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Columna
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Adiós al tripartito ‘andaluz’ de Finlandia

Por sus lecciones para los partidos que se proclaman de centro y por su impacto en el inmediato devenir de la UE hay que seguir con mucha atención a este socio escandinavo

Xavier Vidal-Folch
El primer ministro finlandés, Juha Sipila, presenta su dimisión, este viernes en Helsinki.
El primer ministro finlandés, Juha Sipila, presenta su dimisión, este viernes en Helsinki. LEHTIKUVA (REUTERS)

Tras el fracaso de la ultraderecha sueca en descabalgar a los socialdemócratas, Escandinavia trae otra novedad de interés para el mapa: el fiasco de la alianza tripartita a la andaluza en Finlandia, entre el centro, los conservadores y la parte menos rabiosa de la extrema derecha. A saber, la escisión El Futuro Azul de los Auténticos Finlandeses, ese partido tan incluyente cuyo nombre implica que todos los demás son falsos.

El desencadenante de su crisis de Gobierno ha sido la reforma de la Seguridad Social, en un país altamente envejecido: el 20% de su población cuenta más de 65 años, porcentaje que subirá al 26% en 2030, con la consiguiente dificultad para financiarla. Nada nuevo bajo el sol del continente.

El problema de la solución que planteaba el Ejecutivo, comandando por los centristas afiliados a la Internacional Liberal, es doble. Por un lado, contrariaba la tradición descentralizadora del partido, pues proponía la recentralización sanitaria en favor de las regiones o condados. Cuando hoy son los municipios los directos responsables de su gestión. Por otro, daba más cancha al sector privado, cuando en algunos aspectos la tradición pública de la herencia socialdemócrata sigue muy viva en el país. Así que los socialistas se alzan como principal alternativa para las elecciones de abril. Finlandia es un país de contrastes. Ha mantenido una legislatura a un Gobierno muy derechista, pero que ha aceptado realizar un ensayo de la renta universal básica (aunque menos universal, se acotó a los desempleados), al cabo desechado. Ha combinado un fuerte poso ruralista en varios de sus partidos (tanto en el centrismo urbanita como en la extrema derecha provinciana), con una singular modernidad educativa y tecnológica. En la que ha cosechado tanto éxitos (los resultados escolares) como fracasos (el declive de la mítica Nokia).

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Y ha extraído un enorme provecho de su pertenencia a la UE, decidida en 1994. Nada menos que su lugar en el mundo y el anclaje de su estabilidad, tras las convulsiones de la URSS, que la congelaron durante décadas. Pero en cambio, últimamente se apuntó a la política económica más reaccionaria y euroescéptica de la nueva Liga Hanseática, recelosa del presupuesto para la eurozona y de compartir riesgos con los más vulnerables.

Por sus lecciones para los partidos que se proclaman de centro y por su impacto en el inmediato devenir de la UE hay que seguir con mucha atención a este socio escandinavo.

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