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Más de ocho millones de bebés en 40 años de reproducción asistida

El 25 de julio de 1978 nacía Louise Brown, la primera niña probeta. España es el país de Europa que realiza más tratamientos y el tercero del mundo

El equipo pionero en la fecundación in vitro en 1978. Año, en el que nació la primera bebé probeta.
El equipo pionero en la fecundación in vitro en 1978. Año, en el que nació la primera bebé probeta.getty
Carolina García
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Este jueves 25 de julio se cumplen 40 años desde el nacimiento de Louise Brown, la primera bebé probeta nacida viva. Desde entonces, las técnicas de reproducción han evolucionado mucho y ya son más de ocho millones los niños y niñas que han nacido gracias a este método en todo el mundo. Según estima European Society of Human Reproduction and Embryology, cada año nacen medio millón de bebés de los más de dos millones de tratamientos de reproducción asistida que se aplican a las mujeres.

España es el primer país de Europa y el tercero del mundo en tratamientos de este tipo, según el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. En 2014 se hicieron en España 156.865 ciclos –tratamientos completos– con un total de 33.394 bebés en este periodo. “La razón fundamental de este dato es que la ley española sobre la donación de gametos es distinta de la de otros países, sobre todo en el tema del anonimato. Y lo que nos ha mostrado la experiencia es que la mayoría de la gente que dona no quiere saber cuántos hijos tiene”, explicaba a EL PAÍS, Rocío Núñez, subdirectora de la Clínica Tambre y presidenta del Comité Científico del Simposio Internacional de Reproducción Asistida de la Fundación Tambre.

Entre las técnicas existentes, “la técnica más efectiva es la donación de óvulos. Se toma un óvulo de la donante, se le insemina semen y se trata la fecundación. Pero la Seguridad Social en España no cubre estos gastos, por lo que obliga a los futuros padres a acudir a un centro privado, donde pueden llegar a pagar una media de 6.000 euros por intento”, agregaba la experta. La Seguridad Social proporciona tres intentos de Fecundación In Vitro para las parejas que no pueden tener hijos y solo lo cubre a mujeres hasta los 39 años. La mayoría de las mujeres que se someten a este tipo de tratamientos tiene entre 35 y 39 años, y el 68% de las técnicas con donación de óvulos se han hecho en pacientes mayores de 40 años.

Entre los hallazgos que ha podido determinar la European Society of Human Reproduction and Embryology y que hizo públicas en su conferencia anual están:

Para estos expertos, "las tasas de éxito se han estabilizado, aunque el resultado en la donación de óvulos y en el uso de embriones congelados sigue mejorando. Sin embargo, el mayor movimiento ascendente proviene de la vitrificación ", una técnica que permite congelar los óvulos de una mujer para que esta los pueda utilizar el día que decida ser madre y que promueve, además, que haya bancos de óvulos y mayor disponibilidad de estos donados.

El organismo también señala que “la disponibilidad de tratamientos de reproducción asistida sigue siendo muy desigual en Europa, con Dinamarca y Bélgica ofreciendo cada uno más de 2500 ciclos de tratamiento por millón de habitantes, mientras que otros (como Austria e Italia) ofrecen considerablemente menos”. Un estudio calculó que la necesidad mundial de tratamientos avanzados de fertilidad “es de alrededor de 1500 ciclos por millón de habitantes por año. Y solo una minoría de países europeos satisface esta necesidad", concluye la European Society of Human Reproduction and Embryology.

Nosotras decidimos cuándo y cómo

Rocío Núñez

Todavía recuerdo a Ana. Fue hace varios años, cuando empezó a ser efectiva la técnica de vitrificación de ovocitos. El ginecólogo del equipo que llevaba su caso me dijo que hablara con ella para que decidiéramos juntas cuál era la técnica de reproducción asistida que más le convenía. Ana vivía con su madre, no tenía pareja y su sueño era poder tener un hijo. Y su problema era que, aunque aún joven, no tenía óvulos de buena calidad como para poder quedar embarazada.

