La inmortalidad no era esto
La universidad quiere reconocer el enorme impacto que las células de esta mujer han tenido en la medicina
Henrietta Lacks empezó a preocuparse por un sangrado vaginal a finales de 1950 o principios de 1951. Siendo pobre, afroamericana y madre de cinco hijos pese a tener solo 31 años, tuvo que presentarse directamente en el John Hopkins, uno de los pocos hospitales que admitían pacientes de esa extracción social. Su ginecólogo le diagnosticó enseguida un tumor maligno en el cuello del útero, tomó una biopsia del tejido canceroso y trató a Henrietta con radio, el mejor tratamiento disponible en la época. No funcionó, y la mujer murió a los pocos meses. Pero, antes de eso, el ginecólogo había entregado parte de la biopsia a su colega George Gey, un investigador que trabajaba en el mismo edificio.
El doctor Gey llevaba unos años intentando cultivar las biopsias de ese tipo de tumores, pero las células morían en cuestión de días. Las muestras de Henrietta Lacks resultaron muy diferentes. Se replicaban cada 24 horas, se transferían sin problemas a nuevas placas de cultivo y se podían enviar a científicos de otros centros para hacer todo tipo de investigaciones. El doctor Gey tomó la primera sílaba del nombre y el apellido de Henrietta Lacks y llamó HeLa a su cultivo. Fue la primera línea celular humana inmortal, a todos los efectos. Todos los alumnos de biología las estudian en sus cursos, y en los 70 años que han pasado desde la muerte de la paciente han sido una poderosa herramienta para el avance de la medicina: el desarrollo de la vacuna de la polio, el estudio del genoma humano, la investigación del cáncer y su relación con las hormonas, las toxinas, los fármacos, los virus o la radiación. Antes desaparecerá la humanidad que la línea HeLa.
Ahora imagina por un momento que tú eres Henrietta Lacks y que, décadas o siglos después, trocitos de tu cuerpo moran en los laboratorios de todo el mundo duplicando tu genoma cada 24 horas, propagando tu legado biológico por todo el planeta Tierra como una especie de planta invasiva, celebrando eternamente tu paso por este mundo como si no se hubieran enterado de que tú, su dueña, estás muerta y enterrada en la noche terráquea. ¿Te serviría eso como una forma de inmortalidad? ¿O más bien te parece una perspectiva perturbadora y macabra? Ahora que hablamos mucho del derecho al olvido en las redes, podríamos considerar también un posible derecho a la muerte en los laboratorios, ¿no? Puestos a imaginar, dejémonos flotar corriente abajo para considerar la posibilidad de resucitar a Henrietta Lacks. Obstáculos no nos faltarían. Para empezar, la línea celular HeLa no se obtuvo de los tejidos normales de la paciente, sino del tumor que la mató, y los tumores contienen numerosas mutaciones y aberraciones cromosómicas. Pero esto es en el fondo un problema técnico, y nuestra imaginación no debe detenerse por él. Una vez que dispongamos de una célula HeLa con el genoma corregido de la señora Lacks, implantar su núcleo en el óvulo de una donante supondría poco más que clonar a la oveja Dolly, técnicamente. No es inconcebible en el futuro cercano que se pueda resucitar a Henrietta Lacks. ¿Serviría eso como inmortalidad?
Seguramente tampoco. Pero, entretanto, la Universidad John Hopkins, a la que pertenece el hospital que recibió a la paciente en 1951, ha decidido dedicar a Henrietta Lacks un nuevo edificio de investigación biomédica, según informó el sábado la institución junto con los herederos de Lacks. La universidad quiere reconocer el enorme impacto que las células de esta mujer han tenido en la medicina. Esta es la forma de inmortalidad que tenemos a mano por el momento.
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