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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tecnología cívica para los desafíos urbanos

El futuro de las ciudades no reside solo en su capaci­dad de integrar la tecnología, sino también en su voluntad de fomentar e incrementar las interacciones sociales y el protagonismo ciudadano

Estambul (Turquía).
Estambul (Turquía). YASIN AKGUL (AFP)
Antoni Gutiérrez-Rubí
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Las grandes tecnológicas han revolucionado la agenda urbana. En cualquier gran ciudad del mundo se pueden identificar los efectos producidos por esta ola digital, hasta el punto de que ya no son temas ajenos a la opinión públi­ca. La disrupción ha llegado a los entornos urbanos, des­pués a la opinión pública y, finalmente, a los legisladores. Hoy ya no hay ninguna duda acerca de que las big tech es­tán condicionado el diseño y la implementación de las políticas urbanas.

Cualquier análisis sobre el acceso a la vivienda o el modelo turístico no se puede desvincular de la generaliza­ción de plataformas digitales de alquiler de alojamientos. El estudio para la mejora de la movilidad debe tener en cuenta cómo nuevos formatos de transporte están afectando al tránsito. Las políticas para afrontar la desigualdad urbana deben conocer el papel del sector tecnológico y el cambio de modelo productivo de la transformación digital. Y, tam­bién, las estrategias de promoción económica estarán condicionadas por la relación que las ciudades pretendan establecer con los nuevos gigantes de la economía global.

Estos son solo los primeros síntomas de un fenómeno que acaba de arrancar. El despliegue de estas grandes tec­nológicas en las ciudades donde operan no es casual, ni improvisado. También tiene su propia agenda. Los en­tornos urbanos son los escenarios idóneos para probar nuevas tecnologías—incluso condicionando la trama urbana desde el origen—, para instalar sedes con proyección global y, obviamente, un gran mercado en el que seguir creciendo.

Ante esta situación, hemos visto cómo los gobiernos locales alrededor del mundo reaccionaban para paliar los efectos de este aterrizaje tecnológico. Por un lado, aplican­do políticas de contención para ganar tiempo y para tratar de poner orden a aspectos de la vida urbana que se habían descontrolado; y, por otro, iniciando contramedidas, como las iniciativas a favor de la soberanía digital, o abriendo debates sobre los peligros de una ciudad demasiado inteligente.

En la era de la obsesión por la innovación es preci­so detenerse y recordar lo obvio: los cambios sociales no los genera la tecnología, sino las ideas.

Pero no nos engañemos, pasada esta toma de contacto, el choque irá a más. Y, para afrontarlo con garantías, las ciudades no necesitarán una estrategia de resistencia, nece­sitarán un modelo. Tener un criterio propio que les sirva como guía de actuación para mejorar y profundizar en la gobernabilidad, a la vez que se adaptan a la transformación digital de la sociedad. Sin confrontación, ni sumisión. Una agenda propia que sea compartida y que se integre en el nuevo relato urbano que está emergiendo.

Las tecnológicas también deberían estar tomando nota de las resistencias que encuentran. Las grandes áreas me­tropolitanas no son ni espacios caóticos que hay que orde­nar, ni mercados por explotar. Esta visión no funcionará en los entornos urbanos. Actuar así es el mejor incentivo para que sigan apareciendo nuevos límites regulatorios y para que los problemas de imagen ante la opinión pública vayan a más.

El reto es el empoderamiento efectivo de la ciudadanía. El futuro de las ciudades no reside solo en su capaci­dad de integrar la tecnología, sino también en su voluntad de fomentar e incrementar las interacciones sociales y el protagonismo ciudadano. En otras palabras, de promo­ver la emergencia de los ciudadanos inteligentes a través de la tecnología cívica. La civic tech no tiene otro objetivo que adaptar la herramienta a un propósito que está —o debe estar— por encima de ella: la mejora de la gobernanza.

Quizá esto debería plantearse al inicio de nuestra re­flexión. En la era de la obsesión por la innovación es preci­so detenerse y recordar lo obvio: los cambios sociales no los genera la tecnología, sino las ideas. Este es el orden co­rrecto. No es el último avance técnico el que moldea la realidad, sino que lo hacen las nuevas corrientes de pensa­miento. Y en cualquier caso, la tecnología se puede adaptar a estos movimientos de fondo, convirtiéndose en una herramienta fundamental, en un medio.

En un momento de replanteamiento profundo sobre la ciudad inteligente, este podría ser un buen punto de parti­da para todos los actores implicados. Un modelo compar­tido y consensuado para gobiernos locales y metropolita­nos, una línea estratégica para el sector tecnológico y un objetivo de mínimos para la ciudadanía. Sin ello, será muy complicado que podamos afrontar todos los problemas que ya forman parte del presente y futuro de la agenda urbana.

Antoni Gutiérrez-Rubí es asesor de comunicación

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