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Terry Gilliam: “Ofender a la gente es muy importante”

Pedro Álvarez
Pablo Guimón

Retratista feroz de la idiosincrasia británica con el grupo Monty Python y cineasta libérrimo y tenaz, a los 77 años Terry Gilliam presenta, al fin, su adaptación de ‘El Quijote’, proyecto en el que ha invertido casi tres décadas. Defensor a ultranza de la comedia sin tapujos, lamenta que hoy cada vez más gente tenga miedo a expresar lo que piensa. “Hemos vuelto a tiempos primitivos”.

A LOS 77 años, Terry Gilliam se ha liberado de una obsesión y se ha quedado, asegura, un poco vacío. Se estrena por fin The Man Who Killed Don Quixote (el hombre que mató a don Quijote), proyecto que empezó hace casi 30 años y que debería aparecer en las enciclopedias del cine bajo la entrada de película maldita. Casi acaba con su carrera y con su salud, pero, afortunadamente, no ha podido con su prodigioso sentido del humor. Estadounidense de nacimiento e inglés de adopción, retratista feroz de la idiosincrasia británica con el grupo Monty Python, cineasta libérrimo y excesivo, se presenta a la entrevista, días antes de la proyección de la película en Cannes, con una energía tan contagiosa como su torrencial risa. El sol brilla con fuerza en el norte de Londres y él lo celebra con alpargatas, camisa de colores chillones y un corte de pelo que no es el típico mullet de paleto americano, sino “una cola de rata”, aclara, mientras se tira de los mechones grises de la nuca y se carcajea. Habla sin tapujos de la vida y de la muerte, de fantasías infantiles y realidades de la senectud, y defiende la libertad insobornable y el humor sin límites en tiempos de corrección política y autocensura.

¿Que haya terminado la película es una victoria de los quijotes sobre los sanchos? Es una victoria de los quijotes sobre la gente prudente y mala. Cuando el proyecto se vino abajo hace 20 años, el mercado se asustó. Me decían que era una idea vieja, que pasara página, que avanzara. Son muy rápidos en desestimar lo que haces.

Hace casi 30 años, cuando llamó a un productor y le dijo que necesitaba 20 millones de dólares para hacer El Quijote, ni siquiera había leído el libro. ¿Qué le atrajo? Todo el mundo conoce la historia simple del Quijote. Alguien que pelea contra molinos. Tiene una visión del mundo distorsionada, pero romántica. Es una gran historia. Entonces me senté a leer el libro y vi que era imposible de hacer. La serie española con Fernando Rey me encanta, pero es aburrida porque, si eres español, es una historia tan importante que tienes que ser puro y serio. Yo era libre para jugar. Y es lo que creo que tienes que hacer con el Quijote, jugar, porque eso es lo que hizo Cervantes.

“Un español tenía que ser serio. Pero yo era libre para jugar con mi adaptación de ‘El Quijote’. Además, eso es exactamente
lo que hizo Cervantes: jugar”

Dice mucho de su arrojo que, primero, decidiera hacer la película sin haber leído el libro y que, después de hacerlo, siguiera empeñado en rodarla aunque comprendiera que era imposible. Soy estúpido. Cualquier persona sensata no lo habría hecho [risas]. Pero una vez aceptas lo que es el Quijote tienes que ser igual de loco que él. Además, cuando una idea se agarra a mi cabeza, no se suelta.

Acabó refiriéndose al proyecto como una enfermedad de la que tenía que librarse. Ya lo creo. Era un tumor cerebral. Era como una mujer que un día se encuentra embarazada y 25 años después sigue embarazada, ¡tiene que dar a luz a esa cosa!

Resulta curioso que el cineasta, en la película, sea Sancho. ¿Dónde se sitúa usted? Quijote es la película, no yo. Yo soy Sancho, el pragmático que tiene que hacerla y que acaba un poco loco también.

¿Negarse a aceptar los límites de la realidad, como don Quijote, es propio del artista? Así es. El mundo es lo que es, pero los quijotes lo ven de otra manera. Los libros y las películas te convierten en otra persona. Si te limitas a aceptar la realidad te conviertes en un banquero.

