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Carta Blanca
Columna
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Maneras de enseñar

A través de la figura de Menéndez Pidal y de su familia, la autora reflexiona sobre el conocimiento y la investigación, una labor siempre en equipo

CUANDO APENAS tenía yo 20 años apareció, en las aulas de la Universidad Autónoma de Madrid, procedente de EE UU, un profesor singular. Alto, con porte y barba que me recordaban a Poseidón, daba clases algo desordenadas, pero siempre muy sugerentes. Pronto aprendimos que no obedecían a una repetición mimética de contenidos. Nos hablaba en su “lengua matriz” (brillante expresión acuñada por Emilio Lledó) de sus propias investigaciones. Los vericuetos de la vida me condujeron a preparar con él mi tesis doctoral y fue entonces cuando tuve la oportunidad de visitar, en el olivar de Chamartín, su casa familiar, la que había sido hogar y lugar de investigación de su abuelo, Ramón Menéndez Pidal. En ese hotelito algunos alumnos recibíamos seminarios de inicio en la investigación que, con generosidad hoy poco frecuente, Diego Catalán Menéndez-Pidal impartía en sus horas libres y fuera del pautado académico. Allí, rodeada de la biblioteca y de los archivos pidalinos, supe de la historia investigadora de una familia que contribuyó a la modernización de España y a hacer de ella un lugar mejor. Los logros renovadores de los Pidal fueron muchos. Ramón levantó los cimientos de la filología española y fundó una amplia y devota escuela que, tras su muerte, continuó roturando los surcos por él abiertos. Su esposa, María Goyri, fue la primera mujer en doctorarse en España y, además de investigar codo con codo junto a su marido, puso en práctica, con su hija Jimena, nuevas ideas pedagógicas que revolucionaron la forma de enseñar entonces. Los proyectos, las ideas y los métodos de los Menéndez Pidal-Goyri responden al tiempo y la circunstancia que les tocó vivir y, como no podría ser de otro modo, hoy ha cambiado nuestra forma de ver muchas cosas. Sin embargo, si su recuerdo ha perdurado en nuestra memoria no es tanto por los caminos abiertos y los hitos alcanzados (que también), sino sobre todo por los valores que transmite su ejemplo. Son esos valores los que mantienen una absoluta actualidad: el compromiso con la investigación rigurosa y bien hecha, basada en el planteamiento de problemas nuevos y complejos, con ambición de miras, alejada del afán rápido de notoriedad y de las prisas por publicar escribiendo de acarreo. La conciencia de que el buen investigador y el buen maestro, por muy singular que sea en sus virtudes personales, es el eslabón de una cadena y que lo verdaderamente importante es el trabajo en equipo y la continuidad de los proyectos. La generosidad con los demás. La honestidad intelectual y personal, probada con el ejemplo del comportamiento propio, siempre rehuyendo la crítica fácil y desmesurada del ajeno. La lealtad institucional y el compromiso con el bien público. Son precisamente esos valores los que explican que la figura de Ramón Menéndez Pidal (y de su familia) haya transcendido a su presente. Heredera del espíritu y del legado pidalino, la modesta fundación que lleva su nombre sigue formando investigadores y aportando continuidad a las grandes tareas pendientes. A ella se debe que en este bienio 2018-2019, en que se cumplen los 50 de la muerte de Pidal y los 150 de su nacimiento, le rindamos homenaje. 

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