Ana tenía un trabajo que la obligaba a viajar con frecuencia, y era difícil poder realizar las visitas necesarias a la clínica. Entonces pensamos que podría utilizar los óvulos vitrificados de una donante y así transferir un embrión cuando ella pudiera. Recuerdo a Ana porque fue la primera, porque tuvo una preciosa niña que, como ella decía, vino del frío, y porque me regaló una varita mágica pensando que yo era su hada madrina por haberla ayudado a cumplir su sueño.

Y como ella, pienso en otras tantas mujeres que, solas o con su pareja, lograron lo que más ansiaban. Lo que las hizo libres y autónomas en sus decisiones de formar una familia.

Pero también recuerdo que, no hace demasiado tiempo, las cosas eran distintas.

El 25 de julio de 1978 nacía Louise Joy Brown, la llamada primer bebé probeta, el primer nacimiento obtenido por fecundación in vitro. Y lo que ahora se considera un tratamiento de rutina en las parejas con problemas de fertilidad, hace cuarenta años supuso una auténtica revolución.

El desarrollo de esta técnica ha planteado no solo problemas científicos y técnicos, sino que se han agregado los de naturaleza bioética por la intervención de la ciencia en la reproducción humana (fuertemente ligada en ese momento, aún más que ahora, a la sexualidad y a la religión). Tanto fue así, que relegaron a un rincón de Bourn Hall el laboratorio de Fecundación in vitro donde se consiguió el primer nacimiento de FIV, ya que la Iglesia no permitía estas técnicas "del diablo".

Y la sociedad entonces era un fiel reflejo de lo que ocurría dentro de los laboratorios. Las parejas que recurrían a estas técnicas lo llevaban en secreto, como si la infertilidad fuera un estigma y las técnicas un pecado. Las mujeres necesitaban de un marido para poder embarazarse, y las parejas de mujeres, literalmente, no existían.

Los especialistas en reproducción que llevamos trabajando en este campo mucho tiempo, entendemos cual es el calvario que tuvieron que sufrir las mujeres a lo largo de tantos años hasta conseguir vencer, no solo las trabas médicas, sino las sociales, ya que tuvieron que enfrentarse en aquella época a la oposición de la Iglesia, el Gobierno y los medios de comunicación.

En España, la Ley de Reproducción Asistida, la primera de Europa y una de las más tolerantes, permite que una mujer, independientemente de su edad y condición, pueda acceder a las técnicas de reproducción asistida. Y es por ello por lo que mujeres de todo el mundo acuden a nuestras clínicas a conseguir el embarazo que en su país tienen prohibido o, en el mejor de los casos, muy difícil.

Pero todo esto es ahora: mujeres que han pospuesto su maternidad por motivos laborales, mujeres que, por el contrario, quieren un hijo pero no ahora, y congelan sus óvulos para el futuro. Mujeres que no tienen pareja masculina (ni la necesitan), o con pareja femenina. Todas ellas pueden decidir cuándo y cómo tener un hijo. Pero no podían entonces. Aún a pesar de que la Ley española data de 1988, como antes comentaba, la sociedad, machista y conservadora, no ofrecía facilidades a la mujer que quería ejercer su derecho a la maternidad libremente.

Hace también unos años, recuerdo a Rosa. Estaba divorciada y quería tener un hijo como madre sin pareja. Hasta ahí, ningún problema. El problema vino cuando en medio del proceso conoció a un hombre que no admitió que Rosa quedase embarazada sin su intervención. Y a pesar de su oposición y la de toda su familia, Rosa consiguió el embarazo con una inseminación utilizando semen de donante. Sola. Sin el apoyo de su pareja ni de su familia. Y la admiré entonces, por su valentía. Y la recuerdo ahora.

Y son todas esas mujeres las que hacen posible actualmente que cualquiera de nosotras cuándo y cómo queramos, sin la desaprobación de nadie, podamos elegir el momento de nuestra maternidad.

*La doctora Rocío Núñez es directora Científica de la Clínica Tambre

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Sobre la firma

Carolina García
La coordinadora y redactora de Mamas & Papas está especializada en temas de crianza, salud y psicología, y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es autora de 'Más amor y menos química' (Aguilar) y 'Sesenta y tantos' (Ediciones CEAC). Es licenciada en Psicología, Máster en Psicooncología y Máster en Periodismo de EL PAÍS.

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