qué piden?

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Al otro lado, en la cuna del parlamentarismo, Westminster no estaba tan dividido “desde Cromwell”. Esta frase de un periodista de la BBC, evocadora de tiempos guerracivilistas, expresa cuán fragmentada está la sede del consenso británico. May monta un caballo sin domar mientras transita al filo del despeñadero. Lo llamamos Brexit, quizás el suceso más abrupto de Occidente desde la caída del Muro, algo que ha convertido la casa del acuerdo y la representación en la fotografía de la división social. La representación no solo representa, también amortigua emociones. Y, sin embargo, lo que retumba en la Cámara es la vieja y tóxica acusación de traidor a la patria. Antes que filtrarlas, Westminster proyecta vivamente y sin sonrojo las pasiones desatadas por el Brexit.

Las sociedades están cada vez más divididas, y si en el continente esto se traduce en una fragmentación del sistema de partidos, en las islas la brecha se traslada al interior de los mismos. La gran paradoja es que la incapacidad de los intermediarios para funcionar como cajas de resonancia de la voz de los ausentes tiene efectos perversos. Hoy, el eco directo se presenta como la forma más auténtica de democracia, pero el eco es un fenómeno inaprensible, circular y solipsista. La lucha por la supuesta pureza democrática viene cargada de incertidumbre cuando no de nuevos monstruos.

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