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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La rentabilidad social de la investigación farmacéutica

Si la industria no investiga nuevos antibióticos, alguien tendrá que hacerlo

Milagros Pérez Oliva
Ensayos clínicos en un laboratorio de fertilidad.

Los medicamentos son un bien demasiado importante para dejar su desarrollo al albur de las reglas del mercado. Cada vez son más las voces que alertan de que las decisiones de inversión de las grandes farmacéuticas se rigen por criterios de rentabilidad que dejan sin cubrir muchas necesidades de salud. Por eso predominan los ensayos clínicos en busca de nuevas indicaciones para viejas moléculas que han perdido la patente y cuando aparece un fármaco realmente nuevo, el precio es cada vez más elevado. Lo hemos visto con dos de los pocos avances realmente disruptivos de los últimos años: el Glivec, que permitió curar una forma de leucemia, y el Gilead, el nuevo fármaco contra la hepatitis C, que llegaron a costar entre 60.000 y 70.000 euros por tratamiento.

¿Están justificados estos precios? La industria alega que la investigación es muy costosa, que solo una de cada diez moléculas que se ensayan llega a las farmacias tras una media de diez años de investigación y unos 2.000 millones de euros de inversión. Sin embargo, un nuevo fármaco desarrollado dentro del programa de acceso a los medicamentos de Médicos sin Fronteras ha demostrado que esas cifras son muy discutibles. La investigadora belga Els Torreele ha necesitado 55 millones de euros para desarrollar un nuevo medicamento, el fexinidazol, para tratar la enfermedad del sueño, una terrible dolencia transmitida por la mosca tsetsé que destroza el cerebro. Como apenas hay 20.000 personas afectadas, nunca fue del interés de ninguna farmacéutica.

Cada vez hay más iniciativas de este tipo, hasta el punto de que el 16% de los ensayos clínicos autorizados en España entre 2015 y 2018 son para probar medicamentos huérfanos, 121 moléculas que no interesaban por no ser potencialmente rentables. Pero no solo las enfermedades poco frecuentes quedan relegadas de las prioridades de investigación. En las últimas décadas apenas han aparecido dos nuevas familias de antibióticos mientras avanzan las resistencias bacterianas. Cada año mueren 700.000 personas por infecciones que no responden a los antibióticos disponibles y la OMS estima que si no se frena la actual progresión de bacterias multirresistentes, en 2050 habrá más de 10 millones de muertes anuales. Si la industria no investiga nuevos antibióticos, alguien tendrá que hacerlo.

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