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Tribuna
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Así deberíamos criar a nuestros hijos para favorecer su desarrollo

Para que los niños muestren todo su potencial necesitan un ambiente sensible y cariñoso que favorezca la salud, la nutrición y la sensación de seguridad

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Piense por un momento en estas tres palabras: cuidado, afecto, sensible. Tal vez las relacione con un ser querido, con las cualidades que desea para alguien o con las atenciones que le gustaría dispensar a un niño. Pero ¿pensó usted en salud, nutrición, seguridad, respuesta a necesidades o aprendizaje? Eso es lo que esconde la expresión “cuidado afectuoso y sensible”, una traducción del término inglés nurturing care con el que se quieren resumir todos los aspectos que intervienen en el proceso de maduración de un niño y que tan cruciales son en la primera infancia.

El cerebro humano se va desarrollando desde el momento mismo de la gestación y en los tres primeros años de vida experimenta su mayor potencial de crecimiento. Las conexiones neurológicas que se establecen hasta esa edad se multiplican a una velocidad que no se volverá a repetir jamás. Numerosos estudios demuestran que ese periodo es el más vulnerable a los factores de riesgo y que es una etapa crítica en la que se multiplican los efectos positivos de las intervenciones tempranas y se reducen los factores negativos que afectan al desarrollo.

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La revista médica The Lancet publicó que un 43% de los niños menores de cinco años que viven en países de ingresos bajos y medios (unos 250 millones de niños) se enfrentan a un desarrollo inadecuado. Un “cuidado afectuoso y sensible” podría cambiar la situación, ya que sus beneficios “se extienden durante toda la vida y se expresan en una mejor salud, mayor bienestar y mayor capacidad de aprender y de ganarse la vida”.

Para la primera infancia, el cuidado afectuoso y sensible implica un ambiente estable que facilite la salud y la nutrición de los niños, que les brinde protección frente a posibles peligros y que les permita, a través de relaciones de cariño, empezar a aprender de manera temprana. Los padres, familiares y cuidadores cercanos son los primeros responsables de atender a los más pequeños, pero deben contar con el respaldo de los sectores público y privado a través de recursos materiales y económicos, como la prestación de servicios de calidad que incluyan la salud, la educación y la protección infantil y social.

Los países de América Latina y el Caribe han adoptado en la última década una perspectiva más amplia del desarrollo infantil que se aproxima al concepto de cuidado afectuoso y sensible planteado por la publicación británica. Esto ha traído consigo políticas integrales para la primera infancia y la aprobación de leyes que buscan garantizar tanto los recursos físicos y financieros como la sostenibilidad. Iniciativas del tipo de “De cero a siempre” en Colombia, “Criança feliz” en Brasil o “Uruguay cree contigo”, son políticas públicas que, con el apoyo de leyes específicas, dan prioridad al desarrollo infantil.

Además de acciones concretas para madres y niños, de campañas de sensibilización sobre la importancia de la primera infancia y las buenas prácticas de crianza y acompañamiento, últimamente los gobiernos han prestado gran atención a financiar y organizar encuestas longitudinales que hacen un seguimiento de los niños desde su nacimiento y durante varios años. Ello les permite obtener información sobre las características socioeconómicas de los hogares y sobre el estado nutricional y el desarrollo físico y cognitivo de los niños, datos que son fundamentales para diseñar, monitorear y evaluar políticas efectivas en la materia. La ELPI chilena y la ELCA colombiana son buenos ejemplos de este interés. En Uruguay, la Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud (ENDIS) que se ha realizado en 2013 y 2015 y cuya tercera ronda está siendo preparada en la actualidad, es una de las pocas encuestas de América Latina y el Caribe que mide, además de varios indicadores de desarrollo infantil, el ambiente familiar de los hogares desde una perspectiva cuantitativa y cualitativa, lo que muestra una visión más completa del estado en el que se encuentra la primera infancia en el país y de los cambios que experimenta a lo largo del tiempo.

Otro ejemplo de la importancia de contar con datos precisos y recientes para mejorar el diseño de políticas públicas viene de Brasil, a través del programa de visitas domiciliarias Cresca com seu filho (crezca con su hijo) de promoción de buenas prácticas parentales. Esta iniciativa implicó la realización de una encuesta que buscaba recopilar información sobre cerca de 3.000 niños de Fortaleza -la capital del Estado de Ceará- que sufre uno de los mayores índices de vulnerabilidad y violencia del país. Los resultados de los cuestionarios coinciden con los datos de otras naciones latinoamericanas: identificaron una disminución de la desnutrición crónica infantil, un aumento de la obesidad en los menores de 5 años y grandes brechas en el nivel de desarrollo cognitivo entre los niños más pobres y los más ricos. Esta información es especialmente valiosa a la hora de extender y ampliar este tipo de programas a otras áreas del país, lo que constituye uno de los principales retos a los que se enfrentan las intervenciones que buscan incidir en la estimulación temprana.

La conciencia de invertir en el desarrollo de la primera infancia no ha estado nunca tan presente como en la actualidad. Gobiernos nacionales y organismos internacionales son conscientes de que intervenciones preventivas en los primeros años de vida traen consigo más beneficios e implican menos costes que las intervenciones correctivas en edades posteriores. Saben, asimismo, que es necesario coordinar salud, nutrición, educación y protección social e infantil para llegar a las poblaciones más vulnerables y que hay que generar datos con mayor frecuencia y solidez. Se trata de una gran tarea que no se puede posponer si se quiere conseguir un desarrollo pleno del potencial de los más pequeños. Algo que exige un cuidado afectuoso y sensible por parte de todos.

* Florencia López-Boo es economista senior en la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

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