La verdad
Los contenidos fiables que tú ves en Google los siguen produciendo las cabeceras de prestigio

Pese a todos los dilemas filosóficos y mesas redondas dedicadas a espesar el asunto, lo cierto es que la verdad y la mentira se pueden distinguir por un criterio muy fiable. La verdad siempre encaja. Armoniza en un destello deslumbrante los cinco o seis detalles esenciales y el trillón de detalles triviales que empañan nuestra visión. Todo encaja de repente como si fuera un milagro, por la sencilla razón de que lo que ocurrió fue “eso” y no otra cosa, por verosímil que esta parezca. Resolver ese puzle con mentiras es una tarea agotadora y por lo general estéril. Haría falta un gran hermano, o un demonio de Maxwell, para diseñar el atraco perfecto. Y los políticos que conocemos están muy lejos de merecer esos galones divinos. La verdad siempre encaja.
Una cuestión distinta es si los gigantes de Internet pueden garantizar la veracidad de sus contenidos, como propone el PSOE en sus enmiendas al proyecto de ley de Protección de Datos planteado por el Gobierno. Las redes sociales y demás plataformas digitales deberían, según esas enmiendas, eliminar contenidos que “atenten contra el derecho constitucional a comunicar o recibir libremente información veraz”. Es una oferta difícil de rechazar, pero ¿cómo se hace eso?
Garantizar la veracidad de los contenidos está más allá del talento de Google, Facebook y los demás demiurgos de nuestro tiempo. Su negocio no tiene nada que ver con eso. A lo que se dedican, y con un desmedido éxito, es a captar al mayor número de usuarios, darles gratis unos contenidos a menudo adictivos y obtener a cambio sus datos personales, sus gustos y pasiones, sus movimientos y estancias: lo que las propias empresas digitales denominan “el petróleo del siglo XX”. Los científicos independientes han demostrado hace poco que las noticias falsas se propagan por la Red mucho más deprisa que las verdaderas. Los gigantes de Internet no tienen un estímulo para garantizar la veracidad de sus contenidos, sino para todo lo contrario.
“Existe una verdad periodística”, decía ayer en estas páginas Soledad Gallego-Díaz, premio Ortega y Gasset a su trayectoria. Garantizar la verdad de los contenidos ha sido siempre la función de los periódicos de prestigio, sean de papel o de silicio. Es a lo que se dedican los periodistas desde hace siglos. Los contenidos fiables que tú ves en Google los siguen produciendo las cabeceras de prestigio. La novedad es que los buscadores te los presentan en pie de igualdad con el rumor no confirmado, la versión interesada y la arremetida delictuosa. Y que se quedan la pasta de la publicidad.