_
_
_
_
_
EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dime qué piensas y te diré lo que estás pensando

En los tiempos que corren preguntar qué se piensa y no qué se desayuna es una novedad

Jorge Marirrodriga
Campaña de EL PAÍS ¿Y tú qué piensas?
Campaña de EL PAÍS ¿Y tú qué piensas?Carlos Rosillo

Este periódico lanzó el domingo una campaña de marca bajo el lema “¿Y tú qué piensas?”. Entre otras cosas, anima a lectores y no lectores a ejercer el pensamiento crítico y a “pensar juntos”. Es una propuesta valiente porque pensar hace libres a las personas y, quién sabe si precisamente por eso —reconozcámoslo—, no está bien visto.

El mero hecho de pensar se puede interpretar como una advertencia o una amenaza. Si alguien nos dice “¿de verdad quieres que te diga lo que pienso?”, en realidad nos está diciendo “es mejor que no sepas la verdad”. Peor todavía es el “te voy a decir lo que pienso”. Ahí nos podemos agarrar los machos (con perdón), porque a esta frase solo la supera el ominoso “tenemos que hablar”. Tampoco presagia nada bueno un “prefiero no decir lo que pienso”, ni un “en nada” a la pregunta “¿qué piensas?”.

Nadie en su sano juicio se presenta en una reunión social como un pensador. Quedaría pedante, prepotente y en la mayoría de los casos sería mentira. Quedarse pensativo en el trabajo una vez puede ser hasta normal. Si son dos, la cosa ya empieza a preocupar a los compañeros. Cuando esta actitud se repite, comienza a ser alarmante... o directamente genera cachondeo. Aquí la tecnología viene al rescate. Proliferan los auriculares donde en realidad no suena nada. Asunto resuelto.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Hay más. Cuando decimos que nos hemos pensado algo dos veces, queremos decir que hemos cambiado de opinión. Y suele ser señal de que en la primera ocasión no lo habíamos pensado. El “me lo voy a pensar” de la jefatura significa que no hay nada que hacer y el “lo estoy pensando” es en realidad “se me había olvidado completamente”. Un biempensante es un ingenuo. Y un malpensado… un malpensado.

Es verdad que no todo es negativo. Pensar en alguien no es ni bueno ni malo. Los “malos pensamientos” son como el chocolate: te sientes culpable, pero te gustan y repites. En Latinoamérica “pensar a alguien” significa mucho más que simplemente acordarse de esa persona. Y si se la piensa “sin querer”, entonces urge un “tenemos que hablar” de resultado incierto.

Cómo estarán las cosas que lo rompedor hoy en día es preguntar a la gente qué piensa. Ahora todo el mundo proclama lo que viste, desayuna, compra o escucha, pero da pudor —o aún peor, miedo— decir lo que se piensa. Desde luego, da que pensar.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_