_
_
_
_
_
EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Julen o la desgracia que nos hace a todos buenos

No hay brujas, ni gigantes, ni madrastras, ni manadas en el nuevo suceso global y, mientras disimulamos el morbo, sacamos brillo a la compasión

Un helicóptero de la Guardia Civil sobrevuela la zona de rescate a Julen. En vídeo, los mineros avanzan un metro y medio en la excavación del túnel horizontal para llegar a Julen.Foto: atlas | Vídeo: Daniel Pérez (efe) | atlas
Berna González Harbour
Más información
Última hora del rescate de Julen: los mineros avanzan en el pozo de Totalán
Estos son los ocho mineros que buscan a Julen

Tienen los sucesos un halo de repugnancia tan aguda y que compite tan frontalmente con la perplejidad que nos provocan que el resultado es de una atracción irresistible. Las reglas del periodismo nos hablan del peso de la proximidad (¿cuántos muertos deberían producirse en una inundaciones en China para despertar el mismo interés que la desgracia de ayer de cuatro personas en Asturias?) y también de una compasión creciente cuanto más vulnerable es la víctima: la mujer frente al hombre, el anciano frente al joven, el niño frente al adulto e, indiscutiblemente, el bebé frente al niño y todos los demás.

Por ello y por otros motivos, la desgracia de Julen, el pequeño de dos años atrapado en un pozo, ha adquirido una dimensión de espectáculo e inquietud global que nos tiene a todos pegados ante las pantallas, que cataliza mitos ancestrales, terrores de infancia y de parentalidad, y que nos permite unirnos, y por tanto redimirnos también colectivamente como sociedad capaz de compartir al menos la solidaridad: los mineros de Asturias son recibidos como héroes, los operativos de rescate son jaleados a su paso, los ingenieros se desvelan y los vecinos preparan buenamente comidas para todos.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

No hay brujas, ni gigantes, ni asesinos, ni madrastras, ni manadas, ni conspiraciones en el nuevo suceso global y, mientras disimulamos el morbo, sacamos brillo a la compasión y eso nos tranquiliza.

El bilbaíno Iván Repila narró con pulso firme en El niño que robó el caballo de Atila (Seix Barral) el desvelo de dos hermanos pequeños que caen en un pozo y se van viendo consumidos, olvidados del mundo, en su destino compartido. Es buen momento para recuperar esa pequeña novela, tan magnética como escalofriante, que no solo retrata la imposible supervivencia bajo tierra sino la crueldad del abandono, el olvido, la desigualdad, la competencia y el peligro de muerte que encierra la vida en cada uno de sus vericuetos.

Julen es hoy nuestro minero atrapado, dicen los asturianos en Totalán, Julen es de todos, dicen los rescatadores y todos somos sus padres, decimos todos en un grito colectivo. La maldad, la desigualdad, la crispación y el enfrentamiento que vivimos a diario se han puesto en pausa mientras la desgracia nos permite demostrar que, por una vez, todos podemos ser buenos. O, por lo menos, parecerlo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_