Pedro Álvarez

¿Esa es la clave de la creatividad? Hay algo de arrogancia también. Debes creer que tienes algo que merece la pena decirse [risas]. Ese es el problema. Cuando has hecho un puñado de películas que han gustado a la gente te vuelves un poquito arrogante. Yo solía luchar por mis proyectos en Hollywood aunque fueran errores, porque creía que mis errores eran más interesantes que los errores de los ejecutivos de los estudios.

¿Le parece que sus viejas películas siguen vigentes? Desde luego. La vida de Brian, por ejemplo, cada día lo es más. Me pregunto si hay un nivel subconsciente en el que trabajo que absorbe muchos detalles del mundo real y los uso sin saberlo. Soy siempre muy místico con esto de hacer cine. Yo soy solo la mano que escribe, la película en realidad se está haciendo a sí misma. Y debes tener cuidado con lo que satirizas porque se hace realidad.

También sucede con las distopías que imaginó. Hay quien le atribuye facultades premonitorias. Es una naturaleza perversa que me hace mirar al otro lado del mundo. En su día me preguntaban si iba a demandar a Bush y Cheney por su remake desautorizado de Brazil [1985]. Siempre me cuestiono las cosas. Siempre miro a la fatalidad inminente. Tiene que ver con la muerte. Por eso me río de ella todo el tiempo: la muerte no tiene sentido del humor. Mientras me siga riendo se mantendrá lejos. Esa es mi teoría.

“Solo deseo que la gente vuelva a pensar. Hay demasiada furia y no me gusta. Los Monty Python no estábamos enfadados: éramos listos y nos reíamos de todo”

Hablando de muerte: tengo entendido que una vez se enteró usted de su propio fallecimiento por la revista Variety. [Risas] Como me suele decir mi esposa, ya me he muerto una vez. Fue un descojone. Me llegó en una alerta de Google, creo: “Terry Gilliam, director de Python, muere en xxx”. Debieron de pulsar el botón sin rellenar el hueco de la fecha y el lugar. Y yo pensé: “¡Joder, me he muerto en una película de Vin Diesel!”. [xXx es el título de una trilogía protagonizada por el actor estadounidense]. Mi mujer estaba en Francia y no podía contactar conmigo. Mi hijo se fue a trabajar y su jefe le dijo: “No sabes cuánto lo siento”. “¿El qué?”, respondió. “Tu padre ha muerto”. “¡¿Qué?!”. Mandó un correo a toda la familia, preguntando: “¿Ha muerto papá?”. Lo mejor es que le escribí una carta a la entonces directora de Variety explicándole que estaba vivo y le dije que no quería dinero, pero que sería bonito recibir una caja de Château Margaux. ¡Me mandaron dos! Lo llamo el vino de mi resurrección. Mereció la pena morir por ello.

Sufrió un derrame al terminar de rodar El Quijote He tenido dos.

¿De veras? Por eso el más reciente fue muy preocupante. El primero fue cuando el productor Paulo Branco quitó el enchufe y todo colapsó después de cuatro meses de trabajo [Branco rompió en 2016 con Gilliam por profundos desacuerdos y trató de impedir, sin éxito, el estreno comercial del filme en Europa]. No sabíamos qué hacer. Fue terrible. Entonces sufrí un derrame. Perdí un cuarto de visión periférica del lado izquierdo. Y perder visión es una putada para un director visionario [risas]. Una mañana me levanté para escribir en mi ordenador y no podía ver mi mano izquierda. Era muy raro. Mi hija Amy [productora] y yo fuimos a ver a nuestra hada madrina, la mujer que nos había dado la parte final del dinero para la película. De vuelta a casa, estaba conduciendo Amy y se salió de la carretera. “¿Qué haces?”, le pregunté. Y me dice: “Esquivar un autobús”. ¡Yo no lo había visto! Me atendieron en una clínica oftalmológica y me dijeron que había tenido un derrame. Mi visión no volvió a ser la misma, pero recuperé más o menos la normalidad. Entonces, hace unas semanas, cuando tenía que estar preparándome para ir a Cannes, vino mi yerno a casa y vio que me pasaba algo en la cara. No era realmente un derrame, era algo más raro. Una obstrucción de la arteria espinal perforante o algo así, que había obstruido determinadas partes de mi cerebro. Sigo vivo, pero hay señales de alarma.

