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El arte de hacer poesía con el hormigón

Una gran exposición descubre el patrimonio de las centrales eléctricas asturianas que diseñó el arquitecto Joaquín Vaquero Palacios

Intervención artística en la central hidroeléctrica de Proaza (1964-1968), en Asturias.
Intervención artística en la central hidroeléctrica de Proaza (1964-1968), en Asturias.© Joaquín Vaquero Palacios, VEGAP, Madrid, 2018. © Fotografía: Luis Asín.

“Son como tumbas de faraones, conservadas en las profundidades de las pirámides”. Las cinco centrales eléctricas que el arquitecto Joaquín Vaquero Palacios (Oviedo, 1900-Madrid, 1998) diseñó en el Principado de Asturias forman parte de ese patrimonio oculto del tejido industrial que, entre los años 50 y 80, salpicó los valles, las cuencas de los ríos y las faldas de las montañas de muchos concejos de esta tierra astur. Hoy, estas construcciones aún activas, símbolos estéticos de una corriente arquitectónica que camina entre el brutalismo, el racionalismo y los detalles art déco, forman parte de una exposición en el madrileño Museo ICO, Joaquín Vaquero Palacios. La belleza de lo descomunal. Asturias, 1954-1980, hasta el 6 de mayo.

“Joaquín Vaquero Palacios desarrolló los cinco proyectos de las centrales eléctricas asturianas concibiendo su labor como obra total e integradora. Arte, ingeniería, arquitectura, pintura, diseño, escultura, destinadas a mejorar e implementar una serie de proyectos puramente ingenieriles y transformándolos en lugares icónicos”, cuenta el comisario de la muestra, y nieto del arquitecto, Joaquín Vaquero Ibáñez.

Integración artística en la Central térmica de Aboño (1969-1980).
Integración artística en la Central térmica de Aboño (1969-1980).© Joaquín Vaquero Palacios, Joaquín Vaquero Turcios, VEGAP, Madrid, 2018. © Fotografía: Luis Asín.

Seguido por ‘instagramers’

La muestra recoge la obra mastodóntica que realizó durante 30 años para Hidroeléctrica del Cantábrico en las centrales de Salime (1945-1955), quizá el ejemplo más reseñable de arquitectura industrial del Movimiento Moderno en España, así como las de Miranda (1956-1962), Proaza (1964-1968), Aboño (1969-1980) y Tanes (1980). “Son lugares sumergidos a 300 metros bajo la roca viva o rodeados de millones de toneladas de agua, convertidos en escenarios donde conviven la técnica y el arte. Escenarios humanizados a través del color, de la luz, de las proporciones espaciales, de una manera totalmente consciente e intencionada, fue totalmente una forma de dulcificar las condiciones de los trabajadores”, añade Vaquero Ibáñez.

Refugio de la central hidroeléctrica de Salime (1954-1980).
Refugio de la central hidroeléctrica de Salime (1954-1980).© Joaquín Vaquero Palacios, VEGAP, Madrid, 2018. © Fotografía: Luis Asín

Joaquín Vaquero Palacios fue un creador absoluto, pintor y escultor, además de arquitecto. Si bien en su época consiguió fama puntual con proyectos como el Pabellón Español en la Bienal de Venecia, en 1952, es ahora cuando los jóvenes arquitectos e instagramers recuperan su trabajo, guiados por el gusto contemporáneo hacia los movimientos artísticos de mitad del siglo XX. “Vaquero Palacios plasma claramente todas las influencias e inspiraciones adquiridas a lo largo de todos sus viajes y estancias en Europa y América. Su capacidad y personalidad productiva es tal, que logra hacer propias todas estas influencias de los movimientos artísticos y arquitectónicos de esa época, llevándolas hasta extremos expresivos sorprendentes y al mismo tiempo totalmente contemporáneos”.

Llegó la censura

Mural de Vaquero Turcios en la central de Salime.
Mural de Vaquero Turcios en la central de Salime.© Joaquín Vaquero Palacios, Joaquín Vaquero Turcios, VEGAP, Madrid, 2018. © Fotografía: Luis Asín.

La central eléctrica de Salime es un trabajo absolutamente vanguardista en el cauce del río Navia, en el occidente del Principado de Asturias. Relieves de hormigón, murales obra de su hijo, el artista Vaquero Turcios, y un mirador colgante, La Boca de la Ballena, desde el que observar la inmensa obra.

La sala de turbinas, un lugar casi futurista, contó también con pinturas de 60 metros de largo en las que su primogénito, que tenía 22 años por entonces, quiso retratar los rostros de Picasso, Einstein, Planck y Freud. La censura cayó sobre el joven Vaquero Turcios que, en 2011, recuperó esta idea durante la restauración. “Probablemente, ser plenamente consciente del presente le sitúa a uno más cerca del futuro”, remata su nieto. Al final, estaba haciendo poesía con el hormigón, no en vano, también terminó casándose con Teresa Turcios, la sobrina de Rubén Darío.

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