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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué se puede hacer para acabar con la ablación?

Solo conociendo qué programas son efectivos, en qué condiciones y a qué precio se podrán diseñar e implementar políticas públicas para erradicar la mutilación genital femenina

Jorge Verch ((CC))
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La mutilación genital femenina (MGF) hunde sus raíces en tradiciones ancestrales de muchas etnias, donde en ocasiones es entendida como un ritual de entrada a la madurez o como un requisito para casarse. En países en los que este rito es frecuente, la evidencia empírica muestra que esta brutal práctica no solo tiene un impacto perverso sobre la salud de las mujeres, sino que sus efectos se expanden a ámbitos como la educación, la posición social dentro de la comunidad y la facilidad para encontrar pareja.

En las últimas tres décadas, la lucha contra la mutilación genital se ha convertido en una prioridad para muchas organizaciones internacionales y gobiernos de países en desarrollo. Ejemplos de esto son el reciente anuncio, por parte del Departamento de Desarrollo Internacional del Gobierno de Reino Unido, de la creación de un fondo de 50 millones de libras [unos 56 millones de euros] para luchar contra esta práctica en el mundo; o la proliferación de leyes que la sancionan con multas y cárcel.

Sin embargo, a pesar de la cantidad de recursos invertidos y de la posición preferencial que ocupa la lucha contra la MGF en la agenda de muchas instituciones, la Organización Mundial de la Salud estima que cada año tres millones de niñas se ven afectadas por ella. El siguiente mapa muestra los países en los que esta práctica está extendida. Aunque es común sobre todo en países del África Oriental y Occidental, también existe en algunos países de Oriente Medio. La incidencia de casos también varía mucho entre países y mientras que aproximadamente el 1% de las mujeres ugandesas o camerunesas se ve afectada por esta tradición, prácticamente la totalidad de las somalíes o de Guinea Conakri han sufrido ablación genital.

Fuente: Unicef

La evolución de esta práctica a lo largo de las últimas tres décadas también ha sido dispar en estos países. Para arrojar luz sobre este punto, el siguiente gráfico compara, país por país, la incidencia de la MGF en mujeres con edades entre los 15 y los 19 años con la incidencia en mujeres de entre 45 y 49 años. En él se puede apreciar que mientras en países como Burkina Faso, Liberia o Kenia, se ha reducido mucho entre las nuevas generaciones, apenas ha variado en países como Somalia, Gambia o Yibuti.

Frente a este panorama cabe preguntarse por qué la MGF se ha reducido tanto en unos países y no en otros. O, quizás más importante aún, ¿qué políticas públicas o intervenciones son efectivas en la lucha contra esta práctica? Pese a la relevancia de estas preguntas y la cantidad de recursos que mueve la lucha contra esta abominable tradición, lo cierto es que existen muy pocas evaluaciones rigurosas que analicen el impacto de intervenciones contra la ablación genital.

A pesar de la gran cantidad de recursos invertidos contra la mutilación genital femenina, cada año tres millones de niñas están en riesgo de sufrirla

En un estudio reciente, Jorge García y Edgar Salgado investigan el efecto de prohibir esta práctica. Para ello, utilizan la legislación senegalesa como caso de estudio. En línea con una investigación previa para Burkina Faso, los datos muestran que, aunque la prohibición de la MGF no consiguió erradicar esta práctica en Senegal, la ley sí tuvo un efecto notable sobre su incidencia. Menos clara es la evidencia en relación con los efectos de programas orientados a promover el empoderamiento femenino. Por un lado, un artículo de Elisabetta de Cao y Giulia La Mattina muestra que, en Nigeria, la expansión de la educación primaria no tuvo ningún efecto relevante sobre la probabilidad de oponerse a esta práctica ni tampoco redujo la MGF entre las hijas de las mujeres que recibieron más educación. Por otro lado, una investigación de 2018 muestra que la equiparación de los derechos hereditarios entre hombres y mujeres en Kenia contribuyó sustancialmente a la reducción de la MGF. En este sentido, también existe evidencia de que en Senegal, el programa de educación en higiene y derechos humanos que implementa la ONG Tostan logró que muchas comunidades se comprometieran a abandonaran esta práctica.

Los estudios existentes son, en todo caso, muy pocos. En este contexto de escasez de evidencia rigurosa, se hacen imprescindibles más evaluaciones de impacto para saber qué programas e intervenciones destinadas a promover el empoderamiento de las mujeres y a cambiar preferencias culturales son efectivas para reducir la MGF. Solo conociendo qué programas son o no efectivos, en qué condiciones y a qué precio, se podrán diseñar e implementar políticas públicas que contribuyan a erradicar esta terrible práctica que afecta de manera tan dramática la vida de millones de mujeres en todo el mundo.

Jorge García Hombrados es Investigador posdoctoral en la London School of Economics and Political Science, Reino Unido. Constanza Jeldres García es periodista freelance y lingüista.

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