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La revolución de dos hermanas futbolistas en el Karakórum

La determinación de Karishma y Sumaira Inayat está abriendo camino a la educación de las jóvenes en los pueblos agrícolas que circundan las cumbres más altas de esta cordillera de los Himalayas

Una joven juega al fútbol en las montañas de Pakistán.
Una joven juega al fútbol en las montañas de Pakistán.Paolo Petrignani
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Las dos hermanas van vestidas con camisetas de deporte sintéticas de vivos colores. Igual de vivaces son sus comentarios y su manera de explicar que se proponen realizar una revolución a través del fútbol en los pueblos agrícolas que circundan las cumbres más altas del Karakórum. Y quién sabe si, empezando por allí, en todo Pakistán. "Shimshal es uno de los pueblos más remotos del país. Ahora hay una carretera que lleva a la aldea, pero es peligrosa. Hay que estar preparado para bajar del todoterreno y trabajar con la pala para reconstruir algún trozo que se ha derrumbado en un torrente", explica Karishma Inayat. La joven tiene 20 años y actualmente vive en Lahore junto con Sumaira, su hermana de 23, y su familia. "Aun así, en invierno el pueblo se queda aislado semanas enteras debido a los aludes".

Ciertamente, la vida de los habitantes de Shimshal, en su mayoría pastores de cabras, no es fácil. Para abastecerse de agua, sus 100 familias tienen el arroyo, y para cocinar, un poco de leña y nada de gas. Al menos desde hace algunos años funciona un generador eléctrico que se estropea de vez en cuando, y desde 2016 tienen cobertura móvil. Por allí pasa la frontera entre India, China y Afganistán, que en el mapa todavía aparece con línea discontinua porque nadie reconoce el territorio reconocido oficialmente por los otros. En el siglo XVI, en época del rey del valle de Hunza —que en la actualidad forma parte de la región de Gilgit-Baltistán, en el límite con el gran parque natural del Karakórum—, a los prisioneros políticos se los enviaba al destierro a Shimshal. A 3.200 metros de altitud y rodeados de hielo no podían causar problemas. En cambio, durante la dominación británica, los bandidos salían del pueblo para atacar las caravanas que recorrían la Ruta de la Seda, robaban lo que podían y volvían al valle. En definitiva, Shimshal es un lugar aislado, también culturalmente.

"Queremos traer el cambio y acabar con los estereotipos sobre las chicas", afirma Karishma sin morderse la lengua. Para las niñas y las jóvenes del pueblo existe un futuro mejor que acarrear cubos de agua del arroyo a la cocina. "En las aldeas de montaña la calidad de la educación es baja. Para muchas chicas el único futuro posible es un matrimonio precoz", considera. Y Sumaira Inayat añade: "Todavía hay jóvenes de 17 años que son entregadas como esposas a hombres de 42. Queremos convencerlas de que pueden tener sueños y un futuro diferente".

Para conseguirlo, Karishma y Sumaira han decidido cortar los estereotipos de raíz e irrumpir en un mundo tradicionalmente masculino como es el del fútbol. Las hermanas han llevado su pasión por el balón a Shimshal, en parte porque para vencer hay que estar unidas, y en parte porque el juego fortalece. Y un poco también porque el fútbol puede significar estudio y emancipación. "Las dos hemos recibido una beca para la universidad gracias a nuestros méritos deportivos. Estamos convenciendo a la universidades de Pakistán de que concedan más a nuestras compañeras del valle de Hunza", cuenta Sumaira.

"Todavía hay jóvenes de 17 años que son entregadas como esposas a hombres de 42. Queremos convencerlas de que pueden tener sueños y un futuro diferente", dice Sumaira

Mientras tanto, en 2017 organizaron el primer campeonato de Shimshal, en el que participaron jóvenes de entre 12 y 20 años. El apoyo de las familias al torneo superó las expectativas de las organizadoras. A la siguiente edición ya había corrido la voz, y se sumaron al encuentro nuevas jugadoras procedentes de pueblos situados a 8 y 10 horas de coche. "En el campamento de entrenamiento tuvimos por lo menos 100 participantes", cuenta Karishma. Algunas ya han recibido una beca para estudiar en Lahore o en otras ciudades. Y es que la educación lo es todo, defienden las hermanas.

Sin embargo, en este aspecto, las chicas de la liga femenina de fútbol de Gilgit-Balistán son unas privilegiadas. De hecho, la región es una excepción en Pakistán. En ella la escolarización alcanza el 96%, mientras que en el resto del país es del 52%. Una de las causas es la corriente musulmana ismaelita, cuyo jefe espiritual es el Aga Jan, para el cual la educación es un pilar universal.

Así, en los valles que rodean el parque nacional del Karakórum, en el que se levanta el K2, la segunda montaña más alta del mundo, las mujeres empiezan a apropiarse de su espacio. Llevar hiyab es una elección, y no todas se cubren con él. Además, cuando hablan, miran directamente a los ojos. Tal vez no sea casualidad que esto suceda en un lugar por el que durante siglos han pasado conocimientos, especias, riquezas y exploradores, pero también ejércitos, primero a lo largo de la Ruta de la Seda, y ahora por la autopista del Karakórum.

"Estoy orgullosa de mi trabajo, de ser independiente y de poder contribuir a la familia", declara Nasreen Rani, cofundadora del primer taller de talla y venta de piedras preciosas formado por mujeres de Karimabad

Italia tiene una presencia importante en la zona gracias a las actividades del Comité Ev-K2-CNR y el Ministerio de Asuntos Exteriores, que, con el apoyo de varios patrocinadores, ha contribuido a la creación del parque natural. La reserva se fundó no solo con el fin de salvaguardar el medio ambiente, sino también para promover proyectos de cooperación para el desarrollo agrícola, así como el aprovechamiento de los recursos naturales y la mejora de la calidad de vida, lo cual incluye la capacidad empresarial, la educación y la emancipación de la mujer.

