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El miedo a cumplir 18 años

Los jóvenes que viven tutelados por el Estado en Latinoamérica se quedan sin ningún soporte al llegar la mayoría de edad. Argentina ha aprobado una ley pionera para evitarlo

Tatiana Lustig da Silva (izquierda) y Jessica Waksmann estuvieron en su día en hogares de acogida en Buenos Aires.
Tatiana Lustig da Silva (izquierda) y Jessica Waksmann estuvieron en su día en hogares de acogida en Buenos Aires.PABLO LINDE
Pablo Linde

Beber alcohol, conducir, votar, ir a la cárcel, entrar en locales que estaban vetados, apostar, montar una empresa… El decimoctavo cumpleaños, en muchos países, abre un enorme abanico de nuevos derechos y responsabilidades. Pero algunos jóvenes llegan con miedo, incertidumbre, ansiedad, inseguridad y dudas. Son aquellos que fueron apartados de sus familias (o huérfanos) y que hasta entonces vivieron en un hogar tutelado por el Estado. Para ellos, la mayoría de edad les deja sin el techo que hasta entonces tenían y, normalmente, sin una red familiar que les apoye en esta brusca transición a la vida adulta.

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“Es un cambio artificial, el ser humano no madura de un día para otro. Es un proceso que puede llegar antes o después. Cuando tienes una familia con la que contar, normalmente vas haciéndolo progresivamente hasta que llega un momento en el que, emocional y económicamente, puedes empanciparte. Pero a estos jóvenes, que además tienen menos herramientas, se les exige hacer la transición de la noche a la mañana”, lamenta Mariana Incarnato, directora de Doncel, una organización argentina que trabaja en el acompañamiento de estos nuevos mayores de edad.

El país ha sido el primero de Latinoamérica en aprobar una ley para evitar dejar en el desamparo los jóvenes que egresan de los hogares de acogida. Con un intenso trabajo de esta y otras asociaciones, junto con Unicef, el Congreso aprobó en mayo de 2017 esta norma, que, sin embargo, todavía no ha entrado en vigor. Falta concluir los reglamentos y que las provincias —equivalentes a las comunidades autónomas españolas— las implementen.

“El planteamiento era que si a los padres se les exige la manutención y el cuidado hasta los 21 o los 25, si estudian, el Estado, cuando tiene esta función parental, no debía ser menos”, explica Incarnato. Con la nueva norma se les garantiza al salir de los hogares un apoyo econonómico equivalente al 80% del salario mínimo durante dos años. Pero, además, trata de articular esta red que muchos jóvenes no tienen asignándole un tutor. “El joven tiene que sentir que tiene con quién contar, una persona a la que puede acudir, que está disponible y que le aporte apoyo emocional”, subraya la directora de Doncel.

En opinión de  Roberto Benes, representante de Unicef en Argentina, es un “importante primer paso”. “Aunque no se trata de un grupo estadísticamente enorme, sí es extremadamente vulnerable. Tener una ley es un primer paso que convierte al país en referente en la región", añade.

En Argentina hay unos 15.000 menores en hogares tutelados, donde la atención es muy desigual

En Argentina hay unos 15.000 chicos y chicas en hogares tutelados, donde la atención es muy desigual. Suelen ser casas donde conviven entre 10 y 30; a veces con un equipo entero para atenderlos y otras, con una persona para todos. No existe en el país un estándar, como tampoco en el resto de la región, donde la cifra asciende a 380.000, según la Red Latinoamericana de Acogimiento Familiar (Relaf).

Tatiana Lustig da Silva, que hoy tiene 24 años, era una de estas adolescentes que un día fue apartada de su madre y entró en uno de estos centros que ella imaginaba o como una especie de parque de atracciones en el que todo era diversión o como una prisión. “No era ninguna de las dos cosas”, aclara. Entró con 13 años porque, en sus palabras, su madre “no era capaz de cuidarla”.

Casi la mitad de los jóvenes argentinos que ingresan en centros lo hacen en la adolescencia, entre los 13 y los 17 años, según los datos de Doncel. La primera causa son los abusos, seguida de malos tratos y de abandono. La mayoría son chicos de clases bajas, ya que los de las medias “suelen tener una red que evita que acaben en los hogares”, dice Incarnato, que explica que entre los 200 jóvenes que atendieron el año pasado, solo un 8% había terminado la secundaria.

Con estos mimbres hay que salir al mundo real y labrarse un futuro. Tatiana, al menos, sí había completado los estudios, había participado en decenas de cursos de formación y ya había pasado por varios trabajos antes de cumplir la mayoría de edad. Aún así, su egreso “no fue bueno”. “Tuve que volver con mi madre, el sitio donde se suponía que no podía estar. Pero en esos momentos te agarras a lo que tengas”, explica. Muchas amigas suyas acabaron en la calle, con problemas de drogadicción, algo que no es infrecuente en estos casos. “Tienes miedo a equivocarte, porque ya no tienes donde volver”, añade.

Soledad y desamparo. Son las dos palabras que mejor definen lo que sientes cuando sales del hogar

“Soledad y desamparo. Son las dos palabras que mejor definen lo que sientes cuando sales del hogar”, afirma Jessica Waksmann, que tiene 43 años y tuvo que pasar por esta experiencia hace 30. “En mi época ni siquiera esperaban hasta los 18, te echaban del hogar cuando terminabas los estudios. Muchas repetíamos para retrasar este momento”, asegura. Como Tatiana, tuvo que volver a la casa de su madre, que no la cuidaba. “Hacía y deshacía lo que quería, hasta que a los 17 años me quedé embarazada y me fui a vivir con mi pareja”, relata.

Algunos chavales egresados vieron estas carencias y comenzaron a preparar una guía que pudiera servir de apoyo a quienes dejaban los hogares. “Porque estos no preparan a los chicos cuando se van; puede estar bien o mal, pero no lo hacen. Nosotros trabajamos precisamente en eso, en colaborar con ellos antes de que se vayan, contarles experiencias vividas por otros, cómo es la vida fuera, qué les puede llegar a pasar”, cuenta Jessica.

Así nació hace ocho años GuíaE, un manual que ha ido creciendo de forma colaborativa en el que hay consejos que van desde los asuntos más prácticos de la nueva vida que afrontan quienes hasta ese momento eran menores de edad, como burocracia, hacer un currículo, cómo afrontar entrevistas de trabajo… Hasta actividades que les ayuden a relacionarse y a tejer esta red de la que muchos carecen. Tanto Jessica, como directora de la iniciativa, como Tania, de forma voluntaria, trabajan en este acompañamiento que tiene una página de Facebook como soporte.

Esto no les evitará pasar por los problemas a los que se enfrentan estos jóvenes y que la mayoría no tiene que afrontar. La inseguridad, el miedo, probablemente estará ahí, pero al menos cuentan con más herramientas para afrontarlo.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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