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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fortalecer la resiliencia climática es crucial para detener el aumento del hambre

El director general de la FAO analiza el último informe sobre el hambre en el mundo: "La buena noticia es que tenemos el conocimiento y las herramientas para comenzar a abordar este problema"

Un niño con malnutrición es medido en una clínica especializada en combatir esta enfermedad en Tshikapa, República Democrática del Congo, en octubre de 2017.
Un niño con malnutrición es medido en una clínica especializada en combatir esta enfermedad en Tshikapa, República Democrática del Congo, en octubre de 2017.JOHN WESSELS (AFP)
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La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y sus agencias socias (FIDA, UNICEF, PMA y OMS) acaban de publicar el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2018. Este año se centra en la importancia de desarrollar la resiliencia climática para la seguridad alimentaria y una mejor nutrición.

Por tercer año consecutivo, el hambre en el mundo aumenta. El número absoluto de personas desnutridas ha ascendido a casi 821 millones en 2017, de alrededor de 804 millones en 2016. Estamos hablando de los mismos niveles que hace casi una década y, por lo tanto, somos testigos de una preocupante erosión y reversión de los avances logrados para erradicarla. Está claro que estos datos exigen que actuemos de forma mucho más contundente.

Los niveles de retraso en el crecimiento infantil siguen siendo inaceptablemente altos. En 2017, casi 151 millones de menores de cinco años (el 22%) se vieron afectados por este problema. Además, la emaciación (peso bajo para la estatura), continúa afectando a más de 51 millones en esa franja de edad.

Los conflictos siguen siendo la causa principal del hambre en el mundo. De hecho, la incapacidad de reducirla está estrechamente relacionada con el aumento de la violencia, particularmente en el África subsahariana. Por eso, los esfuerzos para luchar contra el hambre deben ir de la mano de las acciones para mantener la paz. El informe también muestra que el impacto del cambio climático, especialmente las sequías prolongadas, son un impulsor fundamental de este incremento.

En 2017, las crisis climáticas estaban detrás de las crisis alimentarias en 34 de los 51 países que las sufrieron. Las temperaturas siguen aumentando y son cada vez más variables. Cada vez son más frecuentes los días muy calurosos y, de ellos, más frecuentes los que registran temperaturas extremadamente altas. Estamos experimentando una gran variabilidad espacial en las precipitaciones y la naturaleza de las estaciones lluviosas también está cambiando, tanto en términos de inicio y duración como en intensidad de las lluvias. El número de desastres relacionados con el clima extremo, que incluyen calor extremo, sequías, inundaciones y tormentas, se ha duplicado desde principios de la década de los noventa, lo que significa que ahora asistimos a un promedio de 213 eventos catastróficos medios y grandes cada año.

Los niveles de retraso en el crecimiento infantil siguen siendo inaceptablemente altos. En 2017, casi 151 millones de niños menores de cinco años (el 22%) se vieron afectados por este problema

Los 2.500 millones de pequeños agricultores, pastores, pescadores y personas dependientes de los bosques del mundo, que obtienen sus alimentos e ingresos de los recursos naturales renovables, son los más afectados por la variabilidad climática y los eventos extremos. Vista la sensibilidad de la agricultura al clima y la función primordial del sector como fuente de alimentos y medios de subsistencia para los pobres de las zonas rurales, el impacto directo más fuerte se siente en la disponibilidad de alimentos.

El acceso a ellos también se ve considerablemente menoscabado. La evidencia muestra que los picos en los precios de los alimentos y el aumento de su volatilidad siguen la variabilidad climática. Los compradores netos de alimentos, especialmente los pobres urbanos y rurales, son los más afectados por estos picos. Y un acceso deficiente a los alimentos aumenta el riesgo de bajo peso al nacer y retraso del crecimiento en los niños, ambos asociados a un mayor riesgo de sobrepeso y obesidad en la vida adulta.

De hecho, la seguridad alimentaria que presenciamos hoy en día explica en parte la coexistencia de la desnutrición y la obesidad en muchos países. En 2017, el sobrepeso infantil afectó a 38 millones de niños menores de cinco años. África y Asia representan el 25 y el 46% del total mundial, respectivamente. La obesidad en adultos también está aumentando en todo el mundo: unos 672 millones de adultos eran obesos en 2017, lo que supone más de uno de cada ocho adultos. El consumo creciente de alimentos industrializados y procesados es la principal causa de esta epidemia de sobrepeso y obesidad. Si los gobiernos no adoptan medidas urgentes para detener su aumento, pronto podríamos tener más personas obesas que desnutridas en el mundo.

El impacto del cambio climático también está haciendo que los alimentos sean menos saludables. Algunos estudios indican que unos niveles más altos de CO2 en el aire están haciendo disminuir los niveles de nutrientes vitales como el cinc, el hierro, el calcio y el potasio en alimentos básicos como el trigo, la cebada, las patatas y el arroz.

Fortalecer la resiliencia climática es prioritario para poder hacer frente al aumento del hambre y otras formas de malnutrición. Debemos detener los efectos perjudiciales que un clima cambiante nos presenta. La buena noticia es que tenemos el conocimiento y las herramientas necesarias para comenzar a abordar este problema. También tenemos experiencia y evidencia que apunta a los factores transversales que conducen a políticas y prácticas exitosas para abordar los riesgos climáticos.

Los sistemas de monitoreo y alerta temprana de los riesgos climáticos son esenciales para que algunos gobiernos y agencias internacionales puedan supervisar múltiples peligros y pronostiquen la probabilidad de las amenazas para los medios de subsistencia, la seguridad alimentaria y la nutrición. También asistimos a mayores esfuerzos para invertir en medidas de reducción de vulnerabilidad, incluyendo buenas prácticas resilientes al clima en las explotaciones agrícolas así como infraestructura “a prueba del clima” (incluyendo instalaciones de almacenamiento y conservación de alimentos) y una gestión del agua más eficiente (que incluye nuevas fuentes de agua, tecnologías de riego, drenaje, recolección, ahorro de agua, desalinización y manejo de aguas pluviales y de aguas residuales).

Los agricultores también se han puesto manos a la obra. Por ejemplo, mediante la diversificación de cultivos, los hogares agrícolas en el África subsahariana están extendiendo el riesgo en la producción y los ingresos entre una gama más amplia de cultivos. La evidencia también muestra que los agricultores pueden aumentar la resiliencia climática a través del cultivo de distintas variedades en el que las mejores semillas -probadas en campos piloto- se combinan con variedades tradicionales para la próxima temporada de siembra.

El desafío es escalar y acelerar estas acciones para fortalecer la resiliencia de los medios de subsistencia y los sistemas alimentarios a la variabilidad climática y los eventos climáticos extremos. Necesitamos políticas integradas de reducción y gestión del riesgo de desastres y programas y prácticas de adaptación al cambio climático con visión a medio y largo plazo.

A pesar de los recientes retrocesos, un mundo sin hambre todavía está a nuestro alcance. Pero debemos actuar rápidamente, ahora que aún hay tiempo, para detener la erosión de lo que con tanto esfuerzo hemos alcanzando en la lucha para erradicarla. Abordar el impacto del cambio climático a la vez que mantenemos la paz nos ayudará a encaminarnos de nuevo al objetivo global del hambre cero.

José Graziano da Silva es director general de la FAO. 

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