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Los extremistas tienen problemas para darse cuenta de que están equivocados

Los radicales muestran dificultades cognitivas para asumir el error y mayor confianza en su juicio

Javier Salas
Dos británicos se enfrentan verbalmente por el Brexit.
Dos británicos se enfrentan verbalmente por el Brexit.Henry Nicholls (Reuters)

Todo el que haya discutido de política sabe que es casi imposible convencer a alguien de que está equivocado, sobre todo en cuestiones ideológicas. Pero esa posibilidad existe, aunque sea pequeña. Sin embargo, cuando se trata de extremistas, esta opción es casi nula. Dada la creciente actualidad de los movimientos políticos radicales, han aparecido en los últimos años nuevos estudios que han resaltado el exceso de confianza que los más radicales tienen en su propia opinión. Ahora, unos científicos han querido averiguar si hay algo más dentro de las cabezas más fanáticas que les impide salir de sus dogmas, al margen de la ideología, la presión social o el ego.

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"Tratábamos de aclarar si las personas que tienen creencias políticas radicales están generalmente demasiado seguras de sus creencias, o si se trata de diferencias en la metacognición, que es la capacidad que tenemos que reconocer cuando estamos equivocados", explica Steve Fleming, neurocientífico de la University College de Londres. Para comprobarlo, su equipo diseñó un estudio con casi 400 personas, que luego replicaron con más de 400, para comprobar si la gente de extrema izquierda y extrema derecha se siente siempre más confiada en sus opiniones o si el problema es que les cuesta ver que han metido la pata.

El experimento era sencillo: a los sujetos se les va mostrando una serie de parejas de cuadros con puntitos en su interior y tienen que ir eligiendo cuál de los dos tiene más puntitos. Y, posteriormente, deben indicar cómo de seguros están sobre su elección. En esta primera fase de la prueba, extremistas y moderados acertaron por igual y estaban igual de confiados en su logro cuando acertaban. Pero cuando habían fallado, los extremistas se mostraban más seguros de haber acertado.

En una segunda fase del experimento, se informó a los participantes si habían acertado o fallado en su respuesta antes de pasar a la siguiente. Lo que observaron los científicos es que los sujetos bajaban el nivel de confianza en su propio juicio después de saber que se habían equivocado. Es decir, los errores les hacían dudar de su capacidad. Pero los extremistas, llamativamente, no perdieron tanta confianza a pesar de sus errores. Estos resultados muestran que las personas más dogmáticas manifiestan una capacidad reducida para discriminar entre sus decisiones correctas e incorrectas, concluyen en el estudio, publicado en Current Biology.

En un experimento, los extremistas no perdieron tanta confianza como los moderados cuando les informaban de sus errores

"Descubrimos que las personas que tienen creencias políticas radicales tienen una metacognición peor que aquellas con puntos de vista más moderados. A menudo, tienen una certeza errónea y se resisten a cambiar sus creencias frente a la evidencia", explica Fleming. Esta metacognición de la que habla Fleming, poder pensar sobre el acierto de uno mismo, está fuertemente vinculada a la capacidad para incorporar nuevas evidencias después de una decisión, lo que permite revertir de elecciones incorrectas.

Para este neurocientífico, el resultado es muy llamativo puesto que una tabla con puntos no es algo con lo que estas personas puedan sentirse especialmente implicados. Si les cuesta más ver sus fallos en algo así, es natural que este problema se multiplique en cuestiones más personales o ideológicas. Además, consideran que este lastre cognitivo de los más radicales no solo se da en la política, como demostrarían los vínculos que surgen entre fundamentalismo religioso y autoritarismo: "Creemos que los mecanismos cognitivos que apoyan las creencias radicales pueden ser los mismos entre diferentes dominios, mientras que el contenido de una creencia específica probablemente depende de otros factores como la educación y la exposición a diferentes grupos sociales", asegura Fleming. Un estudio reciente, por ejemplo, muestra que las opiniones más radicales en contra de los alimentos modificados genéticamente se asocian con un menor conocimiento sobre esta tecnología pero con una mayor confianza en su propia opinión.

La rigidez mental del Brexit

En los últimos tiempos, diversos estudios han mostrado que los extremistas políticos poseen una mayor rigidez mental que les impide reconocer otros enfoques, reconocer sus propias debilidades o aceptar cambios. Por ejemplo, un trabajo de investigadores de la Universidad de Cambridge con votantes del referéndum sobre el Brexit mostró que aquellos que tenían más dificultades cognitivas para adaptarse a un cambio de categoría en una prueba eran más propicios a ser autoritarios, nacionalistas, conservadores y votar a favor de la salida de la Unión Europea. Otro estudio realizado en EE UU señaló que el sentimiento de superioridad sobre la propia ideología (es decir, creer que la posición de uno es más correcta que la de otro) era un buen indicador de extremismo ideológico. Eso sí, tanto las personas de extrema izquierda como las de extrema derecha, por igual, tenían un mayor convencimiento de estar en lo cierto que el resto.

Aquellos que tenían más dificultades cognitivas para adaptarse a un cambio de categoría eran más propicios a votar a favor del Brexit

Sobre esta misma idea trabajó José Manuel Sabucedo, catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, para saber si creerse en posesión de la verdad era una buena forma de predecir el radicalismo político. "Descubrimos que el monopolio de la verdad es un buen predictor de actitudes extremistas, lo que permite intervenir sobre aquellos que se creen en el derecho y la obligación de imponérsela a los demás", explica Sabucedo. 

Sabucedo considera que esto encaja en el concepto de realismo ingenuo, que es como se define cuando los individuos creen que la realidad es tal y como ellos la perciben. "Y si no compartes mi modo de ver las cosas, es porque te falta información, careces de capacidad analítica o es que estás sesgado por tu ideología", apunta Sabucedo, presidente de la Sociedad Científica Española de Psicología Social. Este fenómeno tiene un peligro, apunta el catedrático, y es que puede llevar a alguien a obligar a ver la verdad a los demás "incluso de buena fe".

No obstante, este psicólogo social considera que el estudio de Fleming sobre la metacognición tiene un efecto limitado. "Es interesante, pero dejan fuera la importancia del contexto. En épocas como esta, en la que surgen radicalismos y extremismos, no podemos decir que se deba a ese problema cognitivo", apunta Sabucedo. Y añade: "Hay gente con esas tendencias que se activan para volverse más extremistas y gente que también se activa y que no las tienen". "Estas épocas de incertidumbre generan ansiedad y los ciudadanos buscan una explicación. Y aparecen determinados grupos para ofrecer una explicación sencilla, como que la culpa es de la inmigración, que sirve para reducir esa ansiedad", resume Sabucedo, que lleva toda su carrera estudiando los autoritarismos desde la perspectiva psicosocial.

"Descubrimos que creerse en posesión de la verdad era una buena forma de predecir  actitudes extremistas, lo que permite intervenir", explica Sabucedo

Además, desde el punto de vista de Sabucedo hay una pega más en el estudio: la de la correlación entre ese lastre cognitivo que muestran los extremistas y su tendencia a la radicalidad. ¿Cuál es la causa y cuál el efecto? Fleming reconoce que "aún no está claro si la metacognición limitada es la causa o la consecuencia, o ambas, de la radicalización". "Pensamos que podría predisponer a las personas a desarrollar creencias radicales, pero lo contrario también es plausible", afirma el neurocientífico, y por eso va a seguir estudiándolo en esa dirección. Fleming explica que tal vez la capacidad de reflexionar sobre nuestras decisiones o creencias disminuya cuando esté rodeada por otras personas con puntos de vista radicales.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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