¿Qué le ha hecho seguir con el proyecto del Quijote todo este tiempo? Es una enfermedad, no sé cómo explicarlo mejor. Es como el Everest. Si eres un alpinista, debes escalar el Everest. El reto no desaparece. Es muy útil tener una misión. La empiezo, fracaso, luego hago otra cosa un rato, y la misión sigue ahí reclamando que la termines. Es extraño.

¿Ha hablado con algún terapeuta sobre esto? [Risas] ¡No! Me habría disuadido de terminar la película. ¡No quiero terapia, no quiero explicar mi problema!

¿Y qué hará ahora, una vez extirpado el tumor del Quijote? Ahora hay un gran agujero negro ante mí [risas]. Caeré en una depresión. Cannes me mantendrá ocupado, luego los estrenos. Pero estoy perdido, de verdad. No sé lo que voy a hacer. Me pasa mucho con las películas. Es como la depresión posparto.

Al menos antes, cuando terminaba un proyecto, le quedaba el Quijote. Sí, ese es el problema, no tengo futuro. Es deprimente. Quizá es el momento de presentarme de nuevo a mi esposa y a mis hijos.

¿Quién es su Sancho Panza? Mi mujer, por un lado. Pero el problema es que creo que soy esquizofrénico, soy Quijote y Sancho. Mis pies están en la tierra: durante todo el proceso han venido muchos productores emocionados diciendo que podían hacerlo y yo era el pragmático que decía que no. Si no eres un poco Sancho, no puedes hacer cine. Las películas no son como un dibujo, que coges un papel y un lápiz y lo haces. Son caras y complicadas.

¿Por qué entonces acabó haciendo películas en lugar de dedicarse a otra expresión artística más individual? Porque era un ingenuo. Además, me gusta trabajar con gente. Me encantan los grupos, porque tengo mis ideas pero también las ideas de otros. Por eso siempre escribo los guiones con alguien. Y cuando rodamos hay muchos talentos diferentes. La colaboración es lo que realmente disfruto. Y yo soy el afortunado que tiene la decisión final.

¿Podría existir Monty Python hoy? Hoy nadie quiere debatir. Todo es blanco o negro, estás conmigo o contra mí. Es horrible. A la gente le asusta decir lo que piensa. Lo sé por experiencia, por una experiencia en la que me metí hace unas semanas…

¿Habla de cuando se refirió al movimiento MeToo como una “turba”? Muchas mujeres con las que hablaba me decían que estaban de acuerdo con muchas cosas que dije. Yo las animé a dar un paso adelante, pero les daba miedo. Ese miedo a ser atacado por tener una opinión diferente es tribal. Volvemos a tiempos primitivos y eso me molesta mucho.

¿El humor de Monty Python no tenía límites? Podíamos reírnos de todo. El otro día puse algo en Facebook. No entraré en detalles porque soy un cobarde. Puse algo gracioso, tierno, y la gente empezó una discusión terrible para dirimir si estaba burlándome o ridiculizándolo. ¿Qué diferencia hay? Me estoy riendo, joder. Tenemos que ser capaces de reírnos de las cosas. Tengo grandes amigos en la comedia que ahora tienen miedo a decir demasiado. Es horrible. ¡La comedia es tan importante! Derriba las cosas autoritarias, permite a la gente reírse de las vacas sagradas, hace a la gente pensar.

¿Este mundo sigue ofreciendo motivos para la risa? El mundo siempre ha sido un desastre. Lo malo es cuando la gente tiene miedo de hablar. Es un puritanismo utópico: “Si nos libramos de eso, el mundo será más simple y más divertido”. ¡Y una mierda! El mundo siempre ha sido jodido y tienes que asumir responsabilidades por tu propia vida. Solo deseo que la gente vuelva a pensar. Hay demasiada furia ahí fuera y eso no me gusta. Los Monty Python no estábamos enfadados, éramos listos. Nos descojonábamos de todo lo que creíamos que era hipócrita, ridículo, pomposo, estúpido. Eso es importante. Y mucha gente estaba de acuerdo con nosotros.

