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COLUMNA
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Ganar

Las instituciones democráticas, su preservación o su mejora, son sencillamente una derivada que se supedita a la victoria ideológica

Jorge Galindo
Simpatizantes del Partido Social Liberal (PSL)  en Río de Janeiro, Brasil.
Simpatizantes del Partido Social Liberal (PSL) en Río de Janeiro, Brasil. FERNANDO MAIA / EFE

"No, si a mí Trump no me gusta mucho, pero es mejor que la alternativa”. O “al menos defiende a los míos”. En 2016 nos hartamos de leer mil variantes de estas opiniones entre los votantes del que finalmente sería presidente de Estados Unidos. Opiniones que ahora se repiten con Jair Bolsonaro. Y que tienen sus propias versiones en Hungría, Polonia, Venezuela, Nicaragua o cualquier otro lugar con un líder autoritario dispuesto a degradar la democracia. En muchos de estos lugares, como el propio Brasil, ni siquiera ha disminuido el grado de apoyo a la democracia como mejor sistema de gobierno. Lo cual quiere decir que los votantes prefieren ganar, aun a coste de hacerlo gracias a candidatos con claras intenciones de atacar las instituciones.

Lo que queremos, lo que realmente anhelamos, es que nuestra gente, nuestras ideas, nuestra perspectiva del mundo resulten triunfantes. Siempre lo hemos querido: para eso nos inventamos el proceso democrático. Mientras nuestras aspiraciones han cabido dentro del mismo, todo ha ido bien. Pero en aquellos momentos de la historia en los cuales una mayoría de votantes ha percibido que las instituciones no respondían a sus demandas, los autoritarios que prometían sí hacerlo con mano dura han tenido su oportunidad.

La manera en que los defensores del consenso existente y de las instituciones se han planteado este problema es un tanto perversa. Lo es porque lo que se discute normalmente en estos foros es si es conveniente dejar que los autoritarios ganen un poco para evitar que ganen mucho, o si es mejor mantener una oposición frontal a sus postulados y a sus demandas. Con este planteamiento se acepta implícitamente que, efectivamente, aquí todo se reduce a obtener la victoria. Las instituciones democráticas, su preservación o su mejora, son sencillamente una derivada que se supedita a la victoria ideológica.

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Deberíamos preguntarnos si esta es la clase de debate que queremos tener. Si el problema de base es que un segmento importante del electorado no parece respetar el proceso democrático lo suficiente como para ponerlo por delante de sus opiniones, quizás el mejor contraargumento es subrayar el hecho de que, si todos los votantes se comportasen de la misma manera, si la democracia se degrada, lo hace para todos por igual. Un día puedes caer en el lado ganador, pero piensa entonces en lo que harán contigo cuando no lo estés. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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