Empresas lanzadas por mujeres

Entre otros proyectos dirigidos a promover la actividad empresarial femenina se encuentran las escuelas de talla de piedras preciosas, tan abundantes en estas montañas, o el apoyo a las comunidades de campesinas que cultivan y producen albaricoques secos. "Estoy orgullosa de mi trabajo, de ser independiente y de poder contribuir a la familia", declara Nasreen Rani, cofundadora del primer taller de estas características formado totalmente por mujeres de Karimabad, antigua capital de Hunza. Su negocio, una superficie de pocos metros cuadrados dominada por vitrinas en las que brillan cristales y gemas de todos los colores, está al lado del majestuoso antiguo palacio del rajá de Hunza. "Ahora podemos mandar a nuestra hija a estudiar a Gilgit", cuenta. "Me gustaría poder emplear a más mujeres jóvenes, pero estamos empezando y por ahora solo hay trabajo para tres", explica mientras presenta a sus dos compañeras.

Fiza Rasol con albaricoques secos en el valle de Skardu, en Pakistán.
Fiza Rasol con albaricoques secos en el valle de Skardu, en Pakistán.Paolo Petrignani

A poca distancia del taller se levanta la carpintería de mujeres. Fundada por la Organización para el Desarrollo de la Zona del Karakórum con el apoyo del Aga Khan y de donantes noruegos y franceses, da trabajo a unas 20 mujeres. La carpintería se encuentra justo al pie del antiguo fuerte de Baltit, en Alit, cerca de Karimabad. En el pasado, la fortaleza se encargaba de vigilar el valle y proteger la Vía de la Seda, objeto de frecuentes asaltos por parte de los bandidos.

Aqueela Bano, directora del establecimiento, asegura que es muy difícil que una mujer pobre encuentre empleo. "Las diferencias de clase todavía tienen mucha importancia. Las clases altas no se interesan por la pobreza, y la desigualdad es muy grande. Tenemos trabajadoras que gracias a este empleo están saliendo de la pobreza", explica. Y añade: "Los hombres nos preguntan por qué lo hacemos, sobre todo los de clase más acomodada, pero también es verdad que hay algunos que nos piden trabajo, aunque nosotras no los aceptamos. Los hombres pueden moverse, viajar, marcharse a Karachi o al extranjero. Para las mujeres, las cosas son diferentes. Nosotras no podemos salir solas del país".

La carpintería está creciendo, no sin dificultades. "La maquinaria es vieja. Nos vendría muy bien que algún donante nos proporcionase máquinas, aunque fuesen de segunda mano". Lo mismo piensa Fiza Rasol, que, junto con otras 25 mujeres, dirige una cooperativa para el cultivo del albaricoque en el pueblo de Thorgu, cerca de Skardu. Esto no es el valle de Hunza, y aquí la cultura no tiene nada que ver con la ismaelita. El encuentro con Rasol tiene lugar en presencia de su marido, amable pero siempre alerta.

Un poco más lejos, en el centro de Skardu, a la sombra de una fortaleza balti que domina el río Indo, Shanina Batool se ha hecho electricista rodeada por el escepticismo de los hombres. En esta ciudad la influencia ismaelita es menor que la de las corrientes islámicas más conservadoras, y a ella, intentar el camino empresarial e introducirse en una profesión que ha sido desde siempre dominio masculino le ha resultado más difícil. A pesar de todo, estamos en el Gilgit-Baltistán, y difícil no quiere decir imposible.

"Me preguntaban por qué hacía un trabajo de hombres", susurra desde debajo de un tupido hiyab. "No sé por qué, pero siempre he creído que tenía talento para reparar aparatos eléctricos, así que he hecho lo que me parecía que tenía que hacer". El único espacio que se ha podido permitir es un pequeño local situado en una calle secundaria de una zona pobre de la ciudad. "Ahora han visto que puedo hacer perfectamente el trabajo, y es verdad que pido menos ayuda a otros electricistas. A lo mejor también por eso están empezando a venir a mi taller y me confían encargos cada vez más importantes", concluye.

Sobre el mapa, no parece que Skardu esté tan lejos de Gilgit y Karimabad, y más allá, de Shimshat, pero entre ellos se interponen barrancos tallados en la roca emergida de los abismos del planeta y caminos que corren por despeñaderos sobre ríos de aguas grises como el cemento. Pero, sobre todo, aquí no existe la base cultural que permite a Karishma y Sumaira poner en marcha su revolución, aunque sea a duras penas. No obstante, las circunstancias podrían cambiar, también gracias a las redes sociales y al hecho de que las jóvenes comparan sus respectivas situaciones.

"El año que viene, si conseguimos encontrar patrocinadores —lo cual seguramente es nuestro mayor obstáculo—, nos gustaría invitar a chicas de todo Hunza y quizá de otros lugares", cuenta Karishma. "Por desgracia, sabemos que es difícil contactar culturalmente con otras regiones de Pakistán, y también de aquí, de la zona del Karakórum. En ellas no se acepta que una chica juegue al fútbol o que tenga ideas diferentes" reconoce. No obstante, mientras tanto, la página de Facebook de la liga femenina de fútbol va creciendo. Las fotos de las chicas jugando en el campo polvoriento, rodeadas de pirámides de granito ocre altas hasta el cielo, conocidas como las catedrales de Passu, han traspasado las fronteras de Gilgit-Baltistán, y son muchas las jóvenes que, además de añadir un "me gusta", empiezan a esperar un futuro diferente.

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