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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
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Refugiados

La “crisis” migratoria también es urbana

La batalla contra la xenofobia y el racismo se debe librar en las ciudades, hogar para el 60% de los refugiados del mundo

Migrantes procedentes de África dejan el ferry de Algeciras para ser transportados a distintas ciudades españolas, en especial Madrid y Barcelona, el pasado 22 de agosto.
Migrantes procedentes de África dejan el ferry de Algeciras para ser transportados a distintas ciudades españolas, en especial Madrid y Barcelona, el pasado 22 de agosto. Alexander Koerner (Getty Images)
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Desde el antiguo mito egipcio del ave fénix, que renace de sus propias cenizas, el concepto de resiliencia se halla en todas las culturas. La palabra "crisis", del griego kri-, que significa 'juicio' o 'decisión' y -si(s)/-s(o)-, que designa una 'acción', conlleva una decisión ante una situación de cambio. Así que, ante una crisis de cualquier tipo, y la migratoria es una de ellas, la respuesta de la sociedad determinará su propia capacidad de resiliencia o de recomposición.

Hoy sabemos, tal como asegura la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), que aproximadamente el 60% de los 22 millones de refugiados del mundo, además de los propios desplazados internos, vive en áreas urbanas. Mientras se espera que la población urbana siga creciendo a nivel global, y que los desplazamientos se sigan sucediendo en los próximos años, es fácil comprender que la "crisis" migratoria es ya hoy, en realidad, una crisis urbana.

Las ciudades son actores de primera línea en el trato con los refugiados

Así lo dio a entender el pasado mes de octubre, durante la Asamblea General celebrada en Nueva York, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, quién dijo que hacía falta un nuevo enfoque para lidiar con los refugiados que les permita integrarse en las zonas urbanas. "Las ciudades son actores de primera línea en el trato con los refugiados", aseguró Grandi.

¿Qué podemos aprender de las ciudades del Sur?

Un dato nunca suficientemente presente es que hoy, la gran mayoría de los 60 millones de refugiados o desplazados internos que existen en el mundo, residen en países con ingresos bajos o medios, tal como sostiene Acnur. Y su presencia en las ciudades ha cambiado considerablemente el paisaje urbano.

En el África subsahariana, encontramos un ejemplo claro en Nairobi, donde el barrio de Eastleigh es hogar para una gran cantidad de refugiados somalíes que han desarrollado una vibrante vida comercial en la capital de Kenia, convirtiéndose en parte activa del tejido social y económico. Pero igual como sucede en Nairobi, también hallamos otros ejemplos en ciudades de la región como Kampala (Uganda) o Dar es Salaam (Tanzania), que acogen a miles de refugiados de países vecinos como Burundi o República Democrática del Congo.

Hoy, los ataques xenófobos contra tiendas propiedad de extranjeros son la tercera forma más común de violencia en las ciudades sudafricanas

Sin embargo, la afluencia de personas con diferentes procedencias étnicas o religiosas puede topar con la hostilidad de los lugareños. Las ciudades sudafricanas son un paradigma de racismo, y no solo a causa del hipotéticamente superado Apartheid. En 2008, violentos enfrentamientos racistas se saldaron con más de 60 muertos y cientos de heridos en algunas de las principales urbes de la llamada "nación del arco iris". En 2015, ciudades como Johannesburgo, Durban o Port Elizabeth volvieron a verse sumergidas en una ola xenófoba contra migrantes de otros puntos de África. Y hoy, los ataques xenófobos contra tiendas propiedad de extranjeros son la tercera forma más común de violencia urbana según Xenowatch, una plataforma lanzada a principios de este verano por el Centro Africano para la Migración y la Sociedad, con sede en la Universidad de Wits.

De la misma forma, en algunas ciudades de Europa, la presencia de refugiados y migrantes ha desencadenado preocupantes olas de violencia xenófoba, como acabamos de ver en la ciudad alemana de Chemnitz, que ha vivido una 'caza' de extranjeros y manifestaciones anti-migratorias por parte de la ultraderecha. El pasado mes de febrero, en el pueblo italiano de Macerata, un joven de 28 años, candidato de la Liga, disparó desde la ventanilla de su coche contra varios inmigrantes africanos que paseaban. Tampoco ayuda la gestión de ciudades como París, que han fomentado la segregación de poblaciones migradas en las llamadas 'banlieues' (suburbios).

Ante estos brotes chovinistas, la gestión de la migración se convierte en un quebradero de cabeza para gobiernos y autoridades locales, ya que además, muchos de los elementos fundamentales para su gestión —como la vivienda, la sanidad, la educación, o los servicios sociales— se diseñan, implementan y financian a nivel local.

Por eso, mientras los presidentes de Italia y Hungría se alían en un frente antinmigración y España da muestras de una desoladora política migratoria tras la reciente y polémica devolución a Marruecos de 116 personas, las alcaldesas de ciudades como Barcelona o Madrid llevan tiempo mostrando su rechazo a la gestión de los refugiados por parte de los Estados y reclaman más autonomía para poder llevar a cabo políticas adecuadas.

Migración en positivo

No se puede negar que la acogida de refugiados y migrantes representa un gran desafío para los gobiernos y administraciones locales. Lo cierto es que los grupos de desplazados se suelen considerar una carga para las infraestructuras y los servicios básicos, que a menudo, como ocurre en los países en vías de desarrollo, son insuficientes. Pero la llegada de población joven procedente de otros puntos geográficos –la edad promedio de los migrantes internacionales de África en 2017 fue de 31 años, la edad media más baja a nivel mundial según la ONU–, puede representar también la aportación de nuevas experiencias, oportunidades y espíritu emprendedor para las ciudades de acogida.

Un informe de OIT y OCDE llama a aprovechar la contribución de los migrantes a fin de fomentar la transformación económica

Por ello, a principios de 2018, un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Centro de Desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) llamaba a aprovechar la contribución de los migrantes a fin de fomentar la transformación económica. "La percepción de que los migrantes generan más gastos que beneficios está muy difundida, pero raramente se basa en evidencias empíricas", dicen.

Más recientemente, un estudio del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS) ha mostrado que los inmigrantes en general y los solicitantes de asilo en particular tienen un efecto positivo en variables como el producto interior bruto (PIB), los impuestos y hasta el empleo, y argumentaba que son otras razones las que alimentan el rechazo.

En Uganda, por ejemplo, el 21% de los refugiados posee un negocio que emplea a varias personas, el 40% de las cuales son ciudadanas ugandesas. Pero en Grecia, la llegada de familias jóvenes de migrantes ha revitalizado pueblos en declive, como también se ha visto en Riace, en el sur Italia.

La disminución de las tasas de natalidad en los países desarrollados hace que la mano de obra extranjera sea necesaria para mantener el bienestar social. Sin embargo, la gobernanza urbana y la planificación de las ciudades no han podido (o no han sabido aún) aprovechar el potencial migratorio para que sea un elemento de desarrollo. Una auténtica contradicción teniendo en cuenta eso que en este blog ya hemos reivindicado en anteriores ocasiones reconociendo que la migración es la génesis de la urbanización. Y que si somos seres urbanos, somos seres migrantes. Por lo que la "crisis" migratoria nos atañe a todas y a todos.

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