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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Machado, el refugiado

Se cumplen 80 años de la muerte de Antonio Machado en el pueblo francés de Colliure, adonde llegó huyendo del avance del ejército franquista

Primera carta de Antonio Machado a su padre .
Primera carta de Antonio Machado a su padre . alejandro ruesga (EL PAÍS)

Hoy se cumplen 80 años de la muerte de Antonio Machado en el pueblo francés de Colliure, adonde llegó huyendo del avance del ejército franquista al final de la Guerra Civil y tras pasar la frontera en condiciones penosas en pleno invierno. En condiciones parecidas o incluso peores cruzaron los Pirineos 470.000 personas en apenas mes y medio en una huida a la que hoy se conoce en Francia por su nombre español: La Retirada. Aquel éxodo apresurado desbordó una región que en 1939 tenía 250.000 habitantes y cuyas autoridades improvisaron campos de concentración que a veces no eran más que una playa rodeada de alambre de espino y custodiada por guardias.

El primero en abrirse fue el de Argelès-sur-Mer, que llegó a alojar a 100.000 personas. A él acudirá este domingo el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una jornada que incluye visitas a las tumbas de Machado en Colliure y de Manuel Azaña en Montauban. El homenaje de Sánchez, el primero de este tipo que realiza un presidente en ejercicio, se suma a las continuas peregrinaciones anónimas a la modesta sepultura del poeta —convertido desde hace décadas en símbolo del exilio republicano— y a los actos promovidos por los descendientes de los exiliados. Exposiciones, conferencias y marchas simbólicas por los llamados “lugares de la memoria” recordarán durante todo el año un acontecimiento traumático en la historia europea: la crisis humanitaria que culminó la guerra desatada por el golpe de Estado de Franco.

En Francia, la tensión entre resistencia y colaboracionismo, gloria y vergüenza, hizo que la memoria histórica del siglo XX también pasara por su particular travesía del desierto. Sin embargo, al contrario que en España, hoy permanece al margen del debate político. Ochenta años después de una acogida entre temerosa y cruel por parte de las autoridades —compensada en ocasiones por la solidaridad de muchos particulares—, el país vecino ha hecho suyo de manera ejemplar el recuerdo de la penosa llegada de miles de refugiados que, en muchos casos, terminaron por instalarse en su territorio y convertirse en ciudadanos franceses. Se calcula que 70.000 de los que cambiaron de país en enero y febrero de 1939 eran menores de edad. Sería injusto que España —la gobierne quien la gobierne— se desentendiera por segunda vez de ellos y de sus hijos y nietos. También lo sería que aquella estampida de seres humanos que huían de la represión quedase petrificada como un mero hecho del pasado. El poeta Tomás Segovia, que fue niño del exilio, escribió que la memoria de la diáspora de 1939 solo serviría de algo si se tenía presente que el desamparo de los españoles que llegaron a Francia huyendo de la persecución para verse desposeídos de sus derechos es el mismo que sufren los refugiados que continúan a diario llegando a Europa.

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