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COLUMNA
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La calle

Los CDR son los amos de toda la provincia de Girona y del resto del territorio catalán, y solo Barcelona, y a medias, puede respirar, algo libre de su influencia

Jorge M. Reverte
Los manifestantes se enfrentan a la policía frente al Parlamento catalán en el primer aniversario del 1 de octubre en Cataluña.
Los manifestantes se enfrentan a la policía frente al Parlamento catalán en el primer aniversario del 1 de octubre en Cataluña. JON NAZCA / REUTERS

Manuel Fraga, ministro del Interior y franquista, lo decía de forma brutal, pero muy expresiva: “La calle es mía”. Lo demostró siempre que pensó que era preciso hacerlo. Y lo hizo a cualquier precio, como en Vitoria en marzo de 1976. El desaparecido refundador de la derecha española se refería a “la calle” como una representación del Estado. Sabía que el Estado quedaba ninguneado si no era dueño de la calle.

Y en eso tenía razón. Lo sabe, incluso, Quim Torra. Lo sabe el president del Govern como lo sabe hasta el último de los militantes por la independencia que forman parte voluntaria de los Comités de Defensa de la República, los CDR, unas células de carácter revolucionario que se están haciendo con la calle en Cataluña. Son revolucionarios porque aspiran a que su acción sea decisiva para poner patas arriba todo el edificio constitucional vigente en Cataluña, todo el acuerdo construido desde 1978.

Torra y quienes comparten con él el sueño de la independencia no pactada, la que hay que hacer aunque se tenga menos del 50% de los votos, y no digamos de la mayoría cualificada, ven en los CDR una pieza más que esencial del mecanismo revolucionario, que ya ha demostrado su eficacia en la toma de la sede de la subdelegación del Govern en Girona, en la ocupación de la plaza de Sant Jaume o en el cerco y la inutilización del Parlament. Por no hablar de las acciones que, a diario, se realizan en la Universidad, los mercados, o cualquier plaza pública de Cataluña. Los CDR son los amos de toda la provincia de Girona y del resto del territorio catalán, y solo Barcelona, y a medias, puede respirar, algo libre de su influencia.

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Hasta ahora, todas esas acciones han estado apoyadas por una suave participación de los Mossos, que han dejado el campo libre a los CDR después o han intervenido tarde. Es igual. La idea es que en poco tiempo la policía autonómica deje de hacer falta para controlar la calle en cuestiones políticas.

Mezcla de los organismos de la sociedad civil que pueden instrumentar la “democracia aclamativa” de Carl Schmitt y las terribles agrupaciones de vigilancia preconizadas por Marta Harnecker, los CDR sustituyen ya en un alto porcentaje al Estado en su legítima acción de monopolizar la violencia. Torra es president con menos del 50% de los votos, pero la calle es de los CDR, que a veces le obedecen, aunque solo son fieles a su mandato fundacional de defender la república catalana.

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