¿Tiene que ver con las redes sociales? Mucho. Porque te permiten esconderte. Tengo mi perfil de Facebook para poner cosas y ver cómo reacciona la gente. Es una locura. Hay gente muy inteligente, pero luego están los otros. Hace poco me dijeron que apoyaba a un violador en serie. ¡Dije que Harvey Weinstein era un monstruo y la gente interpretó que le apoyaba! Digo “negro” y dicen “blanco, blanco, blanco”. Esa es la locura.

“Miro a los árboles, disfruto de mi nieto, encuentro la vida apasionante. Y pronto descubriré cómo es la muerte. No me
apetece mucho, francamente”

¿Cómo ve a su país de adopción camino del Brexit? Reino Unido es parte de Europa y necesitamos unidad más que nunca. Es un disparate. Los del Brexit sí que son quijotes. Hablan de cuando esto era un imperio. ¡Una mierda! Eso ha pasado, amigos. Yo sigo pensando que no sucederá. Está costando demasiado dinero, vamos en círculos, los dos partidos están rotos por la mitad. Yo siempre he votado laborista, pero con Jeremy Corbyn ya me he cansado. Se cree muy listo con esa actitud de no hacer nada y dejar que los conservadores se hundan. De todas formas, a él no le gusta Europa.

Buena parte de su obra trata de la lucha por la imaginación y la libertad de pensamiento en un mundo que sistemáticamente se opone a esas ideas. Es como en La vida de Brian: “¡Somos todos individuos!”. “¡Yo no!”. Creo que ahí lo dijimos todo. Ahora te dicen que este es tu café, solo para ti. Te venden que cada uno es único, pero nos ajustamos más y más a la norma. Por miedo, por no meter la pata. La dichosa corrección política. Tengo amigos en sillas de ruedas y les llamo lisiados [risas]. No puedes llamarlos lisiados, debes decir “físicamente discapacitados”. ¡Esos eufemismos son una chorrada! ¡Son lisiados! [risas] Me gusta usar palabras directas y simples. Ofender a la gente es muy importante en la vida. Sobre todo ahora que las pieles son más finas. ¡La gente se ofende tan fácilmente! ¡Endurece tu piel! Los palos y las piedras pueden romperte las pelotas, pero las palabras no pueden hacerte daño. Son esas cosas simples de la niñez en las que creo.

¿Sus fantasías han cambiado desde que era un niño? Supongo que un poco. Yo me creía los cuentos de hadas de Grimm, me creía la Biblia. Eran fantasías muy interesantes. Te haces viejo y aprendes más, ves más. Ni siquiera sé cuáles son mis fantasías ahora, no sé si las tengo. Solo miro a los árboles y pienso que son las cosas más maravillosas del planeta. Cualquier cosa que esté viva. Un bichito pequeño. Solo la creación de eso, esa pequeña máquina, es increíble. Disfruto mucho de mi nieto, es extraordinaria la relación abuelo-nieto. La familia tradicional está bastante bien diseñada. El abuelo está de vuelta, el niño empieza a vivir y los padres están en medio haciendo un trabajo de mierda. Por eso los dos extremos están juntos. Encuentro la vida apasionante. Y pronto descubriré cómo es la muerte. Creo que la muerte es la nada. Una vez tuve una operación y me pusieron anestesia general. Cuando te despiertas por las mañanas, tienes algún recuerdo de algo, de sueños, del paso del tiempo. Pero aquella vez, nada de nada. Ese trozo de vida me fue extirpado. Eso debe de ser la muerte. Nada. No me apetece mucho, francamente.

¿Cómo le gustaría ser recordado? Solía pensar en eso de niño. No me interesa tanto cómo voy a ser recordado yo, me interesan más mis películas. No creo que yo sea particularmente importante, simplemente sucedió que fui maldecido o bendecido con determinados talentos. Las películas sí me importan. Me gusta cuando la gente me dice que Brazil ha cambiado su vida. No puedo aspirar a más. Olvídense de mí, olvídense del viejo con el corte de pelo absurdo y piensen en las películas. En mi tumba sí sé lo que pondrá. Cuando estaba promocionando Brazil en algún lugar de Texas acudí a un programa de radio en el que intervenían oyentes. Uno llamó y dijo: “He visto la película y he reído de asombro”. Eso pondrá en mi tumba: “Se rio de asombro”. ¡Puta maravilla! [risas]. 

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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