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MIRADOR
Columna
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Genitalia

En tiempos de orfandad las sociedades se convierten en peligrosas. Buscan un padre autoritario que someta al enemigo

David Trueba
Obispos esperan la llegada del Papa en la Plaza de San Pedro.
Obispos esperan la llegada del Papa en la Plaza de San Pedro.Alberto PIZZOLI (AFP)

Detrás del conflicto de identidad que padece Europa parece asomarse el mismo complejo que condujo al Brexit y al triunfo de Trump en Estados Unidos. Hay algo así como una identidad soñada, por la cual los ciudadanos deciden cómo quieren ser, sin importarles demasiado el grado de veracidad del autorretrato resultante. La idealización de uno mismo está muy bien contada en los cuentos infantiles clásicos. El más valiente, el más guapo y el más honesto no tiene ninguna dificultad para distinguirse del malo, del miserable y del intruso. En la vida real, las fronteras no están tan claras. O no deberían estarlo. Cuando uno ve cómo se revalorizan las figuras de Hitler, Franco o Stalin comprende que en tiempos de orfandad las sociedades se convierten en peligrosas. Buscan un padre autoritario que someta al enemigo.

Pero el error europeo consiste en asumir su posición de privilegio sin preguntarse cómo ha llegado hasta allí. Un cierto complejo de culpa no iría nada mal. Y una revisión de esas figuras paternales tan espantosas. El expolio, la expansión colonialista, el comercio negrero no forman ya parte del imaginario idealizado de los ciudadanos europeos. Tampoco el recuerdo de sus grandes guerras está lo suficientemente fresco como para considerar al refugiado una figura de respeto. Con una asombrosa habilidad nos hemos quitado de encima la capa de asco y nos hemos quedado con la túnica dorada. El espejo no puede mentir, somos la más guapa del baile.

Este itinerario de niños mimados lo podemos ver en versión portátil en esos pequeños malcriados que amargan a los demás el rato de tren, playa, autobús o cole sin que sus padres se sientan ni capaces de controlarlos ni culpables de su falta de educación. Ver a jóvenes alemanes perseguir al extranjero y comprobar el inacabable rosario de disputas identitarias que jalonan nuestras comunidades sería suficiente para deprimir al más optimista. Por suerte nos seguimos contando el cuento correcto para dormir tranquilos. Nosotros somos los buenos, los otros son los malos. Al resurgir un nuevo escándalo de violaciones de menores por parte de sacerdotes, muy pocos han recordado que siglos antes el abuso al que sometían a sus súbditos abarcaba las decisiones sobre su vida, su intimidad, su conocimiento científico, sus leyes. Hubo un momento en que ese abuso quedó reducido a lo genital. Fue un avance. Quizá ahora no estamos en el prolegómeno del fascismo, sino solo en ese vacuo simbolismo genital de quien se ve impotente, pero presume de tamaño. El que abusa donde le dejan.

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